Lo mejor de ambos mundos

Ferran García Sevilla

Casi dos años después de su última exposición individual en Barcelona -y tal y como también ocurriera entonces-, la presente selección de la obra de Ferran García Sevilla, más allá del interés indudable y la lógica expectativa mantenidos tanto por su figura como por su trabajo, sigue planteándonos la duda de por qué el artista mallorquín, siempre caracterizado por lo prolífico de su producción, no acaba de ofrecer una exposición constituida únicamente por trabajos recientes. En esta ocasión, el arco cronológico de las obras abarca desde 1984 hasta la actualidad, momento éste del que se presentan más exponentes, aunque algunos de ellos nos parezcan un tanto confusos, como si se estuviera recurriendo a algunas fórmulas por él inventadas y por él excesivamente explotadas en los últimos años.La única pieza de tan lejana a es, sin embargo, una representativa muestra de su manera de trabajar en aquel momento: esto es, inmediatamente posterior a su inolvidable exposición L'expansió del foc, que tan profundamente conmocionó la manera de comprender y de ejecutar las prácticas pictóricas en la escena catalana de la época.

Galería Joan Prats. Rambla de Catalunya, 54. Barcelona. Hasta enero de 1993.

La pintura -por llamar a su trabajo, de momento, de alguna manera- de Ferran García Sevilla sigue constituyendo una suerte de insuperable ejemplo de cómo la práctica auténtica del arte rehuye, por una parte, las etiquetas y las calificaciones excesivamente reduccionistas, y de cómo, en segundo lugar, la obra del artista es una muestra de una especie de indomable espíritu caleidoscópico en el que interviene una multitud de elementos de procedencia múltiple, aunque primando, eso sí, todos aquellos de cariz más eminentemente conceptual y mental. En una exposición de García Sevilla seguimos hallándonos ante una auténtica sucesión vertiginosa de imágenes y de estímulos visuales que acaban funcionando básicamente por sus resortes simbólicos y representativos, como un bosque de símbolos por el que deambular. No es ni tan sólo un alfabeto o una particular escritura; ya no es tan sólo otra muestra de la proverbial voracidad icónica del artista; ya no constituye sólo un repertorio más o menos afortunado de imágenes y de situaciones formales mejor o peor pintadas; ya no es ni tan siquiera una muestra más de la -a veces insuperable- desfachatez artística del artista: sigue siendo todo ello a la vez, enlazándose un aspecto con otro al constituir todas las obras -separadamente y en tanto que bloque creativo- una representación única de una comprensión específica y privada del mundo, al constituir ella misma otro mundo propio desprovisto de excesivas sujeciones a la exterioridad tal y como solemos aceptarla. Un cruce, en buena parte, entre más de un mundo.

Sin etiquetas