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Del recalentamiento económico a la tormenta monetaria

La actividad económica no tiene como base fundamental los principios de mecánica, ni las fuerzas meteorológicas, sino las relaciones entre las personas, afirma el articulista al analizar el lenguaje con que desde el poder se explica la actual crisis internacional; ésta, agrega, no sólo es económica sino política y social.

El año 1992 se está mostrando como un año lleno de paradojas y no menos enseñanzas. Nacido bajo la pesada herencia de una situación económica en continua desaceleración, tras la guerra del Golfo Pérsico, se esperaba que -a nivel nacional- los grandes acontecimientos del V Centenario y de los Juegos Olímpicos permitieran vivir un año artificialmente vistoso. También a nivel internacional, a la espera de una pronta recuperación económica, se desarrollaba el debate sobre un salto cualitativo en el proyecto europeo, dirigido a construir una unión monetaria a medio plazo.La realidad, sin embargo, ha dejado de lado estos acontecimientos para centrarse en una crisis internacional que está afectando a la mayoría de los países industriales. Su manifestación más directa se ha plasmado en las crecientes tensiones cambiarias entre el marco alemán y el dólar estadounidense, que han acabado por provocar la quiebra parcial del Sistema Monetario Europeo.

Esta notable quiebra entre la realidad y el deseo ha supuesto un significativo cambio en la forma en la que la economía -en su uso más cotidiano, de lenguaje y del poder- nos explicaba la coyuntura económica.

Una máquina correcta

En el corto ciclo expansivo de los últimos años los expertos nos hablaban de la realidad económica como una máquina que funcionaba bien, pero con ciertos desajustes. Generalizaron el uso de términos como recalentamiento económico, porque el motor estaba demasiado revolucionado; nos explicaban la necesidad de un enfriamiento y discutían sobre qué país podría hacer de locomotora. Defendían que eran necesarias algunas medidas de ajuste y dado que la máquina era sofisticada, se llegó a acuñar el término de ajuste fino.

En la utilización de los símiles automovilísticos o ferroviarios en el discurso económico subyacía el reconocimiento de que el poder había construido una buena economía del mercado. Con una conducción sensata y responsable y algunos conocimientos de mecánica -o ingeniería financiera-, el viaje en la historia estaba asegurado. Se reforzaba así el poder del conductor, que debía estar atento a la temperatura del radiador, al nivel del aceite o al cuentarevoluciones y, de paso, controlar que los viajeros no escupieran en los pasillos o intentaran "hablar con el conductor" acerca de cosas tan triviales, por ejemplo, como los salarios o el empleo. Los Solchagas de todo el mundo habían triunfado partiendo del preclaro prinicipio, formulado años antes por el entonces ministro Boyer, de que sólo había una política económica posible y que no era ni de derechas ni de izquierdas. Las ideologías habían muerto -como escribió Fukuyama-, y el trascurrir de la historia era una cuestión de mecánica.

Este discurso económico escondía hábilmente que un sinfín de pasajeros se habían quedado sin sitio en el vehículo y morían de hambre en países del Tercer Mundo, y que en tercera clase la gente se caía por el agujero, del desempleo, para el que no se había diseñado ninguna puerta. También ocultaba las peleas fratricidas entre los recién llegados de las economías del Este europeo, que, con su máquina rota y dada por "siniestro total" en la historia, intentaban colarse aun sabiendo que no tenían dinero para pagar el billete. Los tiempos han cambiado. Mientras los países comunitarios discutían la viabilidad de crear una moneda única que permitiera dar una mayor solidez a los avances del mercado único europeo, la dura realidad señalaba la quiebra del sistema monetario existente, con la salida de la libra esterlina y la lira italiana. Una curiosa paradoja, ya que mientras se discutía construir un piso más del proyecto europeo, sus cimientos temblaban peligrosamente.

Meteorología

Ante la gravedad de la situación, los brujos de la economía fueron urgentemente convocados; cambiaron sus trajes de diseño gris perla o gris marengo por ropajes de tonos oscuros y negros y comenzaron a hablar de las tormentas monetarias, las perturbaciones financieras y las turbulencias en los mercados de cambio. Sacaron de sus sombreros mapas del tiempo que, con la ayuda del Meteosat, nos permitieron ver los frentes de borrascas en las islas Británicas y en Italia, y aunque había cielo despejado en la zona de Alemania y sus entornos, el territorio francés se cubría de nubes, a la vez que se anunciaban fuertes heladas y vientos racheados en la península Ibérica.

