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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Una bomba en Nueva York

LA TREMENDA explosión ocurrida en el sótano del World Trade Center de Nueva York, que bien podría haber ocasionado miles de muertes hace una semana, plantea algunas preguntas cuyas respuestas han de resultar angustiosas para los ciudadanos norteamericanos. Es paradójico que en un país generalmente percibido como violento, en el que el comercio de armas es libre y son frecuentes los incidentes con muerte, a veces numerosa, causados por desequilibrados, el terrorismo constituya una forma poco usual de reivindicación. Sólo en los años sesenta y setenta, dos grupos puertorriqueños independentistas y uno nacionalista croata (este último con un atentado en el aeropuerto de Nueva York que causó 11 muertos en 1975) tuvieron breve y violenta floración. El asesinato en Nueva York en 1990 del rabino ultranacionalista Kahane por un egipcio integrista es el último incidente destacado.Es sorprendente que los norteamericanos estén más cerca del terrorismo contado imaginativamente en sus películas de acción que de la violenta realidad que a punto ha estado de causar una tragedia sin parangón en la historia de los atentados. De este modo han sido bruscamente enfrentados a un doble fenómeno para el que, por su falta de costumbre, están mal preparados: el asalto traicionero a su tranquilidad y la responsabilización de la sociedad por los actos de su Gobierno. La conclusión es válida para cualquiera de las hipótesis que se barajan sobre la autoría del atentado. Hay dos detenidos: Mohamed Salama -que fue quien, al parecer, aparcó la camioneta con los explosivos en los sótanos de las torres-, que bien podría estar conmemorando a su manera el segundo aniversario de la derrota de Irak, y un hermano del asesino de Kahane, que en este caso habría actuado como enviado del integrismo islámico.

Pero, por otra parte, debe recordarse que la ciudadanía estadounidense, compuesta por una miriada de grupos étnicos inmigrados, se ha distinguido siempre por una cierta solidaridad con los problemas dejados atrás: así, el mayor apoyo financiero que ha recibido y sigue recibiendo el terrorismo irlandés del IRA proviene de la colonia irlandesa afincada en la costa Este de Estados Unidos. No es impensable, por tanto, que algún grupo de norteamericanos de origen serbio, irritado por la política de la Casa Blanca con respecto a la antigua Yugoslavia, haya decidido tomarse la justicia por su mano y dar tamaño aldabonazo; no habrían hecho más que poner en práctica las amenazas proferidas por el líder serbio, Radovan Karadzic, aconsejando a Estados Unidos abstenerse de intervenir o de atenerse a las consecuencias.

Por fin, en Nueva York cualquier consideración que tenga que ver con el hacinamiento de los trabajadores o la especulación inmobiliaria palidece frente a un hecho consolador: en una ciudad tradicionalmente tachada de insolidaria y deshumanizadora, la bomba del World Trade Center provocó escenas nunca vistas de solidaridad entre las víctimas.

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