Diaghilev revive en Montecarlo
A los 80 años de su creación, el ballet monegasco repone cinco títulos legendarios
Los Ballets de Montecarlo han terminado el año 1992 con broche de oro: dos veladas de lujo donde se reponían con rigor y grandes recursos, algunas de las piezas fundamentales de los Ballets Russes de Diaghilev, que tantas veces recalaron en el pequeño paraíso de la Costa Azul para bailar, producir obras nuevas y reponer fuerzas. El acontecimiento reunió en Mónaco a viejas glorias del ballet ruso-francés, a la vez que marca el inicio de una nueva etapa del conjunto con Jean-Christophe Maillot como consejero artístico designado por la princesa Carolina.
Mientras una ola de frío asolaba Europa, en Montecarlo brillaba suavemente el sol y en los jardines del casino, de espaldas al mar, el sereno busto de bronce de Serguei de Diaghilev apareció estos días con más flores que de costumbre. La larga sombra y la huella de su trabajo en estos prados costeros en los legendarios años veinte estaban siendo resucitadas a toda marcha en los salones vecinos del teatro monegasco.La última semana de diciembre ha estado llena de agitación en la sede los Ballets de Montecarlo, que se enfrentó al más ambicioso programa de estrenos de su nueva etapa: reponer con fidelidad religiosa a los originales, los ballets más importantes que la compañía de los Ballets Russes, liderados por aquel hombrón de monóculo y bastón de oro, crearon a principios de siglo: Las Sílfides (1909); La Siesta del Fauno (1912); El Espectro de la Rosa (1911); Petruchka (1911) y El Pájaro de fuego (1910), que constituyen hoy día una oferta excepcional. Experiencia similar sólo había sido intentada hace años por la ópera de París.
En el Teatro del Casino de Montecarlo se reunió un nutrido grupo de antiguas figuras cuyas carreras han estado ligadas a estas obras y que han sido los encargados de reconstruirlas: el monegasco Serge Golovine y los franceses Pierre Lacotte y Arlette Castanier.
Algunas de las obras habían tenido su primicia justamente en la bombonera que el arquitecto Garnier diseñó a la medida de un sueño dorado, como El Espectro de la Rosa (1911) con la mítica interpretación de Vaslav Nijinski. Otros de estos ballets han vivido una larga serie de avatares y modificaciones sobre el mismo escenario, cuando Mónaco se convirtió para Diaghilev y su tropa errante de bailarines, pintores y músicos, en una especie de refugio gentil y aristocrático.
En Montecarlo nadie habla hoy de costos en medio de la euforia del éxito artístico, pero este trabajo sólo está al alcance de una compañía de altísimos presupuestos. La calidad de la reconstrucción de las escenografías, hechas en talleres especializados de Roma y La Haya, es sencillamente perfecta, lo mismo que los trajes y la cuidada dirección orquestal de David Garforth, quien dijo: "Me he entregado a estas reposiciones con pasión".
Boris Trailine, antiguo bailarín de origen ruso y residente en Montecarlo y su teatro durante la II Guerra Mundial, que ha interpretado muchas veces estas mismas piezas, aseguró: "La calidad plástica conseguida con La Siesta del Fauno es la más perfecta que he visto hasta hoy. Los trajes son idénticos a los antiguos, cosa muy difícil de lograr, pues eran complejas piezas artesanales".
Los nuevos intérpretes de los papeles principales de estos ballets se han enfrentado a una enorme responsabilidad artística. No son personajes fáciles de bailar por su estilo ni de hacer creibles, muchos de ellos concebidos hace más de 80 años y dentro de la estética posimpresionista. Frederic Olivieri hace una creación soberbia de su Petruchka, nada caricaturesco y capaz de inspirar ternura en una cuerda que le emparenta con los artistas de antaño.
El bailarín español Juan Carlos Gil, una de las estrellas de la compañía de Montecarlo afirmó: "Yo aprendí hace años el papel del fauno de manos de Serge Lifar durante mi etapa de trabajo en Inglaterra con el London Festival Ballet, de modo que para mí tiene una connotación sentimental muy especial. Es difícil, pues no se trata de hacerlo más bello sino más intenso, con todo lo de animal que tiene dentro". Su interpretación del fauno, un papel marcado por la leyenda de Nijinski, tuvo la aprobación inmediata del experto público. Por otra parte, el joven Nicolas Musin como el Zarevich de El Pájaro de Fuego y la italiana Paola Cantalupo, en el de la mítica ave, consiguieron una química especial de asombro mútuo y de belleza. El ballet de Stravisnky ha sido devuelto a la vida con los decorados que ideara Natalia Gontcharova en 1926, una fantasía rusa al estilo de las miniaturas lacadas donde los colores más vivos se cruzan en los arabescos de un bosque de ramas de plata y manzanas de oro. A lo plástico se suma la coreografía de Mijail Fokin, moderna y aún capaz de asombrar. Lacotte, su revitalizador dice: "Fokin es todavía hoy un caudal de cosas nuevas".
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