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Escaso éxito de la huelga peronista en Argentina

La huelga general de la Confederación General del Trabajo (CGT, peronista) argentina contra la política económica de austeridad del Gobierno del también peronista Carlos Menem sólo tuvo un éxito parcial o fracasó en parte, según como se mire. En la capital y en el interior se advirtió una disminución clara de las actividades habituales en un día de trabajo, pero la convocatoria a la huelga general no paralizó el país. El Gobierno ya había advertido de forma tajante que, independientemente de cómo se desarrollase el paro, no piensa cambiar la política económica.Hasta el mediodía de ayer (la tarde en España) no se habían producido incidentes graves, salvo el incendio de un autobús, apedreamientos de otros y sembrado de miguelitos (clavos que se plantan con la punta hacia arriba) en lugares aislados de la capital y algunas provincias. El ministro de Trabajo, el peronista Rodolfo Díaz, declaró que el Gobierno respeta el derecho de huelga y garantiza los servicios esenciales.

A la hora de valorar la jornada de ayer, Gobierno y sindicatos coincidirán sin duda en la vigencia de la tópica historia del vaso mediado de agua. Para unos el vaso está medio vacío y para otros medio lleno. Según el cristal con que se mire, el paro general decretado por la CGT ayer fue un éxito o un fracaso.

El elemento clave para el éxito de un paro en Argentina lo constituye el transporte público. Si se cortan las comunicaciones, la actividad se paraliza casi por completo. Ayer en Buenos Aires se advertía de forma palpable que no era un día normal, pero tampoco puede decirse que fuese como un festivo. Los atascos de tráfico fueron superiores a los. habituales, como consecuencia, del elevado número de personas, que se desplazaron en sus vehículos particulares por el temor de quedarse sin transporte público.

La municipalidad de Buenos Aires permitió estacionar libremente en la calle. Por un día, los automovilistas se vieron libres de la voracidad de grúas y cepos. Al permitirse estacionar en la calle, muchos automovilistas aprovecharon para evitar el pago de cantidades que exigen los aparcamientos del centro, donde algunos cuestan 350 pesetas la hora. A diferencia de otros paros generales durante el Gobierno del radical Raúl Alfonsín, ayer el transporte público funcionó en parte. Pararon casi todos los trenes que transportan viajeros entre la capital y la periferia, pero circularon los colectivos, autobuses privados de transporte, aunque con frecuencias menores a las habituales.

Incluso se dio la circunstancia paradójica, de que en algunos lugares se formaban colas por la escasez de colectivos mientras que en otras zonas circulaban casi vacíos. Muchos viajeros habían optado por el transporte en coches privados, y en otros casos la asistencia al trabajo fue menor que lo habitual.

En los dos aeropuertos de Buenos Aires, el internacional de Ezeiza y el aeroparque metropolitano, la actividad fue casi normal. En el segundo de ellos hubo algunos retrasos por las negativas de algunos trabajadores a realizar las labores de revisión y también por amenazas de bomba contra vuelos aislados.

Al mediodía, el secretario de Transporte, Edmundo Soria, declaró que tenían controladas 80 empresas de las 125 de transporte colectivo, con unas 6.500 unidades, y aseguró que 4.500 prestaban el servicio. En los hospitales funcionaban los servicios de emergencia, las escuelas abrieron con menos alumnos y algunos comercios cerraron.

Hasta el medidodía de ayer, la prueba de fuerza se había saldado con un empate.

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