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Asuntos de familia

Fernando Savater

Un mes más tarde, del inolvidable sermón de Tolosa de Xabier Arzalluz ya se ha dicho casi todo; y también del airado epílogo en el que intentaba aclarar el "cínico malentendido" en torno a sus palabras, epílogo protagonizado por un sueco y un zulú, como una novela de Julio Verne. Por cierto, Arzalluz debería ir más a Brasil: el mestizaje entre suecos y africanas ha producido unas mulatas trigueñas, de alta estatura y ojos azules, que 16.000 años de endogamia y Rh negativo no logran ni de lejos mejorar.En fin, tampoco es cosa de dramatizar demasiado. Después de todo, el error de Arzalluz no ha sido más que parafrasear a Sabino Arana en un lugar demasiado público, rompiendo la cauta costumbre peneuvista de tener al fundador beatificado en su urna, aunque piadosamente silenciado. ¡Qué le vamos hacer, si Sabino Arana suena lo que suena: a cráneos, a sangres puras e impuras, a ocho apellidos, a los de fuera y los de dentro, etcétera! Hay santos patronos a los que es mejor no sacar mucho en procesión aunque haya pertinaz sequía: con José Antonio Primo de Rivera, por ejemplo, pasa lo mismo.

Arzalluz se indigna, el hombre, de que los cínicos le malentiendan: ¿acaso no es verdad que hay cráneos diferentes, y genes, y Rh positivo o negativo, y suecos junto a zulúes ( prudentemente no dijo "alaveses y riojanos" para no complicarse más la vida), y gente de fuera, y etcétera? Tal como en parecidas ocasiones solía remachar Guillermo Brown, Arzalluz "se limita a hacer constar un hecho". Dejemos de lado que parte de ese hecho no es tan incontrovertible como a él le parece y que un repasito a alguna obra de divulgación antropológica -Nuestra especie, de Marvin Harris, pongo por caso- podría lograr introducirle bastantes dudas en el cráneo y hasta en el Rh. Pero lo que los cínicos malinterpretadores no entendemos son las conclusiones que Arzalluz (aunque no sólo él, pobre, que ahora todos le machacan por haber dicho alto lo que tantos murmuran) saca de hecho semejante.

Por lo visto, lo que se trata de probar son dos cosas: primera, los vascos son algo rarísimo y primitivo, una especie: de celacantos antropológicos; dos, tal excepcionalidad prueba que forman una nación y confirma su derecho a un Estado propio. Ambas afirmaciones parecen inseparables entre sí y también son mantenidas por mucha gente que ha rechazado como inoportunas las declaraciones de Arzalluz. En un programa reciente de Mercedes Milá, por ejemplo, José Agustín Arrieta criticó como cosa del pasado el sermón de Tolosa, pero dijo que es indudable que los vascos llevan aquí 16.000 años y que, claro, eso tira mucho... ¡Hay que ver, 16.000 años en el mismo sitio, con el mismo cráneo y el mismo Rh, esperando que llegue el Estado propio como quien espera un autobús sin saber que esa línea ya ha sido suprimida!

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El problema que aquí subyace, el malentendido esencial del asunto, es que ni los pueblos, ni la naciones, ni muchísimo menos los Estados, son entidades naturales. No hay nada de natural ni, por tanto, de biológico en las sociedades políticas: las hace y deshace la historia, la interacción y, desde luego (¡bien por las mulatas de sueco y zulú! el mestizaje. Afortunadamente, no hay naciones ni pueblos impermeables, y menos en estos benditos pagos, donde llueve tanto. Ni los cráneos, ni la sangre, ni determinismo biológico alguno condicionan fatalmente una forma de ser ni una concepción del mundo. Lo único fatal en las formas de ser y en las concepciones del mundo es que siempre están cambiando gracias a los contagios con lo otro. Cada sociedad (civilizada, se entiende) se hace a base de viajeros y de viajes, de gente que se va fuera y vuelve con cosas, de cosas y gentes que vienen de fuera. Pero sobre todo, la ciudadanía no es una forma de parentesco. La comunidad democrática moderna nada tiene que ver con los asuntos de familia, ni con los apellidos que tanto obsesionaban a don Sabino, ni con semejanzas fisiognómicas. ¡Que se lo pregunten a la tierna Antígona, cuya tragedia fue no haber aceptado ese paso de la fraternidad del parentesco a la fraternidad de los ciudadanos! Antígona no podía integrarse en la polis porque no era capaz de relativizar su lealtad familiar. Querer convertir el parentesco en fundamento de las instituciones políticas, que son siempre fruto de artificio y convención, es el colmo del dislate político. Las comunidades democráticas no son una forma de homogeneidad política que emana y refuerza la previa homogeneidad étnica (o lingüística, desde luego) de un grupo humano, sino todo lo contrario: la homogeneidad artificial y pactada que se constituye a partir de lo heterogéneo, relativizando las pertenencias que no hemos elegido en favor de la participación en lo que podemos elegir.

En el País Vasco actual la sangre está muy presente, desde luego, pero no por su Rh, sino por la facilidad y esterilidad con que se la derrama. En tres versos, el poeta Jon Juaristi ha hecho su diagnóstico certero: %Te preguntas, viajero, por qué hemos muerto jóvenes y por qué hemos matado tan estúpidamente? Nuestros padres mintieron: eso es todo". Si no ponemos de una vez por todas en entredicho las mentiras de los padres, nunca acabarán la inmolación de los hijos ni sus crímenes. Porque lo propio de los celacantos es el museo, y lo propio de los hombres, saber sacar de sus diferencias la civil concordia.

Fernando Savater es catedrático de Ética de la Universidad del País Vasco.

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