Contra la vergüenza
Diremos que se llamaba Mariano. Tuvo suerte en una sola cosa: el año pasado se jubiló con 27 años de edad. Los servicios médicos de su empresa fueron generosos y le tramitaron. un expediente de prejubilación a consecuencia de unas depresiones nerviosas incurables.Mi amigo Mariano, por entonces enfermo terminal de sida, y, por cierto, una de las personas más limpias y buenas que he conocido, estaba hundido psicológicamente. Tenía mucha vergüenza de su enfermedad y murió aislado hace un mes, en compañía de- dos hermanos y tres amigos.
Al resto de la familia le mentimos como pudimos, respetando así la voluntad del moribundo, que no quería someterse al juicio implacable de parientes, vecinos, ex compañeros de trabajo, etcétera, que dirían que el sida es una enfermedad de maricones y drogadictos y que, sin duda, le harían considerarse un proscrito en los últimos días de su vida tan tempranamente cercenada.
Es tarea de la ciencia luchar contra el dolor, pero es tarea de todos nosotros luchar contra la vergüenza. Que nadie más se muera de vergüenza, ocultándose por miedo a ser juzgado y condenado. No nos engañemos: el sida puede damos a cualquiera, y el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. A propósito, m¡ amigo no era ni homosexual ni drogadicto, ni siquiera promiscuo. Él descansa en paz, pero más de uno no vivimos ya tranquilos.-
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