El 'fenómeno Csurka'
¿Por qué el nombre del populista escritor húngaro de derechas ha servido para denominar el fenómeno o síndrome que considero que tiene influencia y relevancia en Europa central y, quizá, en zonas más amplias? Sencillamente, porque fue Itsvan Csurka, un autor de teatro cuya carrera en tiempos del comunismo estuvo llena de altibajos -unas veces favorito de los mandamases del régimen y otras chivo expiatorio cuyos libros eran prohibidos-, quien tras el colapso del régimen, precisamente como Benito Mussolini hace algunas décadas, tuvo el talento de condensar en sus magistrales panfletos todas las ideas de un nuevo tipo de radicalismo, esencial pero no exclusivamente, de derechas.Cuando los ideólogos del Vatra Romaneasca rumano o del Pamiat ruso, al igual que sus colegas serbios, croatas, eslovacos o austríacos, estaban simplemente recitando los clichés del antisemitismo y la xenofobia fin-de-siècle, Csurka elaboró una morfología y propuso un programa. Así, la nueva epidemia ha recibido apropiadamente el nombre de su principal heraldo y más lúcido propagandista.
A la cabeza de una larga lista de los componentes del fenómeno Csurka puede distinguirse una hostilidad hacia Occidente que combina las verdades, las medias verdades y las mentiras venenosas de una kulturkritik romántico-radical (y, básicamente, de derechas) de Estados Unidos con los ataques marxistas a la vida exenta de significado de una sociedad capitalista de consumo. La tesis del carácter uniformemente capitalista de la economía mundial (frente a la cual la competencia a vida o muerte entre las economías y sociedades occidental y soviética pierde significado y se transforma en una seudorrivalidad -ya que, supuestamente, sólo fueron subsistemas de un único orden económico-) era, aparentemente, propiedad intelectual exclusiva de los trotskistas y postrotskistas franceses y estadounidenses. Pero ahora, sorprendentemente, aflora en los panfletos de Csurka como una importante teoría cosmogónica, sin ofrecer en ningún momento una alternativa a este mercado mundial uniformemente capitalista. Esto es así porque, por una parte, el fiasco del orden económico alternativo -el comunismo- es demasiado patente como para que un escritor político flirtee con la economía dirigida y, por otra parte, la retórica de Csurka es de un anticomunismo redomado. El símil más utilizado por él para referirse a la economía moderna es el del sistema digestivo, que posee un dinamismo indispensable para la vida, pero de cuyos productos no puede hablarse en público, y mucho menos identificándolos con crecimiento, creatividad y progreso. De ahí que, para Csurka, los economistas sean los técnicos de la digestión social y huelan como tienen que oler.
La demagogia social es el núcleo del fenómeno Csurka, y no sólo en su forma impotente de denuncia de desigualdades, aunque la secreta riqueza de la nomenklatura -que para Csurka está representada principalmente por el dinero judío- es uno de los objetivos principales de su celo investigador. Más radicalmente, reclama un cambio inmediato en la élite, cambio que en términos prácticos no puede sino equivaler a quitarles a otros el trabajo y ocupar sus viviendas. Su racionalismo es abiertamente organicista y racista. La comunidad nacional es un cuerpo que rechaza los sustratos extranjeros (ante todo, judíos y gitanos); tampoco es compatible con el sustrato de otros grupos étnicos o culturas. Aunque Csurka, como nacionalista-racista húngaro, odia todo lo serbio, sobre todo a los chetniks, la idea de limpieza étnica es tan afín a él como a Seselj, el duce chetnik, o a Karadzic, líder de la Krajina serbia en Bosnia, ese gran profesional de la limpieza de bosnios en Bosnia. Incluso se supone que las diferencias sexuales son causa de infecciones peligrosas para este organismo (el radicalismo húngaro de derechas comparte la aversión de los fascistas masculinos hacia la homosexualidad).
