_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Elecciones francesas: ¿y después qué?

Si los socialistas, y todos los que están cerca de ellos, reanudan las peleas internas están perdidos, afirma el autor. Si se ponen a pensar y a hacer propuestas, agrega, es posible que no ganen, pero habrán renovado el debate político en Francia.

21 de marzo. Pocas veces una mayoría saliente, un partido que ha estado 12 largos años en el poder, ha tenido unos resultados electorales tan terribles.¿Quiere decir eso que Francia ha sufrido un cambio fundamental y que la mitad de los que, en 1981, votaron a François Mitterrand han dado un giro total ara pasar a adherirse a las ideas contrarias? Parece poco probable, puesto que la opinión pública ha estado siempre dividida en dos mitades desiguales y es un pequeño porcentaje de electores móviles el que crea la mayoría, unas veces a la derecha y otras a la izquierda.

¿Qué ha pasado, pues?

- La televisión, más todavía que el poder, ha utilizado hasta hartar a las estrellas de la política. La opinión pública tiene necesidad de carne fresca que devorar.

- El sistema electoral uninominal amplifica hasta el absurdo las diferencias de porcentaje de voto.

- Se tiene la impresión de que los socialistas, en cierto modo, se han traicionado: al marginara los comunistas, al no resolver el problema del paro; al sacrificar lo social ante lo monetario; al no resolver a fondo los problemnas planteados por la reforma fiscal, la educación y las relaciones con el Tercer Mundo; al negar la tradición jacobina; al dar la impresión de no merecer la reputación de honradez, tan importante para la gente de izquierdas.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

- La ausencia de una renovación ideológica y de conceptos.

El mundo ha cambiado: la caída de la Unión Soviética, los pasos en falso del nuevo orden internacional, la mundialización de los mercados, el predominio de la economía de mercado y monetaria, la disminución de puestos de trabajo, el aumento de masas humanas en el Tercer Mundo, el despertar de las nacionalidades, la enfermedad de las ciudades, la deserción del campo, la creación del Mercado Unico y tantos otros factores habrían debido provocar un replanteamiento de la herencia socialista y la construcción de una nueva arquitectura conceptual, una nueva definición. de lo político frente a lo económico y lo social, siempre en movimiento. El Partido Socialista (PS), ocupado en otras cosas, no sella dedicado a ello. Ha demostrado, corno antes lo hicieron otros, que un partido en el poder pierde toda su facultad de renovación..

En pocas palabras, da la desazonadora impresión de que: ya no hay una diferencia sustancial entre la orientación y la forma de gobernar de los socialistasy de la derecha parlamentaria y que, por lo tanto, es sano cambiar de caras, sobre todo cuando todos los líderes parecen pertenecer a una casta inmune a la realidad y a las angustias. Cambiar por cambiar. Hacer salir a los salientes.

Y, sin embargo, la obra realizada en diez años no es nada despreciable y la nueva mayoría va a poder aprovecharse de ella. Un franco fuerte (cosa que no ocurría desde hace tiempo), que impone a corto plazo importantes obligaciones pero que sienta la base monetaria de una economía competitiva; una balanza exterior mejorada; una Europa consolidada, capaz, siempre que lo desee políticamente, de convertirse en uno de Ios polos reguladores del mundo, frente a Estados Unidos; la descentralización tan necesaria para un país que es heredero de Luis XI, de Richelieu, de Colbert, de la Revolución jacobina, de Napoleón y de Clemenceau; la libertad de prensa y de los medios de comunicación; la abolición de la pena de muerte; el aumento del poder de los asalariados en la empresa; el aumento, más que significativo, de la productividad del aparato económico, en ocasiones gracias a nacionalizaciones; el mantenimiento de una actitud razonable frente al problema de la inmigración; el fin del mito según el cual la izquierda no podía gobernar más que por accidente, el tiempo justo de elaborar algunas leyes. Y muchas otras cosas.

Acepto la derrota porque creo que la alternancia es necesaria y fecunda. Estoy traumatizado por el fracaso porque lo encuentro injusto y, lo que es peor, porque creo que es peligroso para la democracia. Tengo miedo de que paralice a los que deberían dedicarse a reconstruir, o mejor dicho, construir un proyecto que tenga como base y como objetivo la sociedad, que se niegue a que los hombres estén sometidos a la única ley de las cosas.

