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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Clinton y Yeltsin

LA CUMBRE de Vancouver ha terminado en un clima de cordialidad y cooperación. Por parte de Clinton ha habido un claro esfuerzo para evitar la impresión de condescendencia del rico hac¡a el pobre, presentando la conferencia como una reunión de las dos grandes potencias interesadas en la cooperación mutua. No es un problema sólo de forma. Uno de los objetivos de la reunión -que Clinton no ha disimulado- es el de dar un apoyo político a Yeltsin en un momento en que sufre ataques muy fuertes de los nacionalistas y en que tiene que afrontar, el 25 de abril, un referéndum decisivo para su programa de reformas.Clinton ha elaborado un plan reducido de ayudas directas de Estados Unidos (1.600 millones de dólares, la mitad a fondo perdido), con la preocupación esencial de que los rusos noten los efbctos de esa ayuda en un plazo breve: exportaciones de cereales y otros alimentos, y de medicamentos, deben empezar cuanto antes. Hay al mismo tiempo partidas concretas para el desarroflo de las pequeñas empresas privadas, de las que ya depende un porcentaje creciente del abastecimiento de la población. El plan de distribución de estas ayudas, elaborado conjuntamente por las dos partes, tiende a evitar que la ayuda se pueda perder, bien en meandros de la Administración, bien entre los dedos de las mafias, como ha ocurrido en casos anteriores.

Pero la cumbre de Vancouver no se limita al plano bilateral. El presidente estadounidense ha tomado una iniciativa que, en lo político mucho más que en lo económico, es de considerable envergadura, puesto que emplaza la ayuda a Rusia en el puro centro de sus preocupaciones exteriores. El pensamiento de Clinton es el de que no sólo se trata de ayudar a Rusia, sino de invertir en bien de EE UU y de la seguridad internacional. El presidente norteamericano ha sacado las consecuencias de una realidad que a todos amenaza: si Rusia se disgrega o vuelven al poder en Moscú fuerzas antioccidentales, la convulsión mundial sería terrible.

Para intentar evitarlo ya están en marcha otras iniciativas, como la reordenación de la deuda rusa por el Club de París o la propuesta de la CE de crear una zona de libre comercio que incluya a Rusia. El momento esencial será la reunión del Grupo de los Siete, que se celebrará en Tokio los días 15 y 16 de abril. Estados Unidos parece dispuesto a derrotar esta vez la concepción estrecha del Fondo Monetario Inteirnacional, que ha frenado la puesta en marcha de las ayudas a Rusia comprometidas hace un año. Una de las consecuencias de Vancouver debería ser una manera más abierta y generosa de enfocar el tema complicadísimo de cómo ayudar a Rusia.

Sin embargo, incluso si se amplían las iniciativas de cooperación, su efecto no puede ser inmediato. Y nadie sabe cómo acogerá la población rusa la reunión de Vancouver. De la simpatía por Occidente de la primera etapa de Gorbachov no queda casi nada. La reforma encaminada a la creación de una economía de mercado ha supuesto un considerable retroceso del nivel de vida. Probablemente tenga razón Yeltsin cuando dice que no hay alternativa a su presidencia, al menos con visos de estabilidad. Pero Yeltsín ha sufrido un gran desgaste, y tampoco algunos de sus comportamientos encajan en la ortodoxia más democrática. Quizá lo más positivo sea que algunos de sus adversarios hayan caído en mayor desprestigio aún. Las perspectivas de Vancouver son un argumento para sectores no ganados por un nacionalismo cerril. Pere, sigue siendo dudoso el resultado del referéndum en el que Yeltsin está empeñado.

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