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RELEVO EN LA CASA BLANCA

Euforia en Little Rock

Clinton lanza un mensaje de renovación al amparo de las ideas de John F. Kennedy

Francisco G. Basterra

La sensación de que la antorcha ha pasado a una nueva generación de norteamericanos, utilizando la imagen de John Fitzgerald Kennedy, es dominante cuando Estados Unidos vive aún la resaca de una noche histórica. La energía y el compromiso manifestados por el presidente electo, Bill Clinton, al declarar su victoria en Little Rock, y la conexión con los ciudadanos presentes, en su mayoría muy jóvenes y que sólo han conocido al JFK de los libros y la película de Oliver Stone, dan la medida del cambio.

Eran las 23 horas y 24 minutos de la noche (las seis y veinticuatro de la mañana del miércoles, hora de Madrid) cuando Bill Clinton avanzó bajo la luz artificial de los focos halógenos, par a pronunciar con voz ronca su discurso de triunfo. En las últimas 48 horas sólo había dormido tres horas y media. Esta pieza oratoria llamada de aceptación del triunfo es tradicional en la política norteamericana y sirve para marcar las lineas filosóficas de la nueva presidencia. Miles de personas, aguantando un viento muy fresco, esperaban el momento desde hacía horas frente al blanco y pequeño edificio del viejo Congreso de Arkansas.Clinton prometió restaurar, el ahora roto sueño americano, pero dejó claro, por encima del optimismo de la hora, que va a exigir sudor y lágrimas. El presidente electo inyectó en su primera aparición pública un mensaje de solidaridad y optimismo reforzado por la carga de fuerza y juventud que rebosan de la pareja vencedora. Concluida la ceremonia de la victoria, Clinton y Gore y sus esposas aún tuvieron ánimos, para bailar desde el podio, tocar palmas y arrodillar si -ante las miradas preocupadas de un servicio secreto no acostumbrado a este tipo de presidente- para estrechar cientos de manos.

Un coro de negros que había calentado un ambiente ya emocionalmente muy cargado, repetía una y otra vez el espiritual "Glory, Glory, Hallelujah", mientras la multitud entrelazaba sus manos en alto. La escena tenía una fuerte carga simbólica de los años sesenta y las luchas por los derechos civiles. Mucha gente de raza negra -Arkansas es un estado sureño-, muchas mujeres -claves en el triunfo de Clinton- y una edad media inferior a los 30 años. Velas entendidas. Muchas lágrimas. Todos con la etiqueta de FOB,S (Friends of Bill, amigos de Bill).Dos AméricasLa multitud acababa de ver, en una pantalla gigante de televisión instalada en la recoleta plaza, cómo George Bush, desde Houston, se había despedido del país minutos antes aceptando su derrota, con toda la cortesía de un patricio educado en los mejores colegios y universidades privadas de la costa Este. Rodeaban al presidente otro tipo de gentes: alhajadas mujeres y hombres con trajes oscuros de finas rayas de las clases pudientes tejanas. Dos públicos, dos Américas.

Pasaron largos minutos antes de que se apagara una tremenda ovación. Hillary Clinton, vestida con un traje de chaqueta color burdeos sacó de un bolsillo el discurso de su marido -todo un símbolo de la importancia que esta abogada feminista y activista política puede tener en la nueva Administración- y se lo entregó a Bill. Va a ser la primera dama de la historia de la República, como se encargó de subrayar su marido, con un título universitario de posgrado. El presidente electo volvía al mismo lugar desde el que hace 13 meses anuncié, ante el escepticismo de toda la clase política, su entrada en la carrera presidencial.

Clinton comenzó afirmando que el pueblo norteamericano había votado por "empezar de nuevo". Explicó que la elección era un toque de clarín pata afrontar los retos que tiene Estados Unidos. Y señaló en primer lugar al sida y luego al medio ambiente y a la difícil con versión de una economía de cañones a mantequilla, dejando claro que tiene unas nuevas prioridades. En la plataforma aplaudían Hillary, Chelsea -la hija de Clinton- y los Gore, el vicepresidente Albert, su mujer Tipper, una rubia con aspecto de yanqui de anuncio, y sus cuatro hijos.

Bill Clinton se comprometió, con una oratoria caliente todavía casi de campana, a "cambiar este país", interpretando su arrolladora victoria como un mandato para barrer la vieja política de 12 años de revolución neoconservadora de Reagan y Bush. El presidente electo habló de idealismo, solidaridad y esfuerzo a una nación que ha vivido una larga década de individualismo exacerbado, sentido de codicia y una filosofía dominante del sálvese quien pueda.Nuevo patriotismo

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Clinton pidió un "nuevo patriotismo", agradeciendo al mismo tiempo a Bush sus servicios prestados como patriota en la II Guerra Mundial, pero dejando claro al mismo tiempo que hablan de cosas distintas y que Estados Unidos está necesitado de un nuevo "sentido de comunidad". El presidente electo pidió esfuerzo y advirtió que habrá que hacer sacrificios porque la situación económica es mala.

Volvió Clinton a tomar prestada de Kennedy la idea de que no vale sólo preguntar qué va a hacer el Gobierno por el ciudadano sino el norteamericano por el país. "No sólo penséis en pedir sino también en dar, no sólo culpéis a la Administración, sino aceptad las responsabilidades personales", dijo el que será el 42 presidente. Clinton, que tenía a la multitud extasiada y al mundo enchufa do electrónicamente a la pequeña plaza de Little Rock, concluyó: "Juntos podremos con seguirlo. Aún creo en un lugar llamado Hope" (esperanza en inglés y nombre del pueblo donde nació hace 46 años).

Y Clinton dio la palabra a su vicepresidente para lo que, dijo, serían unas cuantas líneas. Pero Albert Gore no desaprovechó la ocasión histórica y pronunció un importante discurso que sobrepasé con mucho el tradicional segundo plano que los vices tienen asignado en las celebraciones de la victoria. El senador por Tennessee, de 44 años, afirmó que este es un cambio generacional, "no sólo un relevo de líderes, y se ha producido "para cambiar este país". Y explicó la nueva filosofia de intervención estatal limitada que anima a estos de mócratas de nuevo cuño: "No abandonaremos a los necesita dos, pero pediremos a cambio responsabilidades".

Gore no va a ser un vicepresidente convencional. Ha desarrollado una gran empatía con Clinton durante la campaña, posee fuerza y una cabeza muy clara que le convierten en un político a seguir. En 1996, cuando se celebren las próximas elecciones, sólo tendrá 48 años.

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