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Mubarak visita la gran mezquita de El Cairo para demostrar su religiosidad.

ENVIADO ESPECIAL El presidente egipcio, Hosni Mubarak, eligió ayer la celebración del último viernes del Ramadán para cerrar con oraciones en la mezquita de Al Azahr la semana más cruenta de su mandato y así demostrar que, contrariamente a las acusaciones de sus acérrimos enemigos islámicos, es sobre todo un buen musulmán.

Mientras el jefe del Estado escuchaba el sermón dedicado al constante mensaje de paz del Corán, su ministro del Interior, Abdel Halim Musa, hacía esfuerzos por disimular su preocupación jugueteando con un rosario marrón. Afuera, centenares de policías con armas automáticas acordonaban la mezquita. Era imposible decir cuántos agentes en traje de civil merodeaban por el perímetro pidiendo documentos de identidad, especialmente a los hombres de barba. Uno de ellos, un joven de galabiya blanca y cuya apariencia se convirtió en sospechosa porque blandía en su mano derecha un Corán al grito de "Alá Akbar" (Dios es grande), fue alejado rápidamente y con violencia. En los techos vecinos se recortaba la silueta de francotiradores.

Tras una semana de violencia entre el Gobierno y fuerzas musulmanas radicales con el resultado de 42 muertes, el presidente de Egipto tiene más que nunca fundados motivos para temer por su seguridad. Pero su asistencia a la mezquita ayer fue un gesto para demostrar que el Gobierno de Egipto esta hecho de buenos musulmanes y que la insurrección que sacude el sistema laico y que mantiene la ley marcial desde hace 12 años es obra de malos musulmanes.

'Santa alianza'

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Ese esfuerzo ha llevado al Gobierno egipcio a promover hace tres meses una santa alianza entre Gobiernos árabes que se sienten amenazados por la ola de fundamentalismo islámico. Luego, el propio presidente Mubarak inauguró seminarios destinados a denunciar la interpretación que los persas de Irán han dado al islam tras la victoria del ayatolá Jomeini en 1979.

Tal es el afán oficial egipcio por pulir sus credenciales islámicas que ha incurrido en cierta exageración. Hace un mes, por ejemplo, el Gobierno colocó carteles que mostraban a un musulmán malo, puñal ensangrentado en mano, que acababa de saquear una caja fuerte. Abajo venía el título en inglés: "Esto no es el Islam" y "No al terrorismo".

El más reciente ejemplo de cuánto significa para el Gobierno egipcio mostrarse como la fuente del buen islam es que el Ministerio de Asuntos Religiosos está promoviendo un concurso panislámico sobre la memorización del Corán. El premio para quien pueda recitar, en árabe clásico, los versículos del libro está dotado de 100.000 libras egipcias, aproximadamente tres millones de pesetas. La gama de nacionalidades de los participantes es amplia. En los círculos conservadores de El Cairo no hay duda de que el ganador será un egipcio.

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