3 de abril. La segunda vuelta confirma los resultados de la primera. La nueva mayoría va a invadir el hemiciclo. El presidente de la República ha tenido la inmensa honradez y la inmensa habilidad de no irse por la tangente. Dado que Jacques Chirac prefería reservarse, ha elegido a Edouard Balladur, quien visiblemente se preparaba desde hace tiempo para esta oportunidad.

Los primeros pasos de la cohabitación se han dado en un clima de serenidad, el Gobierno es equilibrado: nadie puede decir aún si es que cada uno de los protagonistas se ha decantado por la continuidad del Estado o si es un escenario aperturista en el que pronto habrá tiros.

Estrategia presidencial

Nadie puede afirmar si la opinión pública prefiere una cohabitación tranquila que no dé el espectáculo, sosa, o si, por el contrario, prefiere enfrentamientos dramáticos. Debe de estar dividida: demasiado ruido la molestaría, pero un proceso sin incidentes la decepcionaría.

Los verdaderos actores se van a guiar por la idea que se hagan de cuál sería la mejor estrategia presidencial. La derecha no puede desdramatizar ese "salvamento de la nación" que afirma ser capaz de llevar a cabo. Tampoco sus adversarios pueden no intentar sacar partido de sus contradicciones internas. Pero la derecha, en el poder, tiene interés en una despolitización por miedo a que sus propias iniciativas políticas la hagan perder. La izquierda tiene interés en no parecer un mal jugador. Objetivamente, le interesaba el fracaso. Ahora hay que ver si es capaz de aprender de la lección recibida, si es capaz de inventar un mensaje y un lenguaje, si logra volver a comunicarse con una sociedad inquieta a la que ninguna política inmediata puede satisfacer.

Por lo que a las elecciones presidenciales respecta, la derecha tiene la desventaja del inevitable enfrentamiento entre Jacques Chirac y Valéry Giscard d'Estaing, la izquierda el del fracaso electoral de Michel Rocard, la pérdida de imagen de Laurent Fabius y el alejamiento europeo de Jacques, Delors.

Si la izquierda se dedica a jugar a ver quién será su candidato, no tiene ninguna posibilidad de hacer que se tambalee la firmeza chiraquiana. Si, por el contrario, aborda desde ya las tareas a las que está obligada, si lo hace con disciplina y seriedad, puede crear en dos años las condiciones de una verdadera competición entre dos visiones de la sociedad en Francia, en Europa y en el mundo. ¿Será capaz de hacerlo?

Las señales que hasta ahora se pueden percibir van en todos los sentidos. Por lo menos las que vienen de los líderes. Los militantes, hombres y mujeres que durante años han estado apartados de la actividad política, se han visto sacudidos por el fracaso y están deseando poner manos a la obra, dicen que hay recursos y voluntad. Están deseosos de hacer un amplio análisis de la situación y definir los métodos, un nuevo lenguaje, una base social, una visión de los objetivos que vuelva a hacer de la política no un juego sino el árbitro necesario del diabólico debate que enfrenta a los dos poderes que son la economía y la sociedad.

Si los socialistas y todos los que están cercanos a ellos reanudan las peleas internas están perdidos. Si se ponen a pensar y a hacer propuestas, es posible que no ganen, pero, en todo caso, habrán renovado el debate político en Francia, y sólo Dios sabe cuánto lo necesita el país. Los socialistas no tienen otra vía de acceso al poder.

¿Cuál es el papel del PS? No me parece capaz de servir de marco para esa necesaria renovación. Tampoco me parece que merezca desaparecer. Está destinado a unirse a un movimiento que, al hablar en nombre de valores en los que se reconozca, le permita contribuir al conocimiento del movimiento humano que él ha encarnado, no a la persistencia del aparato sin visión en el que se ha convertido.

Inventemos una buena política, el instrumento se creará sobre la marcha. El fin no son los medios sino los objetivos que dicha política permitirá alcanzar. Incluso el poder. Si el fracaso nos hace aprender esto, se convertirá en una victoria, pero: ¿no es una utopía?

es presidente del Instituto del Mundo Árabe de París.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_