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Una cadena de desencuentros

Pilar Bonet

El presidente de Rusia, Borís Yeltsin, tiene gran capacidad para actuar en situaciones límite, pero se pierde y se confunde ante tareas tan complejas como la transición hacia un modelo estable de un Estado que en un año y medio ha cambiado sus fronteras, su régimen político y su posición en el mundo.Tal vez, Yeltsin tiende a transformar las complicadas situaciones que la realidad pone ante él en dilemas maniqueos entre reformistas radicales (el presidente, su equipo y un concepto abstracto de pueblo) y comunistas revanchistas (Ruslán Jasbulátov, el Parlamento y los sectores comunistas y nacionalistas). Ése era el espíritu de su mensaje del sábado.

Los cambios no avanzan con la velocidad que quisiera el equipo presidencial, pero la culpa no es sólo del Parlamento, que cerró filas alrededor del presidente en los días críticos de agosto de 199 1. A la situación de hoy se ha llegado por una cadena de errores y fallos estratégicos que comenzaron tras el golpe.

El primer error fue pensar que la desaparición del partido comunista (PCUS) como columna vertebral del sistema garantizaba las condiciones políticas para realizarla durísima reforma radical de corte monetarista que se puso en marcha en enero de 1992. Los antiguos apparatchiki, una vez recuperados del susto, ocuparon posiciones en el sistema de los sóviets. El equipo de Jasbulátov está plagado de antiguos funcionarios del Comité Central del PCUS. Asesor en cuestiones militares del Presídium del Sóviet Supremo, es hoy nada menos que VIadislav Achálov, que era viceministro de Defensa en agosto de 1991 y sospechoso de haber participado en aquel golpe.

Yeltsin ha descuidado un detalle importante: la mentalidad colectivista y las exigencias de protección social de una población que, viendo sus salarlos deteriorarse día a día, se siente engañada e indefensa.

Rusia es hoy un paraíso de oportunidades para los jóvenes emprendedores con espíritu de aventura, pero es un infierno para quienes tienen sueldos fijos, los jubilados, las familias numerosas, los enfermos y todos los necesitados de protección social. La sociedad se está polarizando entre ricos (ostentosos y prepotentes en muchos casos) y pobres.

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Energía y letargo

En el periodo histórico que se inició con el golpe de agosto de 1991, Yeltsin ha actuado de forma cíclica, combinando los arranques de energía con los periodos de letargo. A finales de octubre de 1991, el Parlamento que ahora le es tan hostil concedió al presidente poderes especiales para realizar la reforma económica por decreto. Estos poderes expiraron el 1 de diciembre de 1992, y no fueron renovados entonces por el Congreso de los Diputados. Yeltsin, poco dispuesto ya a coexistir con el Parlamento, intentó el 10 de diciembre poner en marcha un referéndum para que el pueblo mismo dijera quién debería asumir la responsabilidad de sacar al país de la crisis. El Congreso reaccionó en contra y el conflicto se resolvió el 12 de diciembre con la ayuda del presidente del Tribunal Constitucional, Valeri Zorkin, y la convocatoria de un referéndum sobre las bases de la Constitución para el 11 de abril. Aquel pacto se mantuvo poco tiempo porque, de hecho, Yeltsin continuó empeñado en obligar al pueblo a definirse.

Entre las dos últimas sesiones del Congreso (la séptima en diciembre y la octava en marzo) hubo momentos en los que tal vez Yeltsin y Jasbulátov hubieran podido llegar a un acuerdo sobre la base de elecciones anticipadas del Parlamento y el presidente. Pero Yeltsin tuvo dificultades para aceptar la idea de que ambas elecciones debían ser simultáneas como quería Jasbulátov.

A pesar de sus declaraciones, Jasbulátov y el Parlamento son reacios a las elecciones anticipadas. El último Congreso remitió ad calendas graecas tal perspectiva, al encargar al Sóviet Supremo estudiar la conveniencia de introducir modificaciones en la Constitución al efecto.

La reforma económica radical de corte monetarista comenzada bajo la batuta de Yegor Gaidar en enero de 1992 tuvo que ser corregida a partir de la primavera para asegurar la liquidez de las empresas, para que se produjeran quiebras masivas y la agitación social consiguiente.

El Gobierno ruso ha hecho recaer las responsabilidades por la espiral inflacionista sobre el Banco Central, sometido al Parlamento. Pero no es exactamente así, porque hasta el primer viceprimer ministro, Borís Fiodorov, heredero espiritual de Gaidar, ha recurrido al dinero inflacionista para sostener la industria. Los obstáculos para la reforma, pues, no están sólo en el Parlamento. Están en la realidad y en la fe ciega en el milagro.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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