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EI difícil camino de la verdad en El Salvador

El Ejército, cercado por su pasado sangriento, obliga a Cristiani a frenar la purga militar

Un conocido ex coronel salvadoreño, hoy podrido de dinero, rescataba de un armario un subfusil M-16 y, ofreciéndoselo a su hijo adolescente, le hacía esta advertencia: "Tú también nos tienes que defender a todos". Ocurría esto en una lujosa colonia de San Salvador la semana última. La extrema derecha, eufórica, volvía a sentirse importante porque el presidente, Alfredo Cristiani, le acababa, de conservar algo ya casi perdido: un tipo de Ejército que se creó para sostener a los poderosos en un país donde pensar diferente se castigaba con un tiro en la nuca.

El joven acababa de llegar a su casa con un ejemplar de El Mundo, un periódico moderado que, a toda plana, publicaba las fotografías de la exhumación de los primeros cadáveres de la matanza de El Mozote (1.000 muertos). Correspondían a 21 niños e incluso a una madre embarazada que ni siquiera fueron enterrados y que la maleza, desde 1981, fue cubriendo hasta ocultarlos del ras de la tierra. Los esqueletos presentaban las secuelas de la metralla indiscriminada.El periódico terminó en la basura. Pero el adolescente dejó un momento el M-16 y corrió a casa de un compañero de colegio, hijo de un diplomático europeo, para conocer la verdad. Esa misma verdad es la que hoy, después de 12 años de cruel guerra civil, la mayoría de la población, con el apoyo de la comunidad internacional, quiere saber para que este país no vuelva a ser jamás el de antes y haga del Ejército una institución sometida al poder civil.

Sin embargo, el presidente Cristiani la ha parado. Presionado por los sectores reaccionarios de su partido (Arena) y acosado por una cúpula militar que teme terminar deshonrada y señalada para el resto de sus días, ha puesto fin a un proceso oficial de esclarecimiento de la verdad, en el que se había comprometido tras los acuerdos de paz de Chapultepec. Pasaba por la depuración de, al menos, un centenar de militares manchados de sangre y la disolución de todo un aparato represivo creado, con asesoría entonces de Estados Unidos, para acabar con una guerrilla, confundida a propósito con el comunismo.

De aquel aparato contrainsurgente, el Ejército y la extrema derecha conservan intacto el mayor símbolo de su maquinaria sangrienta: el batallón de infantería de reacción inmediata Atlacaltl, unidad que se creó precisamente en 1981 para sustituir en el trabajo sucio a los escuadrones de la muerte. La primera gran hazaña de esta tropa de élite fue la matanza de El Mozote, y la última conocida, el asesinato, ocho años después, de los seis padres jesuitas de la Universidad Centroamericana, entre ellos su rector, el español Ignacio Ellacuría.

En el primer crimen participaron, a modo de ensayo, todas su unidades. De ahí que cayeran barridas por la metralla familias enteras de campesinos. El segundo caso fue ya más selectivo y no necesitó más que un pelotón de salvajes.

Estados Unidos, que había contribuido a crear esta diabólica unidad, empezó a distanciarse del Ejército y hoy cabalga a remolque de las embajadas extranjeras (España, México, Colombia y Venezuela) que vigilan el proceso de paz.

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Al Atlacalt, los acuerdos de paz entre el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) y el Gobierno de Alfredo Cristiani le brindan la autodisolución, programada para el pasado 15 de octubre. Pero está todavía ahí, porque su supervivencia la condiciona Cristiani al desarme absoluto del FMLN, hasta la fecha cumplido mediante fases escalonadas en un 60% y la destrucción de todo su arsenal.

Lo ocurrido no ha sido parte del tira y afloja de cualquier negociación. Ha sido una severa advertencia de la cúpula militar al presidente de que "hasta aquí hemos llegado".

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