_
_
_
_
_

Australia se dispone a votar bajo la peor recesión sufrida desde los años treinta

Juan Jesús Aznárez

Una crisis económica no conocida en Australia desde la gran depresión de los años treinta obliga a la revisión de valores tradicionales en esta Arcadia feliz de 17 millones de personas. La campaña previa a las elecciones generales del día 13 de un país que nació como colonia penitenciaria británica converge sobre un punto fundamental: ¿Cómo proporcionar empleo a un millón de parados? ¿Cómo hacerlo sin sobresaltos? El desafío es el mismo en otras latitudes con recesión, pero el desempleo amenaza en Australia la supervivencia de un sistema con cotas ejemplares en comodidad e igualitarismo.En una nación de dimensiones continentales, la campaña se sigue por radio y televisión y no es especialmente ruidosa. Los laboristas, en el poder desde hace 10 años, y la coalición conservadora, en la oposición, prometen atajar la crisis, y en las declaraciones de sus líderes ésta tiene los días contados. La coalición de liberales y nacionalistas afirma que creará dos millones de nuevos empleos en siete años, pero respetados economistas aseguran que, de no mediar sustanciales cambios en ambos programas, el partido ganador concluirá su mandato en 1996 con 700.000 australianos todavía sin trabajo.

Encabezan la apretada pugna por el poder el laborista Paul Keating, primer ministro, y el líder opositor, John Hewson, dos políticos jóvenes y agresivos, con éxito en los negocios y en la política; dos hombres de trayectoria ejemplar para muchos de los habitantes de esta. tierra de buscadores de oro y emigrantes que llegaron expresándose en 82 lenguas diferentes.

En un reciente mitin celebrado en Tasmania, Hewson, de 47 años, de probada debilidad por los Ferrari y reconocida preparación como economista, recibió una andanada de tomatazos. Los lanzadores formaban parte de un grupo de desempleados que denunciaron como abusivas y gravosas algunas de las medidas incluidas en el programa de la oposición para atajar la crisis: reducir el gasto gubernamental y sustituir seis impuestos indirectos por un gravamen impopular directo del 15% sobre numerosos bienes de consumo y servicios.

El embate de la recesión y una deuda externa de 168.000 millones de dólares ponen en peligro seguros de paro que caducaban y prestaciones sociales superiores a las de otras naciones más industrializadas.

El liberalismo aplicado por Paul Keating, de 49 años, arrogante, dado a la invectiva y enriquecido mediante oportunas inversiones, fracasó y la pobreza se asomó sombría en los centros urbanos y rurales más deprimidos. El impuesto oficial sobre la renta enemistó al Gobierno con amplios sectores de la clase empresarial. Durante esta campaña encontró una muestra de esa animosidad en la pequeña población de Bomaderry. El dueño de una panadería comentó amargamente al primer ministro que trabajaba de 18 a 20 horas al día, siete días a la semana, con una plantilla de 70 personas que hubiera podido ampliarse sin tantos impuestos. "Hablando, parece usted un anuncio", contestó el jefe de Gobierno. "Es inmoral el gravamen", insistió el industrial.

El comentarista político Max Suich afirmaba que, a pesar de la enemistad personal y "su ciega ambición", los dos líderes coinciden en privado en que, gane quien gane, 750.000 australianos no habrán encontrado trabajo al término del mandato.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_