"Me da miedo ir al fútbol"
Las dos rotativas de José Antonio Clemente imprimen un millón de revistas a la semana
Trabajar de veteapor en una especie de imprenta, echarse novia, casarse, trabajar más, criar dos hijos, crear una empresa en Leganés como Avenida Gráfica, seguir trabajando, y los fines de semana, ya en la sierra, conducir el carrito de la compra con su mujer entre pasillos de conservas y galletas. Y todo eso ... ¿para qué?, ¿qué sentido encuentra en acumular tantas cosas? ¿Disfruta José Antonio Clemente, propietario de dos rotativas y tres televisores, buen padre, buen hombre, mejor empresario, del dinero que gana? "Difícil cuestión ésa", responde.
Cuatro coches para cuatro personas. José Antonio Clemente, la señora de Clemente y los hijos de Clemente penetran en la ciudad pertrechados en dos Ford, el Mercedes y un Volswagen. Una de las conquistas que el-hombre-hecho-a-sí-mismo le arañó a la vida fueron los motores.Que nunca faltasen neumáticos, volantes y cuentakilómetros que llevarse a los ojos. No se acuerda de la última vez que utilizó el metro o el autobús, aunque su mente distingue muy bien entre el cielo de Boadilla y el de Leganés, simplemente por el dióxido de azufre y nitrógeno que soportan las narices en uno u otro sitio.
35 minutos de radio
Las dos rotativas, de 400 millones de pesetas cada una, vomitan miles y miles de revistas como Dinero, Crecer Feliz, o las recetas de Arguiñano, mientras él conduce desde Boadilla a Leganés, 35 minutitos de radio en el Mercedes 300, o da cuenta de la manducatoria en cualquier restaurante de la capital.Su despacho en la zona industrial de Leganés tiene la misma pinta que un despacho en la zona industrial de Leganés: nada de sillones ostentosos, obras de arte, monitores de televisión o hilos musicales que le transporten desde la periferia madrileña al barroco italiano.
Austero y sin concesiones estéticas; así es su nido de trabajo.
El almuerzo, siempre en Madrid, de negocios, sin saborear la comida y con la imagen presente de que el mejor "restaurán" es la casa de cada uno.
No siempre encuentra sitio donde resguardar el coche de las inclemencias de la urbe, y días hubo y habrá en los que fue preciso volverse a casa después de bajar a Madrid engalanado con su señora para asistir al teatro. Ni en los aparcamientos había plaza para el Mercedes.
Además, andar, lo que es andar, o ver un partido, lo que se dice un buen partido, supondría sobre todo un ejercicio de memoria: tendría que remontarse muchos años para recordar cuándo lo hizo por última vez. Le da miedo ver un partido, que sus hijos lo vean, salir con su mujer y disfrutar la calle se ha convertido para él en una prueba de valor.
Piensa en Álvarez del Manzano como el mejor alcalde de Madrid, pero mientras pueda continuará con su césped en Boadilla, sus libros, revistas, paseos y que le dejen de humo y atascos. Todo ello a costa de los amigos, y lo sabe. Que no se puede mantener una amistad en Madrid que perdure muchos años, que no hombre, que no.
Se lo olía de cuando empezó de veteapor en una especie de imprenta con 15 años. El éxito exige sacrificios, se dijo, y la amistad era uno de ellos. Ascendió. Tuvo secretaria, creó una empresa propia, contrató más secretarias. Y a todas ellas les exigió discreción; no sólo en la información de la empresa, que lo daba por sentado, sino en su conducta y modales.
De viajes poquito, que ya tiene bastantes con los del trabajo. De ellos guarda el recuerdo de algún atardecer en Disneyworld, amaneceres mexicanos y paseos por Buenos Aires, Londres o Río. Pero vacaciones, también poquitas. Quince días en agosto, donde caiga, y se ha acabado.
Dice que lee de todo porque cree que una de las obligaciones de las personas con responsabilidades como la suya es "estar actualizado" en sus conocimientos, aunque le queda muy poco tiempo para leer todo lo que no sea publicaciones económicas.
Y ahí va, de vuelta a casa o a la sede de empresarios de artes gráficas, con sus 51 años de autodidactismo, el sueño de que los chicos se hagan cargo del negocio y la vaga impresión de no saber muy bien por qué lucha. Al rato surge como con un resorte la típica respuesta: por la familia, por los empleados y por la sociedad. Pero siempre hay algo más.
Después de pelearse con créditos europeos, editoriales, publicistas y demás, en Boadilla, los pies en alto, la cabeza apuntada al techo, algún asomo de duda llegará. ¿Disfruta este fabricante de revistas, dueño y señor de tres televisores, cuatro coches y dos rotativas, amigo de sus vecinos, enemigo de las masas, del dinero que gana? Difícil cuestión ésa.
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