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Hay hombres que a los 50 años dan la vuelta a una esquina y se encuentran con la calle en la que fueron jóvenes. La vida, como el espacio sideral, está llena de agujeros negros por los que, si te cuelas, llegas en cuestión de segundos a las zonas más alejadas de tu biografía. Los agujeros negros de la vejez, por ejemplo, se comunican con los de la infancia, mientras que por los de la madurez se llega a la juventud. Por eso hay hombres maduros que, de súbito, abandonan el colesterol y la familia y se compran una moto japonesa para recorrer Europa con una chica joven. No es que se hayan vuelto locos, es que han entrado en uno de esos agujeros y el cuerpo les pide empezar de nuevo. Nueva esposa, nueva casa, nuevos hábitos y a veces, incluso, nuevos hijos. Se regresa a los viejos tiempos -a lo viejo, en fin- para ser joven.Parece que este camino de ida y vuelta está inscrito en los genes de la evolución como un mandato. Ahora, por ejemplo, se habla mucho de cambiar el modelo de las relaciones laborales, y lo que eso quiere decir es que el capitalismo necesita volver al siglo XIX, o sea, al capitalismo de la juventud del capitalismo, cuando el trabajador no era más que una prótesis que alargaba los dominios de la empresa.
En los últimos cinco años se han perdido 600.000 puestos de trabajo fijos: dentro de poco ya sólo habrá trabajadores temporales. Es fácil imaginar los derechos que puede reclamar un eventual sometido a la presión de no ser renovado: ninguno. Parece, en fin, que los siglos también se comunican por los agujeros que, hay en sus extremos. No es raro, pues, que por el final del siglo XX se alcance el principio del siglo XIX. Pasa igual con algunos decenios: el socialista, por ejemplo, nos está llevando de nuevo a Fraga a través del agujero negro de Ferraz. La historia es una pesadilla.
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