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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

¿Europa agotada?

LA UNIDAD europea ha sido percibida, durante mucho tiempo, como un proceso prácticamente inevitable. El determinismo de la idea de una Europa unida venía apoyado por la experiencia de los europeos en sus múltiples guerras, la internacionalización de las economías y la obligatoria voluntad de protagonismo político mundial, acorde con el peso de su historia y cultura. A poco que se medite sobre las enormes dificultades que encuentra dicho proceso, se comprobará que, sobre el papel, los argumentos en favor del optimismo siguen vigentes.Se diría incluso que no habría razones para una alarma excesiva si las dificultades tuvieran sus orígenes exclusivamente en problemas de orden institucional y político. Los estorbos para la aprobación del Tratado de Maastricht en la Cámara de los Comunes del Reino Unido y su ratificación por los ciudadanos, daneses en su segundo referéndum; las contorsiones a que obliga la ampliación de la CE (Austria, Suecia, Finlandia y Noruega) si no se desea perder en cohesión y profundidad; las críticas a la Comisión Europea por su protagonismo excesivo a ojos de los menos europeístas, y por su falta de protagonismo desde la perspectiva federalista; los eternos contenciosos comerciales entre proteccionistas y liberales, y entre los intereses de los. distintos países y sectores productivos; todas estas cuestiones y muchas otras podrían llevar a una menor velocidad en la construcción europea, pero es difícil imaginar que pudieran conducir a una crisis en la que se planteara el propio futuro de la unidad europea.

Y, sin embargo, eso está ocurriendo. Las razones habrá que buscarlas en una conjunción de elementos inéditos en las últimas décadas. En primer lugar, el decorado tenebroso de una crisis económica que tiene todos los visos de un cambio histórico: destruye empleo en proporciones colosales, golpea por primera vez al sector servicios y a los cuadros medios e incluso altos, y cuando termina, como está demostrando la experiencia norteamericana, ya no vuelve a recuperar nunca más los puestos de trabajo perdidos. En segundo lugar, la aparición en el este de Europa de fuerzas centrífugas más potentes que las ya de por sí debilitadas fuerzas centrípetas que han venido actuando en el Oeste. En tercer lugar, un agotamiento de las alternativas ideológicas y políticas fundadoras del ideal europeo, sea la democracia cristiana (caso de Italia), sea la socialdemocracia (en retirada), sea el neoconservadurismo (en desuso).

Este agotamiento se traduce en el cansancio y el desprestigio de bastantes políticos que promovieron generacionalmente la idea europea y que ahora son incapaces de salir del estancamiento. A la evidente crisis de liderazgo mundial se suma en Europa una crisis de liderazgo personal. No se ve dónde están los sucesores de Mitterrand, Kohl y González, que impulsaron el proyecto de Unión Europea.

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Dos son ahora los elementos claves del rompecabezas europeo: el agujero negro de la antigua URSS -con las difíciles y similares situaciones en los países de su desaparecida órbita, Alemania del Este incluida- y la guerra de los Balcanes, donde los fantasmas que mayores temores levantan en Europa (nacionalismos agresivos, racismo, xenofobia, fundamentalismo y totalitarismos) son dueños de la situación. Una de las consecuencias más suaves del nuevo escenario son los gestos de renacionalización de la política europea que practican todos y cada uno de los Doce, sus Gobiernos y, en muchos casos, sus propias oposiciones. Desde los retrasos de Maastricht hasta las decisiones monetarias, desde el debate sobre la agricultura francesa hasta la crisis de la siderurgia, todo aparece así impregnado del viejo aroma de las antiguas naciones que conforman Europa, nuevamente aferradas a la imagen del pasado ante la incierta visión del futuro.

La construcción europea necesita ante todo que se cumplan los calendarios y se cierren los aspectos formales de la crisis, como es la ratificación de Maastricht por Dinamarca y el Reino Unido. Pero posiblemente no bastará y será necesario que los responsables europeos empiecen a pensar seriamente en cómo frenar la marcha hacia ninguna parte de lo que fue un proyecto de unión continental.

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