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Yeltsin intenta burlar a los conservadores cambiando de puesto a su eminencia gris

El presidente ruso, Borís Yeltsin, no está dispuesto a sacrificar a su gente de confianza. Como mucho -ante la feroz presión a que se halla sometido a sólo cinco días del Congreso de los Diputados del Pueblo- está dispuesto a hacer juegos malabares con la esperanza de ganar tiempo. Esto más la reafirmación por parte del primer ministro de continuar con sus reformas radicales son los resultados de las principales movidas precongreso realizadas ayer en el gran tablero de la política rusa.

El puesto de secretario de Estado ante el presidente, que ocupaba Guennadi Búrbulis, fue ayer eliminado. Pero se equivocaron rotundamente los que al oír esta noticia -acompañada también de la supuesta dimisión del ministro de Exteriores, Andréi Kózirev, que fue desmentida por él mismo y por el portavoz de la presidencia- creyeron que Yeltsin había izado bandera blanca y cumplía con las exigencias de Unión Cívica, para así obtener el apoyo de este influyente grupo político en el próximo Congreso de Diputados y conseguir que le mantengan los poderes extraordinarios de que goza.Yeltsin ha demostrado una vez más sus dotes de malabarista: inmediatamente después de eliminar el puesto que ocupaba Búrbulis le ha nombrado jefe de su grupo de asesores. Como comentó irónicamente Nikolái Travkin -líder del Partido Demócrata, que forma parte del bloque de centro-derecha Unión Cívica-, Búrbulis "era el principal consejero del presidente y se ha convertido en... el principal consejero del presidente".

Antes del anterior Congreso de los Diputados, en la primavera de este año, Yeltsin ya había hecho una movida semejante: Búrbulis entonces dejó su puesto de viceprimer ministro y de secretario de Estado -cargo este último que la oposición calificaba de inconstitucional- para pasar a ser secretario de Estado ante el presidente. Verdad es que en aquella época también dimitió el viceprimer ministro Serguéi Shajrái y poco después reapareció en un puesto clave -secretario del Consejo de Seguridad Yuri Skókov, un político que tiene fama de conservador. Por eso, los cambios en el entorno de Yeltsin podían augurar un cambio de política.

Hoy, el cambio de Búrbulis más parece una tomadura de pelo que el deseo de dar la impresión de que se quiere pactar. Por lo menos así, como una burla, se lo han tomado Travkin y otros dirigentes de la oposición.

La renuncia el miércoles del viceprimer ministro responsable de Información, Mijaíl Poltaranin, tampoco ha sido interpretada en Unión Cívica como una concesión. Esto lo ha dejado muy claro el líder de este bloque y presidente de la Unión de Empresarios, Arkadi Volski.

Y la renuncia de Kózirev simplemente no se concretó. Cuando, después de enterarse por Radio Eco de Moscú de la alarmante noticia, cuatro diputados fueron a ver a Yeltsin para saber si el presidente había capitulado ante la presión de la oposición, éste les dijo que no sacrificaría a Kózirev por ningún motivo. Poco más tarde, después de entrevistarse con Yeltsin, el mismo Kózirev desmintió que se previeran cambios en el Gabinete.

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El programa anticrisis, que había sido reclamado como el producto de la coordinación con Unión Cívica, a la hora de la verdad no resultó tal. Las diferencias fundamentales entre el Gobierno y este bloque persisten. El primer ministro, Yegor Gaidar, que presentó ayer el programa en el Parlamento, determinó claramente los puntos en los que no podía transigir.

Volski reconoció ayer que en realidad no se había llegado a un acuerdo con el Gobierno, pues éste desvirtuó el texto de Unión Cívica y lo convirtió en sólo un capítulo de su programa anticrisis. Travkin también rechazó las propuestas de Gaidar.

¿Cómo, entonces, salvar al equipo económico en el próximo Congreso? Un ingenioso diputado propone seguir el consejo de Travkin y nombrar a la cabeza del Gabinete "un monstruo con sentido del mercado": al vicepresidente Alexandr Rutskói.

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