"Hoy es más cotilleo"
"El día del entierro lloré, pero hoy es más cotilleo", decía una señora que estaba en primera fila junto a la valla de protección, esperando la llegada de los Reyes y de los invitados al funeral. La ceremonia de ayer era una combinación de pompas fúnebres regias y de crónica del corazón. Sin dejar de lamentar la muerte del conde de Barcelona y de comentar el significado histórico de su figura, las personas que llenaban la explanada frente a la puerta del monasterio de San Lorenzo de El Escorial, la Lonja como la llaman, estaban pendientes de la llegada de los personajes de la realeza y de la aristocracia que habían acudido a las exequias de don Juan.
"¡Qué bonito!", decía la gente a medida que iban llegando príncipes europeos de chaqué o uniformados, las enlutadas damas, algunas de ellas tocadas con sombrero, los emires árabes, los generales y almirantes con el pecho cruzado de bandas y poblado de condecoraciones. "Mira, mamá, cuántas medallas lleva ese señor", decía un niño. Las invitadas españolas se distinguían de las extranjeras porque llevaban, casi sin excepción, media peineta y mantilla negra. Seguían así la pauta de la Reina, que también iba tocada a la española.Para las personalidades invitadas al funeral había dos accesos. Uno, frente a la puerta de entrada del monasterio, a través de un largo pasillo alfombrado que cruzaba la lonja. Flor allí entraron Balduino y Fabiola, reyes de los belgas, que fueron de los más aplaudidos, así como la mayoría de los miembros de las casas reales reinantes y no reinantes, los embaladores y las autoridades españolas. En medio de tanta regia prosapia destacaba la figura, republicana y laica, del presidente de Portugal, Mario Soares, amigo de don Juan y representante del afecto de los ciudadanos del país que le dio acogida durante tantos años.
El otro acceso para las personalidades que llegaban era la lonja de la fachada este del edificio. Por allí llegó en coche el Rey con la familia real, y, antes que ellos, el presidente del Gobierno y algunos de los invitados más esperados por las miles de personas que llenaban el recinto: el príncipe Raniero de Mónaco y el príncipe de Gales, quien, segúns se dijo, como gran amante que es de la arquitectura, quiso darse un paseo a lo largo de la fachada del austero edificio de Juan de Herrera.
Emoción
El momento más emocionante de la ceremonia, que los asistentes siguieron en total silencio, fue cuando, antes de que don Juan Carlos pasara revista a la Guardia Real, sonaron las 21 salvas de artillería en honor a don Juan de Borbón, mientras las campanas tocaban a difuntos. Me encontré con un matrimonio israelí que había llegado haciendo turismo y estaban muy contentos porque decían: "Podemos visitar El Escorial en otro viaje, pero esto sólo se ve una vez en la vida".
"Ha sido un apoyo a la dignidad", dijo a mi lado un señor comentando la gran acogida que tanto en Madrid como en El Escorial y en otras ciudades han tenido los actos de despedida al conde de Barcelona. En El Escorial la gente está muy enterada de la historia y vicisitudes de la monarquía. "¿No ve que nosotros hemos visto a don Juan Carlos jugando en esta lonja?", me dijo una señora. Terció otra persona que dijo ser profesor del colegio de los Agustinos: "En la cafetería del hotel Miranda Suizo hay tertulias de señoras mayores que lo saben todo sobre los Reyes".
Hablé también con un señor que dijo ser panadero jubilado y se acordaba de todos los acontecimientos celebrados en el monasterio y de los políticos antiguos y modernos que por allí pasaron, incluyendo a Manuel Azaña. Había personas que se lamentaban de que se hubiese esperado a la muerte de don Juan de Borbón para rendirle homenaje. "Hubo quien lo hizo mucho antes", dijo uno de los presentes. Y recordó que el primer alcalde democrático de Madrid después de la dictadura, Enrique Tierno Galván, impuso a don Juan, en 1983, la Medalla de Oro de la Villa.
Una madre daba explicaciones a sus hijos acerca de la importancia histórica del papel que jugó don Juan en la transición: "Ha sido el eslabón perdído", decía la señora.
Viendo pasar a príncipes, princesas, dignatarios y damas y caballeros aristócratas, decía uno: "¡Anda, todos los días una boda!". La gente lo pasaba en grande comentando a los invitados que desfilaban. ¡Una revista del corazón ambulante! Una mezcla de sentimiento y curiosidad serviría de definición al acontecimiento. "A los invitados extranjeros les habrá impresionado", decía una señora, "la despedida que los españoles han dedicado a don Juan de Borbón". Exclamó una chica del pueblo: "¡Y también la hermosura que es El Escorial, digo yo!".
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