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Vacas hindúes y toros ibéricos

En un reciente viaje a la India tuve oportunidad de comprobar la dimensión sagrada que las vacas tienen en la civilización hindú. Nada de lo imaginado se corresponde con el impacto real de lo que representa la presencia continua, promiscua y reverencial de estos nobles mamíferos que inundan la vida toda de los millones de seres humanos que perseveran en la convicción de la trascendencia tanto de sus vidas futuras como de las del animal.Nuestra fascinación por el toro bravo, configurada en el arte del toreo, constituye un elocuente contrapunto cultural y antropológico. En el Mediterráneo, desde el toro minoico hasta nuestra fiesta nacional, se ha desarrollado una profunda dimensión mítica que ha terminado por vincular a la raza brava el referente de una práctica del valor humano expresado en un rito de saberes ancestrales dotado de una estética profunda, llena de sutiles cualidades que sólo podemos definir como artísticas.

Un arte que, como todas las realidades estéticas, se consuma en la inspiración del privilegiado ser que las ejecuta y en la sensibilidad de quien las aprecia.

Es la diferencia entre lo bendito y lo épico, entre la asunción pasiva de lo que nos excede y la creación humana que amolda este rito a imagen y semejanza.

No soy más que un sencillo aficionado a los toros, y no paso de haber atisbado el paisaje de la India, pero mi atrevimiento me lleva a reclamar la conveniencia para la raza humana de jugar su suerte hasta el límite de lo sublime, pugnando activamente por definirse en la misma frontera de lo trascendente.

Nuestra sociedad alcanza su dignidad en ese encuentro, en esa pugna en la que la vida se expone no en la inanición, en la derrota cierta ante lo sagrado, sino en la lucha sustancial, cuajada de seriedad y decoro, donde la tragedia no es el destino, sino el riesgo en el que se enmarca la grandeza del hombre, que hace del toro bravo el instrumento perfecto de su propia exaltación.

es arquitecto.

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