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La novela es más grande que Europa, dicen los escritores reunidos en Madrid

VIadimir Makanin contó la parábola de la uniformización en Rusia

La pregunta de si existe una novela europea terminó siendo una chaqueta por lo menos tres tallas demasiado pequeña para los escritores reunidos durante una semana, en Madrid, convocados por El Urogallo. En un debate carente de críticos, profesores y políticos, ni una de las ponencias habló claramente de la existencia o vocación de una novela europea, y quedó claro que la literatura -"uno de los pocos internacionalismos que quedan", según José María Merino-, no se puede medir con un lenguaje de fronteras que le viene estrecho. La asistencia de público y escritores evidenció el interés de la reunión.

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Vivir sucumbiendo

Claudio Magris contó la historia de aquel estudiante triestino de principios de siglo que organizaba disturbios para liberar a Trieste del yugo austriaco, y cuando era detenido por los italianos les anunciaba: "Nosotros los austríacos venceremos a Italia". La frontera es móvil, explicó Magris, algo ambivalente, y quien vive en ella está expuesto a ser tratado de traidor por todas las partes. Hace un tiempo no tan lejano en que el nacionalismo nos parecía "bárbaro y patético", y hoy nos sigue pareciendo bárbaro, pero -después de Yugoslavia- ya no patético. "Cuando estalló lo de Yugoslavia tuve la sensación de que me amputaban", dijo el autor de El Danubio, una meditación sobre el corazón de Europa.

Rechazo del nacionalismo

Ese fue, junto al de Cees Nooteboom, el martes, o el del irónico Manuel Vázquez Montalbán, el jueves, el lenguaje más parecido a una preocupación europeísta. "Cómo vamos a hablar de un macronacionalismo", vino a decir ayer José María Merino, "cuando la novela ha rechazado por esencia todo nacionalismo". En un relato que recurrió al artificio metaliterario del hallazgo del manuscrito, Merino enunció los problemas que obstaculizan el libre fluir de la literatura, europea o no: la progresiva codicia en la edición literaria, las dificultades para su difusión por la misma causa, la indiferencia institucional para la creación de nuevos lectores, y la feroz competencia de una televisión degradada.El sueco Torgny Lindgren coincidió con él al afirmar específicamente que "la novela europea no existe" y enunciar los colores propios de cada literatura, no forzosamente del continente: cotidiana, en voz baja y hasta prosaica, la inglesa; como una charla distraída, divagante y con estructura oculta, la de EE UU; altisonante, declamatoria, contagiada por el viento del Ande y la cacofonía del Amazonas, la latinoamericana. En la escandinava reconoció cierta melancolía, tono elegíaco, pasión de la naturaleza y proximidad de la muerte. "A ninguna nación se le puede responsabilizar de un texto", dijo. Que Cervantes fuera español es irrelevante ante la fuerza y experiencia que requirió para poder escribir El Quijote.

El ruso VIadimir Makanin tuvo que reducir a la quinta parte una ponencia original de 30 folios, pero aun así logró mantener la belleza de una metáfora en la que contaba la historia de la literatura rusa desde el siglo XIX ayudándose de una montaña y de un sendero. Al principio el sendero es estrecho, sube por el lado soleado de la montaña y se ven los grandes robles que representan a Tolstoi, Dostoievski, Turgueniev y todos los grandes. El sendero alcanza la cima y comienza a bajar en la sombra, y ese es el siglo XX, el camino de la "reducción a la media" y la tendencia a una estandarización generalizada, hasta formar una "gigantesca cola pacífica". "Un escritor ruso de hoy no puede comprender sin las sombras que le han sido legadas y mirando hacia la parte soleada de la montaña. El vivir en la sombra nos permite pensar que habrá otra cumbre".

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