También explicaban que las perturbaciones y turbulencias no se producían únicamente en el continente europeo, sino que algunos huracanes asolaban el norte del continente americano, y hasta Japón hacía frente a temblores de tierra cada vez más intensos.

Lo que debemos hacer, nos explican ahora los brujos, es seguir atentamente el mapa del tiempo. Su discurso, dirigido a explicar la situación económica a través de la meteorología, oculta el mensaje principal: la crisis viene del cielo, de los elementos ingobernables de las fuerzas de la naturaleza, ante las que ninguna responsabilidad tienen los pode res económicos o políticos. Los asustados ciudadanos que sean solventes deben refugiarse en sus casas y esperar pacientemente que acaben las tormentas y las turbulencias, y que nuestros sabios gobernantes evalúen los daños de la catástrofe.

Los brujos de la economía, una vez más, sumen en el olvido colectivo la existencia de ciudadanos insolventes, sin casa, que deberán capear la tormenta a lecho descubierto, a riesgo de enfermar y morir por falta de protección o de alimentos. En realidad, en el discurso de los brujos, el hecho de que las personas no sean solventes hace que no puedan ser considerados realmente como ciudadanos; para ellos, la ciudadanía política no significa nada sin la ciudadanía económica.

No es extraño que en los procesos de crisis internacional, el lenguaje económico, como el lenguaje del poder, intente cubrir las bases sobre las que se está generando la crisis y los intereses en juego sobre los que se debate un nuevo orden internacional. De hecho, tras el relativo apaciguamiento de las perturbaciones monetarias, vuelven a aparecer los términos de un proyecto europeo de una o dos velocidades, indicando que nuevamente los poderosos conductores de las máquinas económicas están, recuperando el control de las sociedades. Se trata, por tanto -y si el tiempo lo permite- de adoptar decisiones responsables por los más altos mandatarios de la economía y de la política.

Debate unificador

A pesar de lo que nos cuentan los brujos de la economía, las transformaciones económicas y sociales a que da lugar el desarrollo de la actual crisis internacional estarán profundamente condicionadas por la respuesta de la sociedad, y desde esta consideración sólo cabe apostar por un debate unificador que rechace el pretendido discurso científico del economicismo del padre y que rechace también sus imágenes ideológicas. Ni el determinismo mecánico, ni la meteorología externa a la persona, permiten recuperar una dinámica social progresiva.

Pero el mero hecho del rechazo no contribuirá al desarrollo de una amplia y diversa conciencia crítica de la realidad, ni colaborará a ello el intentar coleccionar certidumbres, ni recetás -de nueva o antigua cocina-, como parece estar haciendo el pensamiento de izquierda, para enfrentarse a una situación que se caracteriza precisamente por la intensidad y la profundidad de los cambios económicos y sociales.

Quizá sea necesario retornar a antiguos símiles sobre los que se desarrolló la ideología de la izquierda, como la consideración de 'la actividad económica como una actividad parecida a la del cuerpo humano -tal y como señalaban los fisiócratas en el siglo XVIII-, en la que los agentes y sujetos económicos se relacionaban a través

del flujo sanguíneo de la producción y el intercambio, o retomar las consideraciones, mucho más antiguas, que hiciera Agripa ante el Senado romano, señalando que los grupos sociales eran las manos, la cabeza y el estómago de un solo cuerpo social, cuyo funcionamiento exigía el equilibrio entre las partes implicadas. La actividad económica no tiene como base fundamental los principios de mecánica, ni las fuerzas meteorológicas, sino las relaciones entre las _personas.

Y parece necesario recuperar estas imágenes, a pesar de que algunas de ellas hayan sido utilizadas para justificar políticas muy diversas, porque no sólo nos enfrentamos ante una crisis económica, sino ante una crisis política y social en la que las instituciones y los procesos de legitimación están sufriendo una profunda quiebra. Ante este tipo de crisis, las soluciones no pueden ser tecnocráticas, sino que tienen que nacer del propio dinamismo de la sociedad civil; es decir, del reconocimiento de la capacidad del ciudadano para actuar a través de los distintos cuerpos sociales en el desarrollo futuro de la sociedad.es miembro del Gabinete Técnico Confederal de Comisiones Obreras y del Consejo Económico y Social.

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