Sin remedio
Le pedí que apagara el cigarrillo; me dijo que, si me molestaba, me podía cambiar de vagón. Le advertí que la acera era para los peatones; me mandó callar gritándome que, además, aún podían pasar las personas. (Efectivamente pasamos los tres: primero, mi mujer; después, mi hijo, y, finalmente, yo). Le devolví el papel que acababa de tirar al suelo; me llamó estúpido y lo volvió a tirar, esta vez sobre mi cara.Y es que, no nos engañemos, nuestro país no tiene remedio. Algún listillo me dirá que me vaya a otro sitio.-
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