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Ni Dios manda en el campo

Hombres del campo de España, labradores y ganaderos, han venido en marcha sobre la Capital, a juntarse en la Plaza de España, alzando unas voces y unos palos, a protestar contra algo, a publicar que no se encuentran felices con las maneras en que les ordenan los asuntos.No saben bien seguramente ante qué Palacio o Ministerio o Delegación o Comisaría tendrían que ir a levantar los palos y las voces. A lo mejor no están muy ciertos de saber de que protestan, qué tendrían que reclamar ni a quién.

No van a ser sus dirigentes, prohombres ilustrados ni líderes sindicales, los que se lo digan: ¿cómo van, si están ellos obligados a engañarse los primeros? Por el contrario, les propondrán unas reivindicaciones de las consabidas, que si ración del Presupuesto Estatal, que si cómputo del horario del funcionariado agropecuario... y acabarán sentándose con los Ejecutivos del Señor a una larga mesa, donde las reclamaciones se enreden en los embrollos de la burocracia interminable, donde se pierdan los últimos ecos de la ira y el malestar que los movía.

¿Podrá ser que algunos más humildes y cercanos a la tierra, menos comprometidos con el Aparato, traten de decirles qué es lo que les pasa?

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Pues es, en una palabra, la Planificación. Vosotros, gentes del campo, como todos, pero más agudamente por lo que todavía estéis más cerca de la tierra, padecéis el vaciamiento de la vida que trae consigo la pretensión de planificar, de ordenar desde Arriba, desde un Centro, que es en este caso el del Mercado Europeo, la producción, las actividades, las ocurrencias de la gente.

Vivís, vivimos, bajo un Imperio: es el Imperio de la Idea, de creer que puede ser eso, que tiene que ser eso, de que una reata de Ejecutivos, reunidos en una torre de Bruselas o de donde sea, sobre un mapa de Europa o lo que sea, declaren "Aquí, quitar vacas", "Allí, poner gallinas", "Acá, levantar viñedos", "Allá, sembrar girasoles", y que, con ésas, se va a racionalizar la producción, equilibrar el mercado y maximizar la rentabilidad (es la jerga de Ellos: ya os suena); y naturalmente, a los dos años, a cambiar de Plan; porque los Ejecutivos están para eso, y son cantidad, y se intercambian en los escalafones; y que vosotros produzcáis o no zanahorias, da lo mismo (ya se traerán zanahorias australianas), pero si Ellos no producen planes, están perdidos, no podrán justificar el puesto y la soldada.

De ahí os vienen los males que más os duelen. Aunque os hayáis dejado ya engañar, y que de tiempo atrás os hayan convertido la producción de leche: o trigo en cosecha de dinero de la Banca, y que ahora hayáis recibido un par de milloncejos por acatar la Idea central y cambiar de cultivo o de ganado, por lo bajo os queda rezongando una sospecha de que hay algo de mentira y de vacío en todo eso. Bien será que oigáis la trampa y la vanidad de la Planificación a que os someten.

El Imperio de la Planificación es el imperio de la estupidez, y más cuanto a mayor escala. Porque está fundado en la fe en el Futuro, en que cada vez se planificará mejor y llegará un día en que todo el campo y el mercado, de Europa por ejemplo, marche como una maquinita bien engrasada y sin rebabas.

Pero ese Futuro no llegará nunca: la Planificación lleva el fracaso en su propia esencia. Es, al fin, una idea infantil: la misma que mueve al adolescente a hacerse horarios y organizar su vida. Y la Historia misma empieza con la Planificación y sus fracasos sucesivos.

Ejemplo de planificación fue la de los faraones egipcios, ordenación de los cultivos desde Arriba, y empleo de los consiguientes desocupados en levantar pirámides; las cuales debían estar ahí sirviéndonos como muestra de lo que es el vaciamiento de la vida cuando se deja someter a la Idea del Señor del Centro.

Se derrumbó el Imperio Romano, el más sólido ejemplo de planificación a gran escala, y... ¿qué pasó? Pues que la gente siguió viviendo, y no sólo viviendo, sino inventando nuevas mañas para arreglárselas entre las ruinas del derrumbe, y hasta, entre esas mañas, copiando a mano algunos monjes restos de libros antiguos, gracias a los cuales volvería a desarrollarse la cultura, y con ella, ay, los nuevos intentos de la estupidez reinante y la planificación de vidas y poblaciones.

Que la Planificación esté condenada al fracaso es de por sí un motivo de alegría, porque revela que la vida, la tierra, el pueblo, siempre rebosan de todos los planes, siempre acaban por no dejarse planificar y hacer reventar los infantiles esquemas de los Ejecutivos del Señor. Lo malo es que, en tanto que fracasa, generaciones de gente van muriendo con la vida vaciada y embobada por el intento de someterse a los planes, a la Idea.

Como ahora vosotros, hombres de la tierra, que caéis de vuestros pueblos medio arrasados por los planes del Mercado Central sobre la triste Capital de España; que os han desbaratado los medios que ibais inventando de aprovechar vuestras haciendas y vuestras máquinas útiles para ir tirando aun en medio de este caos del Desarrollo; que os han cortado las vías de distribución de los productos que, mal que bien, os iban funcionando, y que ahora os encontráis con las manos vacías y sin saber qué han hecho con vosotros.

No hace falta pues mirar a la Historia, sino sentir qué es lo que os está pasando, lo que se está haciendo con vuestros pueblos, vuestros trigos, vuestras ovejas, vuestros hijos condenados en manada al auto y al televisor.

Y es que, ¡vive Dios!, este cuento de intentar planificar, ordenar la producción de campos y de gentes, y el fracaso y los desastres consiguientes a la Idea, se ha repetido tantas veces, que ya el seguir creyendo en eso y sacrificando vidas para eso se vuelve criminal de puro estúpido.

Hay que elegir, amigos: o se cree en la imbecilidad del vulgo, de las masas (que es a lo que quieren los Ejecutivos reducir al pueblo), y que, por tanto, hay que guiarlos desde lo Alto (un Plan, un Mercado, un Imperio), o, si no, ¡abajo!, ¡ni Dios que mande!; lo cual no quiere decir más sino que se confía en que hay por acá abajo más sabiduría que todo eso, en que siempre surgen entre la gente con sentido común invenciones para írselas arreglando, si los dejan.

Y vosotros, gente de los campos de Europa medio arrasados por la Planificación, ya sabéis en qué trampa habéis caído cuando pedíais en vuestros carteles "Un futuro para el campo": futuro es eso en lo que Ellos creen, lo que creen que van a organizar para la Eternidad desde su Centro. Muerte es el Futuro que os prometen, muerte de la tierra, de los pueblos, de la vida.

Cuando caigáis otra vez sobre la Capital, que sea para decirle NO al Futuro: que no os planifiquen, y que os dejen, a ver qué pasa.

es catedrático de Latín de la Universidad Complutense de Madrid.

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