.Desde el 'santuario' de burros
En su Recuento de las casas antiguas del reino de Galicia, con data de 1530, narra el cronista Vasco de Aponte una de las numerosas trifulcas en las que se vio envuelto el conde de Camiña, el "muy mañoso, muy sutil, y muy sabio y muy sentido en cosas de guerra" señor de Sotomayor, convertido en personaje de leyenda con el sobrenombre de Pedro Madruga. Sucedió que estando este noble batallando por las tierras del bajo Miño, con 60 hombres de a caballo y mil peones, en su mayoría portugueses, se le echaron encima el conde de Monterrey y el arzobispo de Santiago, con otros muchos enemigos que se la tenían jurada, pues era Madruga muy dado a prender a sus contemporáneos de la barba y enjaularlos en una gran pajarera en el patio del castillo.Ante la amenaza, mandó el conde de Camiña levantar una gran palanquera en el campo, a modo de provisional fortaleza, y así resistieron bien la embatida y el posterior cerco, pues estaban pertrechados. Los de fuera, viendo que era inútil y peligroso mantener el sitio tan cerca de la frontera, pusieron en marcha una estratagema. Simularon abandonar los más de ellos, y sólo dejaron a una parte rezagada de la tropa gritando deshonras a los portugueses en campo abierto. Cuenta Vasco de Aponte que decían: "Sebosos, cabrones, que no eran buenos sino para comer bifes de vaca". Oliéndose la celada, Pedro Madruga trató de sosegar a sus gentes, encareciéndoles que se taparan los oídos y se hiciesen los sordos, pero era mucho el amor propio que tenían, y a la segunda provocación, se echaron fuera de la valla y arremetieron gritando: "Asperad, ladrones gallegos, páparos, torrezneros". Era la ocasión que esperaban los emboscados, y la derrota de los ofendidos fue tremenda.
Salvando las distancias, como se suele decir en estos casos, los socialistas parecen más partidarios de la línea de Pedro Madruga y llevan meses, si no años, resguardándose en la empalizada cada vez que en campo abierto resuena la peor de las deshonras para el político, el baldón de corrupto. Puede que Pedro Madruga tuviera razón, y más vale pasar a la historia por seboso que ir de cabeza al pandemónium. Pero los dirigentes del PSOE, no. Quizá esperen que el cerco se desvanezca, que nunca llovió que no escampara, demasiado acostumbrados a la ley de ciclos pasajeros en la política sostenida por la imagen. Quizá al crepúsculo o al alba, cuando amortigua el asedio, asomen la cabeza y se consuelen a sí mismos contabilizando sombras.
-¿Cuántos hay ahí afuera? -pregunta Benegas al vigía.
-Ver, vese a un obispo con báculo y espada -dice el de imaginaria.
-Pero hay más. ¿O no?
-Bueno, están los de siempre... Y algunos más.
-¿Cuántos más?
-Unos perros de presa.
-¿Sólo eso?
-Los resentidos.
-¿Y ésos son muchos?
-No se ve muy bien, con tanta niebla.
-Tranquilos -dice Benegas- No es lo mismo tomar las trincheras en el café que tomar el café en las trincheras.
En realidad, ahí afuera, entre la niebla, ajena a la belicosidad que algunos ponen en el asedio, con más perplejidad que cólera, está la España tranquila, pero también inconformista, que, con mayor o menor entusiasmo, apostó por un caballo llamado PSOE, no para llegar de vez a un imposible Tir Na Norg, el paraíso de la eterna juventud, sino para saltar modestamente sobre las peores herencias del pasado. Si el PSOE catalizó esas energías y recogió el relevo de las tradiciones más positivas, desde el espacio liberal hasta el federalismo, fue precisamente porque superó la idea de partido como facción, al igual que a su manera consiguió CiU en Cataluña, mientras otros se entretenían en destrozarse o levantar palanqueras.
Diez años después, nos encontramos con un colectivo atrincherado que afronta los problemas al modo de una facción, especialmente el derivado de los indicios de corrupción. Entre las primeras denuncias y la turbación actual se ha perdido un tiempo precioso en comparaciones odiosas (preguntarse quién es más honrado es una forma de preguntarse quién es más corrupto), en triquiñuelas de procedimiento jurídico, (esas escandalosas apelaciones a la desproporción de las actuaciones judiciales en lugar de colaborar de forma ejemplar con la justicia), y, por último, lo que más perturba el ánimo de la gente honrada, esas disparatadas disquisiciones seudofilosóficas sobre la cantidad de pecado público que puede soportar un sistema democrático y que recuerdan las profundidades de la Plática II de la Dominica V después de Epifanía: "A los de Sodoma les aguantó el Señor muchos y grandes pecados, y a los de Damasco no les quiso aguantar sino tres".
¿Cuándo, en qué momento, el partido socialista se convirtió en el partido comodista? El moderno Pedro Madruga, tan curtido en humanidades que ya sólo cree en la estadística, aconseja ahora achantar tras el fuerte, callar y esperar. Las estadísticas son malas, pero no demoledoras; y, al final, tan floja es la alternativa, constipada también de sectarismo (Aznar: "Donde hay socialistas, hay corrupción"), que puede que el Gobierno -lo que realmente queda del caballo- salve y regenere el partido.
Pero hay cosas que no captan las estadísticas. Por ejemplo, el dolor que sienten las palabras al perder su sentido, ese lento y torturador proceso por el que una palabra se convierte en su contraria. Algunos dirán que la contaminación del lenguaje es otro tributo que hay que pagar a la industria del poder. Si es así, ¡benditos sean los santuarios de burros donde se curan de sus heridas las palabras!
es escritor.
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