El principal protagonista de esta teoría es das volk (el pueblo), esa terrorífica abstracción en nombre de la cual la complejidad intelectual se reduce a simplicidad mental y bailes folclóricos, y la heterogeneidad de un Estado nacional democrático-liberal se purifica en un enclave étnico homogéneo. Y el sentimiento fundamental que impregna el fenómeno Csurka es el ressentiment, el mismo que Nietzsche identificó como verdadero combustible emocional del socialismo de masas.
En Hungría, el movimiento promovido por Csurka ocupa una posición peculiar. Emergió dentro del partido en el Gobierno, el Foro Democrático Húngaro (oficialmente, Csurka es uno de los líderes del partido), pero se sentía insatisfecho con los métodos moralmente desinhibidos, aunque demasiado lentos y parlamentarios, de la principal corriente conservadora de su propio partido, al que ahora ataca cada vez más. Y sería un error negar toda credibilidad y relevancia a las críticas sociales de la extrema derecha; más bien, esta última existe y crece gracias a sus propias verdades engañosas.
Cada nuevo panfleto de Csurka pone voz a algunas de las quejas de aquellos que están por debajo de la historia, que no pueden encontrar la fuerza y los medios para hablar por sí mismos. Y cada manifestación de quejas es al mismo tiempo la preparación de los fieles, de los militantes de derechas. Por eso se da la extraña situación de que el ala de Csurka sea un partido de oposición dentro del partido en el Gobierno que busca aliados en la extrema izquierda. Más recientemente, Matyas Szuros, un líder de los socialistas húngaros, miembro también del último Gabinete político de Kadar, demostró públicamente su solidaridad y simpatía con las acciones y puntos de vista de Csurka.
Fuera de Hungría, y en un contexto más amplio, esta última característica puede ser la expresión simbólica de la convergencia inminente entre los nietos de derechas y de Izquierdas de Trotski, los eternos revolucionarios de todos los colores y tonos. Hay en muchos países vínculos que unen a estos extraños compañeros en insólitos matrimonios políticos. Podemos Identificar tres de ellos en los cuales las tendencias de derecha y de izquierda están conectadas entre sí. Hay una necesidad, tanto en la derecha como en la izquierda extremista y radical, de revolución permanente, que es la forma vital por excelencia de dar rienda suelta al resentimiento, colectivamente y con aparente legitimidad. El socialismo de masas puede ser de derechas o de izquierdas, pero siempre necesita una ideología cada vez más vacía y una práctica multitudinaria de una revolución social permanente.
Además, los eternos revolucionarios de la izquierda y de la derecha son tropas políticas de asalto que rechazan no sólo los métodos democráticos, sino también el espacio democrático donde se desarrolla la política. Aunque la calle sea uno de los campos legítimos de la política democrática (que, después de todo, nació como continuación del mercado), el contraste exclusivo entre la calle y los edificios donde se legisla y delibera engendra violencia y destruye la democracia. También acaba con el discurso racional y los planes económicos por considerarlos insignificantes, confiando una vez más el destino de su héroe, el pueblo, a los grandes designios proféticos. Por último, los eternos revolucionarios de la izquierda y de la derecha odian la diferencia y aspiran a la homogeneidad social total; siempre están a un paso de la totalización de la sociedad.
Es en este complejo sentido, y no a causa de la inminente amenaza que representa para una democracia húngara muy joven, en el que el fenómeno Csurka merece nuestra atención y estudio. Es un elogio al sentido común colectivo de los húngaros que Csurka ocupe siempre el último lugar en la lista de popularidad de políticos nacionales, y es muy previsible que su movimiento apenas logre alcanzar representación parlamentaria en las próximas elecciones. Pero ninguna medicina social inteligente pasa por alto el estudio minucioso de síntomas importantes y amenazadores.
es profesora de Sociología de la Nueva Escuela de Investigación Social, en Nueva York.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.