60º cumpleaños de una tijera sucia
En 1933, el censor Will H. Hays comenzó en Hollywood el exterminio sistemático de imágenes
La terquedad no le dejó quieto a Hays un solo instante después de su descubrimiento de la capacidad de penetración, hasta las raíces de las conductas, de la imagen fílmica. Desde su despacho -convertido en nido de araña- comenzó a segregar hilo s y más hilos sobre los centros de decisión de Hollywood y contribuyó decisivamente a crear en 1921 un organismo gremial, la Motion Pictures Producers and Distributors Association (MPPDA), que fue el modelo fundacional de lo que conocemos desde 1966 como MPAA, letras que saltan a los periódicos cuando se produce algún sonado mordisco de la tijera censorial -hoy casi siempre en forma de sanción mediante calificación, pues los infamantes "X" o "NC-17", pegados a la licencia de exhibición de un Filme, equivalen en Estados Unidos a su muerte comercial- creada por Hays: recordemos los casos frescos de Átame, de Almodóvar, y El cocinero..., de Peter Greenaway.Will Hays asumió desde el principio la presidencia de este organismo con el látigo del amo en la mano -hasta el punto de que acabó conociéndose como Oficina Hays- y desde él forjó paso a paso la suicida política de autocensura que en los primeros años treinta comenzó a amordazar a la, hasta entonces dueña de sí misma, libertad de expresión que Hollywood venía ganándose a pulso desde el final de la gran guerra y que con la victoria del fascismo en Alemania -que provocó el exilio masivo a California de los mejores cineastas centroeuropeos- se acentuó y elevó de pronto sus techos. Ante esta avalancha de talentos e ingenios libres, Hays apretó el acelerador de su aparato censorial y fue en 1933 cuando su tijera comenzó a mutilar brutal y sistemáticamente películas.
Siniestra fecha
El 30 de enero 1933 -tal vez no es un azar que precisamente ese mismo día Adolf Hitler alcanzase el poder en Alemania- comenzó en los estudios Paramount el rodaje, dirigido por Stephen Roberts, de un audaz filme de serie negra titulado La historia de Temple Drake, inspirado en la áspera y violentísima novela de William Faulkner Santuario. Era la pera en dulce que los hombres de Hays necesitaban para probar el alcance del filo de su tijera, que con anterioridad ya había cortado -aquí y allá, sin sistema- en el metraje de obras precedentes, pero que en este caso encontró el celuloide idóneo para poner en práctica algo que entonces sólo existía en la imaginación de estos oscuros inventores de vacíos y silencios y que décadas después se convirtió en el sistema por excelencia de represión contra la libertad del cine en todo el mundo: el peinado, la transformación desde dentro de una película, mediante cortes parciales graduados en el interior de su. secuencia, de tal manera que ésta se transforma y vuelve del revés su armazón formal y su lógica.Hay testimonios sin desperdicio -a causa de su desatado y frío cinismo censor, que alcanzó formulaciones inquisitoriales dignas de la época de nuestro Santo Oficio- de los hombres de la Oficina Hays (Jason Joy, Smith Brookhardt, Harold S. Stuart o los infatigables sacerdotes peluqueros Daniel L. Lord y Martin Quigley, fanáticos animados por la furia santa del cardenal de Chicago monseñor Mundelein) sobre esta primera experiencia de un peinado llevado a sus últimas consecuencias.
Ejemplo, el telegrama del peluquero James Wingate a Hays tras supervisar el primer peinado del filme: "Vista copia revisada Temple Drake. Stop. Muy mejorada. Stop. Sugiero más retoques. Stop. Cortar diálogo que hace referencia a escena del granero. Stop. Abreviar acción de disparo Trigger a Tommy. Stop. Eliminar arrullos Temple en coche Trigger. Stop. Cortar acción de abrir los dedos del muerto. Stop. Con estos retoques, filme satisfará requisitos específicos código. Stop. 3 abril 1933".
No hace falta insistir en que, de esta refinada lógica de la barbarie, todos los fascismos, desde el de Hitler hasta el de Stalin, pasando por el de Franco, aprendieron de la técnica quirúrgica de, exterminio de un filme, manteniendo aparentemente su plena identidad y la fluidez natural de su secuencia: fueron estos furibundos represores del cine en cierta manera expertos técnicos remontadores intuitivos de filmes ajenos. De ahí el carácter histórico que hoy adquiere, seis décadas después, esta película cobaya, adaptación al cine (en los años cincuenta se hizo otra, dirigida por Tony Richardson, con resultado mediocre) de aquel infierno novelesco que Faulkner consideró un Santuario.
Todo el filme gira alrededor de una escena fortísima y gravitacional, ya que configura toda la tragedia del personaje Temple Drake, interpretado por la gran Miriam Hopkins, que desde entonces vio cómo su ascenso al estrellato era misteriosamente frenado desde las bambalinas del paraíso.
En esa escena, Temple es violada en un granero. por el impotente Trigger, que, utiliza -quienes llegaron a verlo aseguran que se alcanzó gran potencia visual con el empleo de este símbolo fálico- una mazorca de maíz. Es una imagen indispensable en el Santuario faulkneriano y, aunque suavizada por el tamiz de las tomas indirectas, sin duda también en el filme.
Hays -existen documentos publicados en 1991 por la Bienal de Venecia que indican la meticulosidad y el retorcimiento, literalmente obsceno, con que justificaba sus podas- segó estas imágenes y, para poder sostener sin ellas la vértebra, la armazón y la inteligibilidad del filme, tuvo que recomponer toda la estructura narrativa y reordenar la composición. Y ahí nació la gigantesca peluquería de imágenes en que Hollywood se convirtió a partir de entonces (institucionalmente, a partir de 1934; pero de hecho, años antes), que afectó, desde la redacción de su guión hasta el proceso de su montaje, a miles de películas, que sólo a través de la consecución del sello Hays -lo que hoy llaman calificación o licencia de exhibición-podían alcanzar derecho a una pantalla.
Un capítulo singular y poco conocido de la historia universal de la infamia.
Babelia
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