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Liliput tras el cristal

Una exposición recrea ejércitos y amores con soldaditos de plomo aportados por 21 coleccionistas

El persa Ciro el Grande, el último zar de todas las Rusias, Nicolás II, y los arrumacos de Napoleón y Josefina comparten una antigua casa de baños con legionarios, pieles rojas y caballeros medievales. Los soldados de plomo han pasado de ser juguetes infantiles a caras miniaturas de colección. En un principio retrataban únicamente a militares, pero ahora reproducen también personajes y escenas históricas o de ficción. Las vitrinas del centro cultural Buenavista, en la avenida de los Toreros, 5, acogen hasta el próximo día 14 de mayo una muestra de cientos de esas figuras. Un total de 21 coleccionistas han aportado sus piezas a esta muestra.

Los organizadores de la exposición de figuras de plomo querían montar un monográfico sobre la guerra española de independencia contra los franceses, pero los 21 coleccionistas que participan en ella aportaron desde el entierro de Felipe el Hermoso hasta una completa representación de los irreductibles galos de Astérix.Se quería realizar una muestra de miniaturas militares, pero el guerrero también reposa, y en una vitrina, el Ejército napoleónico mira envidioso al general corso, que besa la mano de su amada Josefina.

Pintar las pestañas

El soldado de plomo nació en Alemania hace tres siglos como juguete. Luego, la goma y el plástico sustituyeron al metal en los cuartos de juegos, y estas miniaturas pasaron a las vitrinas de los coleccionistas. El cambio se debió en parte a que el metal y las pinturas utilizadas en los soldaditos son sustancias tóxicas.La mayoría de los aficionados, como Manuel Hoyos, un enfermero de 40 años, le cogieron gusto al soldadito en la niñez. "De niño, si no tenía soldaditos, los representaba con alfileres y fichas de dominó", recuerda este enfermero, que ahora se ha especializado en carlistas y en republicanos en la guerra civil.

Algunos niños, como Ignacio, de 10 años, todavía prefieren los muñecos metálicos de toda la vida a la moda de los guerreros con músculos de plástico. "Mi hermano mayor pinta soldaditos, y yo a veces entro en su habitación y se los cojo para hacer batallas", confiesa Ignacio.

Coleccionar miniaturas de plomo es una afición bastante cara: la figura -una aleación de plomo, estaño y antimonio- cuesta entre 1.000 y 1.500 pesetas. Pero pintar uno de estos muñecos de 54 milímetros sale por 4.000 o 5.000 pesetas.

"Depende de lo bueno que sea el pintor", concreta Hoyos, "los hay que pintan hasta las pestañas". Otros representan al detalle las barbas de un perro, o las circunvoluciones de los cuernos de la cabra que acompaña a la Legión, que no faltan en la muestra. Si la figura va a caballo, el precio puede llegar a las 25.000 pesetas.

Pero a los locos del coleccionismo de soldaditos de plomo no parece importarles demasiado ese detalle, a tenor del gran número de piezas que no dudan en ir adquiriendo. Jesús Grandy, otro coleccionista que expone en el centro cultural Buenavista, tiene unas 500 figuras, "pero los hay que tienen muchas más", se lamenta.

Con vida propia

"Parece que están vivos", se maravilla ante las vitrinas Juana Villalba, de 65 años. Ella se ha pasado la vida entre militares, y la exposición liliputiense le devuelve a los años de cuartel.Juana no jugaba con soldaditos de plomo en su niñez: sencillamente, porque era una chica. Pero ahora disfruta viendo los detalles de alamares y botones en las guerreras de las miniaturas con las que organizaban batallas imaginarias los niños de su generación.

Manuel Hoyos ha llegado a acumular 3.000 minúsculas piezas (de unos 25 milímetros de altura) de las que se conocen como figuras de "juegos de guerra" porque se agrupan en formaciones para representar los movimientos de una batalla de verdad. Tres maniquíes vestidos con uniformes de la guerra española de la independencia, cedidos por el Museo del Ejército, son los gigantes que ponen el contrapunto a la exposición y vigilan al pueblo liliputiense.

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