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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Estreno en Madrid de 'Un lugar en el mundo'

Un lugar en el mundo, el filme argentino de Adolfo Aristaráin que ganó la Concha de Oro del último Festival de San Sebastián, se estrenó ayer en España. Sólo dos de los intérpretes principales, el español José Sacristán y su compañera sentimental, la argentina Leonor Benedetto -que ayer, además, cumplía años-, asistieron al estreno, junto al director. En la sala, que no se llenó, estaban, entre otros, los actores Agustín González, Juan Echanove y Sancho Gracia; la actriz María Asquerino; los periodistas Hilario Pino e Iñaki Gabilondo, y los cineastas Vicente Aranda y Francisco Regueiro.

Una tragedia optimista

Un lugar en el mundoDirector: Adolfo Aristaráin. Guión: Adolfo Aristaráin. Fotografía: Ricardo de Angelis. Música: Emilio Kauderer. Producción: Adolfo Aristaráin y Oswaldo Papaleo. Argentina, 1992. Intérpretes: José Sacristán, Federico Luppi, Cecilia Roth, Leonor Benedetto. Estreno en Madrid: Roxy A y Multicines Ideal.

En el tiempo final de una de sus obras maestras, La palabra, Carl Dreyer convoca a una mujer muerta a volver a la vida.

No resucitarla le hubiera librado a Dreyer de muchísimas complicaciones, pues que los muertos sigan muertos es lo que esperan, por un simple automatismo derivado de su experiencia de las cosas, el espectador común. Pero Dreyer opta sorprendentemente por el camino difícil y decide ir contra corriente, afirmar. Resucita a la muerta y de esta manera representa lo imposible. Y el milagro se produce no porque la actriz que finge estar muerta finja después volver a la vida, sino porque su fingimiento, por obra de la audacia de Dreyer, es visualmente verosímil, creíble, incluso real.

Afirmar es en el cine siempre mucho más complicado que negar. Un lugar en el mundo cuenta otro milagro, otra afirmación. Y es en razón a la dificultad que lleva dentro esta manera de enfocar una película por donde hay que medir su mérito. Adolfo Aristaráin, director de Un lugar en el mundo, intenta y logra dar vida creíble a la evocación del tiempo en que se mantuvo unido un grupo humano ahora ya disperso: un grupo de luchadores sociales que intenta, en un rincón de Argentina, modificar con sus ideas el curso de las cosas y mantener la libertad allí donde ésta fue desterrada. El grupo fracasa, pero hoy, ahora, en el tiempo de la película, a través de la memoria de un niño que fue testigo de aquel fracaso, éste adquiere la condición de umbral de un triunfo. Como en la película de Dreyer, la negación se hace afirmación: tal vez lo más difícil de conseguir hacer creíble en una pantalla Cine con mayúsculas, de la estirpe de Qué verde era mi valle de Ford y de Sólo los ángeles tienen alas, de Hawks, que son gloriosas referencias de Un lugar en el mundo.

Estilo

La facilidad con que transcurre la secuencia de Un lugar en el mundo encubre una laboriosa renuncia de Aristaráin a la apariencia de estilo, considera da esta renuncia como una forma de estilo. El viejo principio cinematográfico de la transparencia en la puesta en escena desvela así su vigencia, su juventud, su modernidad total, en esta generosa y libre película de transcurso suave, sin altibajos, hecha a media voz y pincelada a pincelada con sensaciones primorosamente ordenadas, que componen un denso y frondoso entramado de interrelaciones de personajes de miradas, de roces y de silencios que con frecuencia resultan más elocuentes que las propias palabras, que las muchas palabras que se oyen en una de la mejores películas dichas en nuestro idioma de que hay noticia reciente.

De ahí que Un lugar en el mundo, sea una magistral obra de actores, de rostros, como todas las grandes películas: una tragedia genuina, capaz de convertir el dolor en alegría y de reconciliarnos a los espectadores en cuanto a antesala de la esperanza, de una nueva energía liberadora: ese tozudo y conmovedor empeño de los hombres libres en levantarse después de cada una de sus caídas. Es Un lugar en el mundo, una obra magistral, libre, diáfana, prodigiosamente escrita, filmada e interpretada. Ver y vivir la electricidad recíproca de Federico Luppi, José Sacristán, Cecilia Roth y Leonor Benedetto, en cuatro creaciones bordadas, es uno de los regalos más gratificantes a que puede aspirar cualquier espectador.

La película ganó la Concha de Oro en el último San Sebastián. Si se tiene en cuenta que compitió con películas de muy inferior calidad -incluso con algunas que no alcanzaban la condición de cine y que convirtieron a la última edición de San Sebastián en la peor de su historia- el triunfo de Aristaráin no parece meritorio. Pero lo cierto es que esta admirable obra hubiera triunfado en las mejores ediciones de los mejores festivales. Pueden hablar de tú a tú al mejor cine de hoy.

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