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Ultimo brindis en Princesa

De El Corte Inglés al Ministerio del Aire, la calle de la Princesa es flujo de estudiantes que desembocan en los recintos de la Ciudad Universitaria pasando bajo las horcas caudinas del Arco de la Victoria. Algunos pobladores del barrio hacen coincidir la apertura del centro comercial que usurpó los terrenos del desaparecido barrio de Pozas con el cambio de hábitos, en sentido estricto, de la masa estudiantil, mucho más preocupada ahora por su apariencia externa, como indican los numerosos rótulos de las tiendas de moda juvenil, boutiques y multicentros que campean sobre lo que antes fueron tabernas, cines o cafeterías. Boutiques y burgers, una cadena de ropa anuncia su próxima apertura en la marquesina de lo que hasta ayer fuera una cervecería, y el olor grasiento de las hamburgesas impregna los contornos del antiguo Café Universitario. Desaparecieron Flandes y Peñavel, los estudiantes ahorran en cerveza para invertir en diseño textil, los jóvenes cambian la caña por la litrona, que es más económica, y desertan de los bares. El Quinto Toro, emblemática taberna de la zona, fue foro de debates, más políticos que taurinos, en los años sesenta, refugio de prófugos que tomaban prestadas las chaquetillas blancas de los camareros de la casa para escapar de la persecución de las fuerzas del orden después de las manifestaciones. Hoy no hay camareros en El Quinto Toro, atendido por un tabernero filosófico y solitario que no se queja, pero echa de menos las alborotadas tertulias de antaño; revolucionarios de salón y jugadores de rugby que practicaban la demolición mientras estudiaban Arquitectura, degustadores de las patatas bravas, que fueron la especialidad de la casa.Manolo es un local con solera que abrió sus puertas en la calle de la Princesa cuando presidía la Moncloa el siniestro edificio de la Cárcel Modelo, sustituida más tarde por el Ministerio del Aire. Sus fundadores, un tabernero de Lugo y su esposa madrileña convencieron a las más diversas parroquias de las excelencias de sus callos y de otras especialidades gastronómicas que sus herederos mantienen en la carta del restaurante y en el mostrador de un bar que ha sabido capear los temporales y las modas con calidad y variedad en la oferta.

Que el profesor Grande Covián sea cliente habitual y entusiasta de los callos de esta casa es una garantía que no figura en el menú, pero que tranquiliza a los estómagos más melindrosos. Hay más profesores, y sobre todo más ex alumnos entre los comensales de Manolo, adonde acuden con frecuencia Luis Antonio de Villena, José Luis Sampedro, el actor Antonio Resines, Carmen Romero o el ex ministro Barrionuevo, sucesor en el cargo, por la vía democrática, de aquellos sañudos ministros dé la Gobernación, que enviaban a sus tropas de asalto a disolver las manifestaciones estudiantiles de Argüelles. Los revoltosos de entonces solían usar como proyectiles los veladores de las terrazas de Manolo y de sus extintas compañeras de acera.

Hoy, las aceras de Argüelles y los parterres de la Universidad sufren la invasión de los automóviles, los estudiantes también se han motorizado y Moncloa ha dejado de serlugar de encuentro para la diversión y la conspiración; los universitarios se dispersan y suelen decantarse por disco-pubs donde ya no discuten de política, ni de ninguna otra cosa, silenciados por el monocorde zumbido del bakalao cibernético. Los policías más temidos en estas latitudes son los municipales, controladores de decibelios y portadores de alcoholímetros.

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