El torazo bravucón
JOAQUÍN VIDALEl público pidió la vuelta al ruedo para el primer toro, que había hecho una pelea espectacular en varas. Incluso hubo pañuelos flameando en el tendido, un gran clamor, "¡Vueltaaa ... !". Si para premiar a lo toreros vale la petición mayoritaria del público, para premiar a los pobres toros -aunque sea post mortem- debería de valer también. Los animalistas aún no han dicho nada al respecto. Se quejan de la vara y la sangre, se quejan sobre todo de que el público se divierta con la lidia (esto de la diversión, es que no lo soportan), y en cambio parece darles igual que un torero, por cuatro derechazos (cuatro cientos de derechazos, quiérese decir) se lleve la oreja post mortem del toro, mientras el toro que fue bravucón, poderoso y espectacular, no se lleve la oreja del torero ni nada. Mal futuro les espera a los toros bravos si ni siquiera los animalistas los comprenden.El torazo de vuelta al ruedo quizá no fuera exactamente de vuelta al ruedo, si se le mide con el bravurómetro. Toro de irreprochable trapío, bonita estampa con su lustroso pelaje chorreao, cornalón vuelto y astifino, en cuanto a comportamiento, no pasaba de bravucón. O sea, que' unas veces manseaba y otras no, y cuando menos parecía mansear era en los cites a mucha distancia. Es propio de los toros bravucones arrancarse a las plazas montadas desde muy lejos con furia incontenible, y volver grupas en vergonzante huida al recibir la mordedura de la puya.
Aguirre / Niño de la Taurina, Cuéllar, Cámara
Toros de Dolores Aguirre, senos, con cuajo, muy bien armados; varios bravucones, otros mansos, todos con casta.Niño de la Taurina: pinchazo, estocada trasera -aviso con retraso- y dobla el toro (aplausos y también protestas cuando saluda); estocada trasera y descabello (palmas). Juan Cuéllar: tres pinchazos bajos -aviso- dos pinchazos más y dos descabellos (silencio); cuatro pinchazos bajos -aviso- y descabello (silencio). Fernando Cámara: estocada atravesada que asoma, tres descabellos -aviso- y dobla el toro (silencio); estocada, rueda de peones y descabello (silencio). Plaza de Las Ventas, 8 de mayo. Primera corrida de feria. Lleno.
El torazo bravucón derribó cuatro veces. La memoria ya no alcanza a recordar toro que derribara cuatro veces la fortaleza acorazada que blasona castoreñito coquetón, y aquél fue motivo de gran algarabía. Alguien aventuró que contribuía a los derribos el resabio del caballo, proclive a tumbarse en cuanto sentía cómo le zurraban la badana. Fue para su mal, sin embargo, pues en uno de los revolcones, el toro le pegó una cornada.
Cualquiera que fuera las razón de los derribos y las motivaciones filosóficas del torazo para arrancarse desde lejos al caballo, es el caso que se ganó los corazones sensibles de la afición, en detrimento de los méritos del lidiador, llamado Niño de la Taurina. Y entonces fue el Niño de la Taurina -indudablemente voluntarioso en ese toro bravucón y en el encastado cuarto- y se enfadó con el público. Se comprende, pero no se comparte. El público no está para que se encaren con él los toreros, pues para eso ya tienen al toro; sobre todo si meten pico para citar, se crispan para embarcar y no ligan los pases, en todo lo cual incurrió el enojado lidiador.
Lo primero que necesitaba el bien torear de ambos toros y todos en general era darlos distancia. Les ocurre a los toros lo que algunas personas (no se señala nadie): que carecen de inteligencia y sólo se guían por el instinto. El torazo bravucón se recrecía durante el primer tercio porque Niño de la Taurina provocaba sus embestidas de largo, y las mermó durante el último porque lo tomaba en corto. Es el mal de la época -citar muy de cerca, apabullar al toro, anular su instinto de ataque-, que afectó también a Juan Cuéllar, en una tosca, destemplada, precavida y plúmbea actuación, merecedora del olvido.
Fernando Cámara, en cambio, intentó el toreo de parar-templar-mandar de la única forma posible -dejándose ver-, sólo que le correspondió un toro mansón que se escapaba a la querencia de chiqueros, y otro cuya casta le desbordó. Suele ocurrir, pues en la casta está el peligro. Al toro tontorrón le da pases cualquiera, mientras el encastado puede pegar la voltereta si no se le lleva bien embebido en el engaño y, además, se le ligan los pases con precisión matemática. He aquí otro riesgo que la mayoría de los toreros no quiere asumir: la ligazón. Niño de la Taurina seguía la técnica establecida por el toreo contemporáneo para no ligar, que consiste en rectificar terrenos. Y la afición, que había aplaudido su estupenda brega con el torazo bravucón, así como sus sobrios pares de banderillas, se dio cuenta, y se lo dijo. La afición madrileña es así, qué le vamos a hacer. En Las Ventas no se callan ni los mudos.
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