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El paralelo 38, úItimo bastión de la guerra fría

Millón y medio de soldados anidan a ambos lados de la frontera de las dos Coreas

Juan Jesús Aznárez

Los centinelas norcoreanos en el paralelo 38, abrigados con los largos gabanes de paño caqui y gorros cosacos del batallón fronterizo, se cuadran como postes cuando se anuncian visitantes en la línea divisoria norte de la península de Corea. Frente por frente, a pocos metros, monta guardia una patrulla norteamericana y un pelotón surcoreano. Nos fotografían. Se hace desde que la URSS y Estados Unidos dividieron Corea en dos países tras la II Guerra Mundial.

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Primero escrutan con prismáticos desde una torreta situada a 20 metros. Cuando comprueban que los visitantes son occidentales, un marine acorta distancias y dispara abiertamente una cámara con un teleobjetivo. Interesan primeros planos. "Nos están escuchando con un sistema direccional instalado en aquella ventana", señala el militar. El fotógrafo del Norte es más discreto y cumple su rutinario trabajo camuflado en el vestíbulo acristalado del puesto de mando.Diariamente, dos o tres autobuses con turistas extranjeros o surcoreanos, y también periodistas, llegan en romería desde el Sur hasta la última frontera que sobrevive a la desaparición de la guerra fría. A ambos lados, millón y medio de soldados. La península quedó dividida en dos partes de igual extensión y con ella cinco millones de familias.

"Nosotros no cobramos nada para que el mundo pueda ver lo que han hecho con nuestro país. En Seúl todo lo mercantilizan y los viajeros hacia Panmunjom debe pagar sus buenos dólares", subraya el oficial. El problema fundamental es entrar en Corea del Norte. Una vez cruzada la frontera de este aislado país de 22 millones de personas, sus autoridades facilitan la visita a la línea desmilitarizada: 250 kilómetros de espino, bloques de hormigón, taludes, fortines y observatorios. La muralla, con alambradas electrificadas en algún tramo, alcanza entre, 5 y 8 metros de altura. Detrás, 40.000 soldados norteamericanos y un arsenal nuclear.

Panmunjom es historia. Durante la Guerra de Corea (1950-53), se celebraron 158 reuniones en los fríos barracones que muestra el oficial de 39 años encargado de explicar la Versión norcoreana del conflicto. Después se firmó un armisticio. "Pero no significa que las hostilidades no puedan reanudarse", afirma.

Las banderas de Corea del Norte y Corea del Sur, con 44 millones de habitantes, ondean en mástiles que compiten en alzada. Los dos bandos se bombardean a veces con himnos militares y en alguna ocasión la guardia se insulta desde las garitas. Los militares norcoreanos destacan con desprecio la presencia estadounidense.

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Chulazos de mala sombra

En el paralelo 38, visto desde el sector de Corea del Norte, sorprende que el principal puesto en la primera línea esté controlado por marines. "Algunos son unos chulazos de mala sombra. Todavía me acuerdo de un gallito con Rayban y pañuelo chillón haciéndose el farruco frente a los centinelas del otro lado", recordaba un periodista español. Pero las tropas de EE UU no serán repatriadas en tanto no lo pida el gobierno de Seúl y se certifique que el Norte no dispone de armamento nuclear.La reunificación nacional es un anhelo profundo en todos los coreanos. Al término de una de las reuniones bilaterales celebradas en Pyongyang para limar asperezas y suscribir un compromiso de no agresión, las dos delegaciones brindaron por ese objetivo y mal que bien todos tararearon El himno de la unificación. "Cuando volvamos a ser un único país, nos convertiremos en la mayor potencia del mundo", soñaba un funcionario en Pyongyang. "Tarde o temprano lo conseguiremos. Una federación puede ser una buena fórmula". No parece factible, sin embargo, una convergencia sustancial a corto plazo. La reunificación de un sistema estalinista y otro capitalista es impensable a corto plazo. Costaría más de 700.000 millones de dólares.

La megalomanía del dictador norcoreano, Kim II Sung, es tanta como improbable una mínima delegación de poder, y una apertura de fronteras provocaría su ruina. Seúl, alarmado por el alto coste de la unificación alemana, parece más interesado en una evolución pacífica del régimen norcoreano que en su desplome.

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