Uniformes, mantillas, bandas y chaqués
Todo el esplendor de las monarquías, en el funeral de Estado por don Juan
Los sacerdotes lucían capas pluviales y casullas del siglo XVII; las nobles invitadas, al igual que la Reina y las infantas, mantillas de exquisita blonda; los reyes y príncipes herederos de las monarquías en el poder, flamantes uniformes llenos de bandas y condecoraciones; los altos dignatarios, impecables chaqués. Todo el esplendor que simboliza la magnificencia de la Monarquía española salió ayer a relucir para dar la mayor prestancia al funeral por don Juan de Borbón celebrado en la basílica del monasterio de San Lorenzo de El Escorial.
Todo funcionó con precisión, salvo algún pequeño despiste de protocolo. Cuando el órgano de la basílica inició los compases del himno nacional acompañando la entrada de los Reyes de España y sus hijos al templo, los más de 650 invitados, miembros de la realeza internacional, altos dignatarios del Estado, grandes de España y demás personalidades estaban instalados ya en los bancos. También el presidente del Gobierno, que hizo su entrada justo antes que los Reyes.Todo estaba preparado para iniciar la ceremonia. Y cada cual estaba en su sitio. Los jefes de Estado y miembros de dinastías reinantes o no, en primera fila, en el lado del Evangelio. Los miembros del Gobierno de la nación, presidentes autonómicos y representantes de las altas instituciones del Estado, a la misma altura, en. el lado de la Epístola. Los grandes de España, entre los que destacaban los duques de Alba, en las últimas filas, justo enfrente, de los. miembros de los séquitos reales.
Las particularidades del protocolo monárquico permitieron ocupar un sitio destacado -la segunda fila- a antiguos soberanos, como Constantino de Grecia, Simeón de Bulgaria y Miguel de Rumania. Mientras, el heredero del trono británico, el príncipe Carlos, estaba situado una fila detrás junto al heredero de Marruecos, príncipe, Sidi Mohamed.
Los Reyes Balduino y Fabiola, -él con uniforme militar de gala, ella con mantilla- se sentaban junto a los Duques de Luxemburgo, el presidente de Portugal y el príncipe Raniero de Mónaco. El hijo de éste, Alberto, estaba ubicado detrás, y tuvo la oportunidad, en el pequeño tumulto que se produjo a la salida del templo, de cambiar impresiones con la ministra española de Asuntos Sociales, Matilde Fernández, muy sobriamente vestida.
Un mar de trajes negros
Detrás de Alberto de Mónaco se situaban los príncipes sin demasiadas esperanzas sucesorias de algunos países árabes, de Japón, de Tailandia. La mayoría, caras desconocidas para el público que abarrotaba la entrada a la Lonja del monasterio, que aplaudió con entusiasmo a los Reyes y a Doña María de las Mercedes, -tocada también con una mantilla española-, además de a los líderes políticos y a los rostros más populares.
La imagen que ofrecía el templo era majestuosa. Sobre el mar negro de los trajes de luto, destacaba el blanco de la túnica del príncipe marroquí -que se tocaba con un fez rojo-, y de los dignatarios de los países árabes.
Los barones Thyssen, ella con el pelo recogido en un moño, sin ningún tocado, se habían instalado por delante del cuerpo diplomático, después de muchas vacilaciones. La Duquesa de Alba, siguiendo el protocolo al pie de la letra, llevaba media peineta con discreta mantilla, como la mayoría de las invitadas de la nobleza, que sólo lucían perlas.
Los miembros de las órdenes militares, de las Reales Maestranzas, y los familiares e invitados en general, completaban la larga lista de asistentes.
En los minutos que precedieron a la llegada de los Reyes de España, los presentes tuvieron tiempo de moverse un poco por la basílica. El príncipe Carlos de Windsor sufrió un despiste cuando buscaba los lavabos. De improviso, con su impresionante uniforme de gala de la Royal Navy, apareció en la sala de Prensa, para asombro de los periodistas que seguían por los monitores de televisión la llegada de personalidades. El príncipe de Gales, lejos de alterarse, atravesó la sala y regresó a su sitio con toda naturalidad. Los monitores de televisión ofrecieron después su imagen leyendo con atención los textos litúrgicos impresos en edición bilingüe, castellana y latín.
Expertos en cuestiones monárquicas aseguran que, desde el fallecimiento de Alfonso XII, no se había celebrado en España un funeral tan solemne ni probablemente a tan baja temperatura, al menos en el interior del templo.
En la zona reservada a los diferentes séquitos, varios invitados vestidos con túnicas y kufías y calzados con veraniegas sandalias soportaban estoicamente el frío del monasterio.
En el sector reservado a los presidentes autonómicos, Manuel Hermoso, nacionalista canario, estrenaba cargo en un día señalado. El cambio de gobierno en Canarias, producido en medio de las exequias reales, ha permitido a dos presidentes: el socialista Jerónimo Saavedra y el propio Hermoso, representar a una misma comunidad.
Al concluir la ceremonia, que duró algo menos de hora y media, el grueso de los invitados atravesó la explanada del monasterio para embarcar en una decena de autocares que los trasladaron a Madrid. Los miembros de las casas reales y de las delegaciones extranjeras se dirigieron al Palacio Real donde, además de dar el pésame a Don Juan Carlos y Doña Sofía, compartieron un almuerzo con los soberanos antes de abandonar España.
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