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Tribuna
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Catalanes

El asunto central del catalanismo político conservador ha sido siempre. España, como es perfectamente conocido. El mutuo interés por España es la razón última y la única anunciable de las dos realmente existentes del duelo que ha enfrentado estos meses a Jordi Pujol y Miquel Roca. España -su gobernabilidad, su comercio- es demasiado importante como para dejarla en manos del otro, piensa cada uno de ellos. El máximo momento de inquietud que vivió Pujol durante los Juegos Olímpicos no lo motivó la súbita aparición de banderas españolas. Su inquietud afloró cuando empezaron a aparecer en manos de los atletas las banderas de Soria o de Murcia, conviviendo en pie de igualdad retórica con las banderas catalana y española. España como convención es transigible y necesaria para ese catalanismo. Otra cosa sucede con el supuesto de España como mosaico de identidades. La convención es fácilmente regenerable -un intento de regeneración de España fue también el catalanismo cambonista-, pero habérselas con la identidad es mucho más arduo.Bien: todo ello era sospecha analítica hasta que se supo lo de Padrós hasta que El Mundo Deportivo dilato el otro día los márgenes de su gloria. Sobre la memoria de Juan Padrós Rubio, fabricante textil, el catalanismo político debiera esparcir polvo de oro. Antes de que Solidaritat Catalana se constituyera en la piedra angular del movimiento, antes que Prat de la Riba y su texto fundacional, en el remoto 1902, aquel catalán viajó hasta la más oscura entraña y clavó atípica perdurable: él fundó el Real Madrid CF. Nunca fue más lejos la ambición regeneracionista: con la F de Sevilla, creada también por un catalán, la suerte del españolismo estaba echada.

Años después de Padrós, otro hombre dejó dicho: "Me encanta Cataluña, a pesar de los catalanes". Bien sabía de lo que hablaba Santiago Bernabéu. Los catalanes somos gente de mucho peligro.

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