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El mito de la negociación

La negociación es argumento central en los variados discursos políticos del País Vasco. La grey de HB, unánime, amenazante, la exige a los cuatro vientos, pues será la salvación universal. Los demás nacionalistas, bendecidos por obispos, vicarios y arciprestes, la encomian como vía gloriosa para salir del lío en que estamos metidos, aunque luego se pierdan en raros distingos entre conversar y negociar, entre negociaciones políticas y de las otras... Menos versados en teología, no matizan tanto los no nacionalistas y responden nerviosos al tenia de la negociación con misteriosas frases que, al parecer, significan "de momento, nada"; de lo que se deduce que, cómo no, están dispuestos a negociar, y por eso, a poco que pueden, se, van a Argel o construyen autovías al gusto de Artapalo. Sólo unos cuantos pacifistas se oponen en serio a la negociación, y su actitud parece estrafalaria, la de unos ingenuos que, al margen de los partidos, no están en la onda. Además, por si sus ideas cunden, HB ha organizado su pacifismo militar, a partir de la exitosa Lurraldea, para demostrar que no se trata de lograr la paz, sino de imponer negociaciones. Pues hay pacifismos que matan.La referencia a la negociación sirve para todo. Se la utiliza en especial para evaluar qué quiere decir ETA cuando asesina, y también cuando no lo hace, pues hay unanimidad en admitir, contra cotidianas evidencias, que ETA piensa y que su objeto social es sacudirnos con sus reflexiones, transmutadas en sangres o silencios al albur de sus estrategas. Por eso a los asesinatos acompañan sesudas valoraciones sobre qué significan en el arduo camino de la negociación, vía crucis que recorremos sin comerlo ni beberlo. A estas alturas, lo más grave que se le ocurre a un político para condenar a ETA es decir que "así no se puede negociar". Me imagino que los terroristas se sentirán reconfortados, pues la popularidad de su referencia más querida les confirma que están en el buen camino.

La negociación es el gran éxito publicitario de la abertzalía. Se ha convertido en mito, como panacea que nos sacará de nuestras desdichas y asegurará felicidades sin cuento. Es el mito de las horas de la desgracia de un movimiento agónico, sin capacidad ya de abogar por contundentes salvaciones de vascos mediante rupturas democráticas, dichosas Albanias formadas por el PTV (pueblo trabajador vasco) o la enigmática alternativa KAS, de tanta fortuna en otros tiempos. Un día, la organización comprobó que el personal no está para trotes y que, pese a tanta propaganda sangrienta, no quiere yugoslavizarse. Miserias de la vida política, hubieron de abandonar místicas más contundentes y propagar la negociación. Lo exige el marketing político de la liberación nacional. Menos mal que, para no despistar a sus fieles, ETA aclaraba en las vísperas de Argel que Ias conversaciones ( ... ) deben constituir un frente más de lucha en función de la estrategia de lucha armada, de masas e institucional, debiendo hallarse al servicio de la misma, y no corno un fin, sino como un medio, para alcanzar nuestros objetivos".

O sea, que para el gremio hachebita las cosas están claras: la negociación es un paso más -un medio, no el fin- hacia la liberación nacional. En cambio, en los voluntaristas ámbitos democráticos ha cuajado la idea de que es la gran solución. Presuponen, cualquiera sabe por qué, que todo se arreglará cuando ETA entienda que aquí hay democracia y que la autonomía del País Vasco es algo serio. Y que la negociación servirá para explicárselo. Por eso, en las reuniones de Argel y en las celebradas por los nacionalistas con HB se consumió casi todo el tiempo hablando de la transición y de nuestro sistema político. Como si fuese posible convencer a los terroristas (le las excelencias de nuestra democracia y autonomía. ¿Dónde estará para ellos la bondad de autonomía y democracia? Tal es, después de todo, el quid de la cuestión.

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Hay mucho voluntarismo en esto de imaginar que, tras la sesión didáctica, abandonarán la armas entusiasmados, sin más contraprestación que la de que sus presos salgan de la cárcel. Así, a la postre, ETA habría sido una especie de organización altruista, con el destino histórico de mejorar nuestras condiciones políticas y, misión cumplida, disolverse al vemos felices, un caso único en la historia de los movimientos armados que buscan liberaciones nacionales. Con elementos tan precarios -no parece que ETA sea precisamente una organización altruista- se ha entrado en el juego negociador, que dirigen, de momento, los revolucionarios del país.

