Tres grandes duelos
El Madrid-Barcelona, al margen del enfado azulgrana contra el árbitro, puede desmenuzarse en tres grandes duelos. El de la pizarra lo ganó Benito Floro ante un Johan Cruyff que se traicionó a sí mismo. El de la genialidad lo empataron Michel y Laudrup, los dos mejores de la noche. Y el del oportunismo y la agresividad se lo llevó Zamorano ante un apático y protestón Stoichkov.Johan Cruyff es un técnico que ha revitalizado el fútbol español. Su apuesta por el buen trato al balón y el espíritu ofensivo han acabado con los autobuses y los cerrojos que tanto abundaban por estos campos. Pero, curiosamente, suele cometer errores ante el Madrid (recuérdese el episodio Romerito). Anoche se sacó de la manga a Pablo, prescindió del faro-guía Guardiola y le dio la vuelta a su equipo. Pablo no tuvo la culpa, pero Cruyff empeoró un producto que habitualmente funciona bien. Perdió sin defender sus ideas, y eso es lo peor que le puede pasar.
Benito Floro, por contra, mantuvo las suyas. Cree en ellas y va hasta la muerte para defenderlas. Floro está en una tarea dificil. Debe armar un equipo que se había roto en pedazos en los últimos años. Floro ha comenzado por la carrocería, pensando en que ya llegará el momento de colocar un volante de piel al vehículo. El Madrid de anoche tuvo una disciplina que se había perdido en los años de bonanza. El apoyo entre las líneas, la presión, el repliegue defensivo, el robo de balones, funcionaron durante los 90 minutos. El Madrid empieza a creer en sí mismo, y eso le convierte en más peligroso.
Michel y Michael Laudrup son dos tipos excepcionales. Su calidad técnica es tan grande que, aún en partidos tan estratégicos como el de anoche, son capaces de apelar a la improvisación y a la genialidad para decidir. Corren malos tiempos para la lírica en el fútbol, y por eso ellos son un soplo de aire fresco.
Laudrup es uno de los mejores jugadores de Europa, y Michel, el mejor español de los últimos años. Sólo su carácter, algo conformista, les ha impedido entrar en el club de las superestrellas. Si Laudrup hubiese jugado la última Eurocopa con Dinamarca, por ejemplo, ya tendría el Balón de Oro. Y si Michel se apretase más las botas en los momentos difíciles, seguiría en la selección.
En el duelo de la agresividad se impuso Zamorano. Se peleó con medio Barcelona, marcó un golazo, y corrió kilómetros para frenar las salidas de la defensa azulgrana. Le robó el papel a Stoichkov. El búlgaro, al margen de los 15 primeros minutos, se pasó la noche enfadándose consigo mismo y con sus compañeros, pero se olvidó de hacerlo con los rivales. Su única aportación fue la polémica jugada en la que Rocha le derribó. Luego se apagó poco a poco.
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