Cama, lavabo y mugre
Las pensiones del centro saturan las protestas en el sector de la hostelería
ANA ALFAGEME, El centro de Madrid es el reino de las pensiones. Al tiempo que se degrada él, ellas van parejas. Por 2.500 pesetas se puede pasar la noche sobre un colchón con mugre, y por 3.000, temblar con el jaleo de una casa de citas. La lugarteniente del alcalde en la zona, María Antonia Suárez, ha declarado la guerra a la insalubridad y al papeleo inexistente y ya ha cerrado cuatro. De cada cinco quejas contra el ramo hotelero, cuatro van a las casas de pensiones. Hay 990 pensiones censadas en el centro; quizá otras tantas ilegales. Dormir en algunas es una repugnante aventura.
A la pensión se llega después de muchos timbrazos, una escalera increíblemente sucia, una placa que pone CH (casa de huéspedes) y una puerta entornada que da a un vestíbulo más acogedor de baldosas inseguras. Pero la habitación 1 -2.500 pesetas después- tiene unos 12 metros cuadrados, una cama doble con colcha rosa de color pero gris de mugre, dos cojines rojos y negros, con churretes, y un parqué que alguien pintó sin mucho éxito. Ha podido ser un cuarto de estudiante con debilidades artísticas: ojos dibujados en el techo, balcón con cristales rotos pero pintado de azul y marrón.El espectáculo sería la bicoca para un inspector sanitario: no hay agua caliente -templada, si acaso-, ni papel higiénico, ni jabón, y el lavabo no sabe, a juzgar por su aspecto, de lo que es un estropajo. El colchón también es gris y negra es la noche, repleta de timbrazos, pasos, conversaciones y miradas de soslayo: sólo se ven hombres negros que miran con curiosidad.
Una luz roja
Esta pensión de la calle de Atocha -la Gran Vía de las pensiones de Madrid- tiene, según un vecino, orden de suspensión de actividad recurrida por el dueño, y una pensión gemela dos pisos más arriba, que es una de las que la concejal de Centro acaba de precintar por motivos sanitarios. Allí, a un muchacho guineano se le hundió el suelo cuando iba a acostarse y aterrizó en el piso de abajo. A 2.500 pesetas la noche, ¿no se puede tener un techo decente? El encargado de las dos pensiones no quiso hablar: "Tengo que consultar a mi abogado".
En la pensión precintada hubo hace poco más de un mes una redada y drogas detrás, según la Policía Municipal. "Mi hijo entra pisando yonquis y es un follón, se ponen a cambiar cerraduras a las cuatro de la mañana". Muchas de las quejas que llegan al Ayuntamiento son así, del vecino que sufre el trasiego, los ruidos y las jeringuillas. Pero para los funcionarios lo importante es que en las pensiones entre el estropajo como sea. Creen que muchos casos se arreglan con limpiar y pintar, con tener papel higiénico, jabón, tirar los colchones negros de manchas. En eso es en lo que se fijan y por ello la pensión de Atocha tendría que estar cerrada.
El oficial de la zona Centro de la Policía Municipal tiene claro cuál es la zona caliente: la zona de Ballesta y la de la calle de la Cruz, y cuál el problema prioritario: la sanidad y los papeles, que no tenía expuestos, por ejemplo, la pensión de Atocha: la lista de precios, la licencia de la Comunidad de Madrid o la de apertura. Encuentran deficiencias en un 70%. "Las pensiones se han ido degradando porque están regentadas por gente muy mayor que no las controla. Son los vecinos los que cargan con el mochuelo", dice el policía.
Los vecinos de Veneras, 4, andan de cabeza con la pensión que tienen en casa, una de las que la concejal ha precintado. Recién rehabilitado el edificio, la casa de huéspedes, en el primero y el segundo, empezó a tener escapes de agua, "tanto, que la farmacia de abajo tiene un boquete que no veas", dice la presidenta de la comunidad, Cristina García. "Y además, no nos creemos que se respete el precinto". Los vecinos han denunciado ante el juez al propietario de los dos pisos -la pensión es alquilada- porque creen que la casa peligra. La gente de Veneras, 4, está harta también del trasiego de gente, sobre todo en fin de semana -"a ver, están tres horas y se van, ¿eso qué es?", dice, malicioso, un vecino-, de que, el portal esté forzado, y de tener que abrir a las dos de la madrugada porque, aseguran, la dueña no abre.
En un hostal de la calle del Desengaño recibe una mujer amable. No rellena la ficha de entrada. Al momento se entiende por qué: la habitación tiene bidé, pastilla de jabón y lavabo, pero lo mejor es la bombilla roja que deja a la cama, de ésas que suenan de puro baqueteadas, en un ambiente peliculero; al parecer, los clientes no pasan allí más de un rato y para eso no necesitan inscribirse. Por 3.000 pesetas -dos personas- se puede pasar una noche entretenida: las puertas, el timbre, abre, cierra, saluda, saber que Begoña no ha subido aún, pensar si los vecinos podrán pegar ojo y asistir, tabique por medio, a una sonorísima discusión: "Tú te has comido mi Rohipnol" (medicamento que toman los heroinómanos para soportar la abstinencia). "Y una mierda, te lo juro por mi hija". Por lo menos está limpio todo, salvo el colchón. Algo es algo.
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