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Reportaje:

"Negra, vuelve con tus muertos de hambre"

El crimen de Aravaca supone el escalón más sangriento de una cadena de xenofobia

La bala que mató a la dominicana Lucrecia Pérez el viernes no ha despertado el terror entre los inmigrantes de la región -130.000 legales, según la Comunidad; 96.000, según la Administración central-. El crimen sería un escalón más -el más sangriento- en su cotidiana convivencia con la xenofobia. A un peruano con nómina domiciliada le niegan en su banco un crédito vivienda por no ser español. A la etíope que les cuida, unos mocosos de familia bien le aconsejan que se vuelva a su país de hambruna. Y a la chabola de una marroquí ni siquiera llegó la noticia del asesinato. Ella, que apenas entiende español, sólo piensa una cosa: a sus tres hijos no los quieren en ningún colegio. Por ser marroquíes.

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"Los inmigrantes están preocupados. Se ha agravado la situación de miedo, inseguridad y marginación que sufren", afirma el delegado diocesano de inmigrantes extranjeros, Antonio Martínez. Además, ve el riesgo de que el crimen de Aravaca -que costó la vida a la dominicana Lucrecia Pérez- frene el proceso de integración social de los inmigrantes más desfavorecidos.Miedo siguen sintiendo, por ejemplo, los súbditos de la República Dominicana que ocupan dos edificios abandonados del municipio de Aravaca. Los latinoamericanos constituyen el grueso de los emigrantes de Madrid y tampoco escapan a las iras xenófobas. "Hace dos meses se metieron conmigo en el autobús porque soy de color. Nadie salió en mi defensa", cuenta Augusta Méndez de Matas.

A Alejandro, que nació hace 23 años en Lima, le hace gracia como le llaman en el trabajo: indio. Es el mal menor, después de dos años de supervivencia. Hace año y medio domicilió su nómina en un banco, el dinero que se gana transportando muebles de oficina para una empresa de Leganés. En esta localidad vive también, y paga 70.000 pesetas por un piso para él, su mujer, que también es peruana, y su hija de un año.

Ahora el banco le niega un crédito-vivienda porque es extranjero. Aún así, Alejandro se siente seguro en este país, tiene amigos españoles y se resigna. "Los patrones favorecen al español, a lo mejor te pagan 5.000 pesetas menos, pero siempre pasa", señala con cierta impotencia.

Negra, 'go home'

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Genet, una muchacha etíope de 24 años, procura no dejarse ver mucho desde que ocurrió el crimen de Aravaca. La noticia corrió como un reguero de pólvora entre sus compatriotas, sus únicos amigos en Madrid desde hace dos años.La chica aún recuerda las cosas que le decían los hijos de una de las familias donde sirvió: "Negra, que vienes de un país de muertos de hambre, vuelve allí". Hasta los ancianos que cuida en una residencia de un pueblo del oeste de Madrid le dicen "negrita traéme esto, negrita, traéme lo otro". Todo ello, por 90.000 pesetas al mes, más cama y comida. Genet sueña con volar algún día a Estados Unidos y vivir con su hermana.

En la misma cola, ante las dependencias del Ministerio de Trabajo que otorgan los papeles de legalización, en el paseo de Rosales, aguardaban ayer varios marroquíes. Dos de ellos, obreros, apenas entendían español, y parecían no haberse enterado del crimen de Lucrecia Pérez. Otra muchacho les explica y asienten a la pregunta de que si tienen miedo.

El intérprete se llama Hassan, estudiaba física en Marruecos y ahora limpia oficinas. Dice, muyseguro: "Cuando sales a la aventura ya no tienes miedo, ni siquiera de la muerte". Hassan, desde que hace dos años y medio dejó Casablanca, ha trabajado en lo que caía: en la agricultura, en la construcción... Ahora tiene que engordar su nómina a base de horas extraordinarias.

Hassan quiere integrarse, "hacer lo que hacen los españoles y no ir donde están los marroquíes porque siempre está la policía vigilando y a mí no me gusta que me pidan los papeles", afirma.

Hassan quiso casarse con una muchacha en Toledo, y hasta pidió su mano a la madre. "Pero no, las chicas no te aceptan por ser marroquí". Paga 65.000 pesetas por un estudio que comparte con otro magrebí cerca de la Gran Vía.

Y otros propietarios ni siquiera les querían alquilar el piso. La vida es dura; ayer se levantó a las seis de la mañana para poder renovar su permiso de residencia. Llegó tarde para tomar un número en la cola de la oficina.

"Hacen falta medidas urgentes para favorecer la inserción de los emigrantes en la sociedad. La Administración las retrasa demasiado", advierte Antonio Martínez, el delegado diocesano de inmigrantes. Desde la asociación de Cáritas, llega otro matiz. "Se ha avanzado en la regularización de los inmigrantes, pero no en la integración", dice el coordinador del programa de inmigrantes, Manuel Herrera.

En Madrid, 36.456 inmigrantes han regularizado su situación desde que se abrió este proceso, según datos de la Dirección General de Migraciones.

Gueto con cuscús

Para guetos, el de Peñagrande, al norte de Madrid, y sus 200 chabolas, donde el olor a cuscús y la música norteafricana trasladan al otro lado del Estrecho. Allí vive Saída, una mujer de Tánger, desde hace tres años. No sabe nada del crimen de Aravaca. Pregunta directamente, con sus rudimentos de español: "¿Me vas a conseguir tú un colegio para mis hijos?". Dos niñas y un niño, la mayor, de 13; la menor, Naval, de ocho, que sonríe al sol de la tarde de otoño.Naval y sus hermanos tienen que quedarse en la chabola porque "la monja dijo que no hay sitio para ellos por marroquíes" asegura la madre. El cuarto hermano, que ya gasta bigote, dice que está convencido de ello.

Los marroquíes de Peñagrande viven pendientes de una promesa: que la Administración les avale para alquilar un piso, algo a lo que Hassan, un obrero de 35 años, no tiene acceso.

Su mujer y sus cinco hijos están en Marruecos desde hace años. "No salgo nunca de aquí cuando no trabajo", asegura Hassan. Cuando se le pregunta sobre si hay racismo en España, mira a los chalés de lujo de enfrente. "¿Que si nos llaman moros?". Y se ríe.

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