Ahí estamos
La crisis institucional amenaza a Italia, y su sombra se cierne sobre Francia a poco que las previsiones electorales se cumplan y Mitterrand quiera repetir en clave de farsa lo que en su momento fue un drama resuelto con tino y belleza política. Con el cariz de una consigna licuada en los laboratorios donde conspira la historia, el viento de la corrupción levanta el velo de los aparatos de Estado en Alemania, Francia, Italia y España. En el norte y en el sur europeos, los llamados partidos tradicionales observan con helado estupor la aparición de nuevos o viejos fenómenos de incardinación política, sean los verdes, la derecha xenófoba o los movimientos nacionalistas. La izquierda del continente, la izquierda moderada y gobernante, administra la leva de las ilusiones igualitarias en razón de los pellizcos monetaristas y advierte cómo el maremoto del Este arriba implacablemente a sus costas. La violencia presuntamente inexplicable, o describible a partir de apelaciones míticas, clava su zarpa en Rostock, Liverpool, Alcàsser.Nunca fuimos tan iguales unos y otros.
Ése, a grandes rasgos infelices, es el nuevo espacio común europeo. La certidumbre poderosa contra la que resulta superfluo el rechinar de dientes antieuropeísta. Evidentemente, no es el mejor de los consensos posibles: agarrota y luego nos hace temblar. Acostumbrados a entender Europa como una confortable trama de ciudades, rica, culta y tolerante; a vernos en su espejo en los días aciagos de crisis individual, nacional; habituados a la oda, es casi terrible afrontar el envés del verso. Pero el envés es compacto y terminante, la prueba de que vamos juntos, aunque resulte difícil saber adónde: sentencia del tiempo y cláusula del porvenir.
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