El papel instrumental que ETA y HB otorgan a la negociación explica que la reivindiquen en abstracto. ¿Negociar qué? Es la cuestión fundamental, pero nunca se refiere nadie a ella, ni las fuerzas hachebitas, ni el estamento clerical, ni la nobleza nacionalista, ni el tercer mundo españolista, si se dejan a un lado esas alusiones grandiosas a los derechos históricos de los vascos y al contencioso País Vasco-Estado, que bien mirado no quieren decir nada. Los vericuetos mentales del país son realmente extraños. Tanto chantaje y extorsión, y no da ni para argumento de serie televisiva. Hasta en los culebrones los extorsionadores son más serios: explican su precio para acabar con la extorsión, el extorsionador hace cuentas y sabe a qué carta quedarse. Los nuestros, no; no nos cuentan el precio: sólo dicen que quieren hablar y que entonces veremos. Que no nos pase nada.

En los mitos, lo importante no es el contenido, sino su capacidad de sugestionar. Así, el de la negociación presenta idóneas condiciones para servir de mito, habida cuenta de su vaciedad. En estas cosas, nada mejor que una buena apariencia y el vacío dentro. Y en cuanto a fachada, el mito de la negociación tiene una excelente virtud: suena a democrático. Sugiere diálogo, conversaciones, intenciones de ponerse de acuerdo. Uno se imagina a gente sentada alrededor de una mesa hablando, resolviendo problemas. Y eso siempre gusta. Viene bien al síndrome de Estocolmo que reina entre nosotros, con todo el mundo harto de tiros y demagogias, y dispuesto a agarrarse a un clavo ardiendo para que pase a mejor vida esta etapa negra. Como, además, el mito de la negociación implica que nuestros problemas los resolverán el Estado y los terroristas, y que, por tanto, la solución será ajena a los mortales, pues miel sobre hojuelas: viene como anillo al dedo de esta sociedad vasca en la que abundan quienes se sitúan por encima del bien y del mal, tras tantos años de adoración contemplativa de cualquier radicalismo y de defenestración intelectual del Estado. Por la paz, un avemaría, que lo deja todo en manos del Altísimo.

La imagen democrática de la negociación se mantiene pese a que el mito significa precisamente lo contrario. La apología de la negociación presupone que aquí no hay democracia y pretende sustituirla por otra cosa, indefinible, en la que la fuerza de una de las partes no depende de sus votos, sino de su capacidad de extorsión, de la evidencia de que ETA mata, que, desde luego, es razón severa, pero como argumento resulta más bien un insulto a la inteligencia.

Sus implicaciones antidemocráticas hacen que el mito negociador esté jugando un papel preocupante. En él está implícita la idea de que cuando ETA mata lo hace para conversar democráticamente. ¿Compartir el mito de la negociación no sirve para legitimar a ETA? ¿Suponerle tan buenas intenciones no relativiza la brutalidad de los medios que emplea, que al fin y al cabo, de creer el mito, están motivados por el encomiable afán de conversar?

Además, está ya admitida la idea de que tras las negociaciones -que, para qué vamos a engañarnos, todo el mundo supone que se celebrarán antes o después, precisamente cuando ETA quiera- saldrán los presos de la cárcel. Esta convicción provoca la sensación inquietante de que a estas alturas el terror es gratis, de que los asesinatos sólo conllevarán, en el peor de los casos, penas breves, pues a la vuelta de la esquina, cuando quieran, está el regreso a casa de los asesinos. No sólo es un problema ético. Es que, además, esta sensación implica la certidumbre de que ETA ha logrado ya un objetivo básico y la posibilidad de que consiga más con otro esfuerzo.

El éxito del mito de la negociación lleva, además, a asumir una lógica militar que se percibe en la perversión del lenguaje político del País Vasco. Estamos rodeados de una jerga militarista que habla de comandos operativos, amnistías, presos políticos, estrategias, lucha armada, impuestos revolucionarios, frentes de lucha, actos de sabotaje, ejército invasor, treguas... Esta perversión del lenguaje facilita el terrorismo etarra. ¿Podría afirmarse que lo incentiva? Cabe pensar algo así: en la lógica de la negociación, que conlleva la tregua militar, hasta resulta posible entender que ETA cometa matanzas para llegar a condiciones dignas a la negociación. La lógica de la negociación entiende las matanzas. Algo está fallando en el lenguaje democrático cuando admite estas lógicas.

Así, en los términos en que se está planteando -con el único contenido de que el Estado reconozca a ETA como parte beligerante-, la negociación no es una propuesta de paz, sino lo contrario. Sirve para alentar la sensación de impunidad con que actúa el terrorismo; para que el lenguaje militar sustituya al democrático; para que, por ello, ETA siga actuando. Parece indispensable, para recuperar el camino de la paz, evitar la frivolidad y la alegría con la que se habla de negociación. Decir no a la negociación quiere decir no al terrorismo y privarle de su estrategia, de la única que. tiene. Pero no es sólo un problema estratégico: de seguir alentando el mito de la negociación, podría suceder que a nuestro Gobierno se le ocurriese repetir lo de Argel, olvidando que en el País Vasco existen cauces democráticos para hablar de todo lo que sea. Sería otro paso hacia la creación de una democracia condicionada por los terroristas.

Manu Montero es profesor titular de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco.

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