Rock con miedo
Tarde de sábado en la discoteca a la que iban las nifias de Alcàsser
En la discoteca Coolor de Picassent (Valencia) la fiesta de los "Muertos vivientes" ha sido sustituida por una contraoferta: "Martini con lo. que quieras a cinco duros". "Es que era un poco fuerte", dice el relaciones públicas. Es el pasado sábado por la tarde y la sala a la que nunca llegaron las niñas de Alcàsser -hace una semana fueron enterradas- ha vuelto a abrir sus puertas. "Una tiene que seguir viviendo", dice María, de 14 años, mientras menea frenéticamente el cuerpo subida a una banqueta. "Hay miedo, pero no aquí dentro, sino a lo que espera fuera", señala Laura, de 16 años.
Coolor tiene un aspecto desangelado. El aparcamiento parece una pista de rally y, aunque todavía es de día, un neoncito tirando a fucsia anuncia intermitentemente su nombre. Los jóvenes -en su mayoría entre los 15 y los 19 años- se arremolinan en la puerta. A muchos les pesan los bolsillos. "Es que lo del martini es tal como suena, tienes que dar cinco monedas de cinco pesetas; si no, te aguantas", dice José Luis, un charcutero de 18 años, que ha venido con otros amigos en moto. Conocía a Mirian. "Es muy fuerte no verla "bailando. Cuando piensas en ellas, te acuerdas de lo qué les hicieron", explica.Hace una semana que Mirian, Toñi y Desirée fueron enterradas en el cementerio municipal de Alcàsser. La tarde del 13 de noviembre en que desaparecieron se dirigían a esta sala de fiestas. A primera vista, el torbellino de odio y dolor, desatado por el triple asesinato parece ajeno a los jóvenes de la comarca. "Eso es falso, no se olvida a los culpables. Habría que masacrarlos", contesta Jorge, de 18 años. El odio, sin embargo, ha ido perdiendo filo y ha dado paso a un sentimiento de desconfianza generalizada entre las muchachas. "Aún dura el miedo. Cuando ves a gente nueva, te entra un no sé qué", dice una joven.
Unas 800 personas -en su mayor parte estudiantes o jóvenes de primer empleo- han acudido a la sesión de tarde. La entrada con consumición de alcohol vale 450 pesetas, siempre que se tenga invitación.
"Tenemos que olvidar. Casi todos los que estamos aquí nos hemos manifestado en contra de lo ocurrido. La solución no es quedarse en casa llorando", explica Laura, una estudiante de 16 años. Muchos de los que están en la discoteca coinciden con ella. Se divierten, pero no olvidan.
Hacia las nueve de la noche la fiesta se va apagando. Empiezan a salir los más jóvenes. Una furgoneta recorre el camino en busca de "gente mala", según el dueño del local. Las chicas esperan a que los autobuses las lleven a casa. No se fían. Corno dice María, de 14 años: "Es que lo malo está aquí fuera merodeando".
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