Probabilidades apuestas
Hace seis meses, la mayoría de los norteamericanos creía firmemente que el presidente Bush sería reelegido sin grandes dificultades. Se daba por hecho que un candidato demócrata, a menos que fuera un hombre con un carisma especial, no tendría la más mínima oportunidad frente al titular de la presidencia. Los demócratas miraban ya secretamente las elecciones de 1996 como su posible primer día de victoria. Las primarias demócratas se celebraron en medio de este desánimo. Aunque el gobernador Clinton salió relativamente bien librado de las primarias, no se le tomó en absoluto en serio. La prensa reaccionó críticamente a sus primeras apariciones públicas como posible candidato. Los periódicos afines a los demócratas querían otra persona -alguien mejor y más serio- para la carrera hacia la presidencia. Hasta la convención demócrata, Clinton luchaba, al parecer, en contra de todos los pronósticos. Sus adversarios estaban seguros de poder eliminarle con poco esfuerzo. En primer lugar, estaba su relación, real o supuesta, con Jennifer Flowers. En un país puritano, donde, la hipocresía en cuestiones de sexo resulta obligatoria, las acusaciones acerca de una relación amorosa extramatrimonial pueden echar por tierra la carrera de un personaje público. Sin embargo, la vieja fórmula no ha funcionado en esta ocasión. Cuando se vio que la presunta infidelidad ya no interesaba al electorado, los ataques contra Clinton se centraron en su mujer, Hillary, acusada del delito de menospreciar los valores familiares, y a la que, en general, se consideraba incapaz de desempeñar el papel de primera dama. Pero mientras que el primer ataque de importancia se quedó en agua de borrajas, el segundo fue más bien contraproducente por razones que explicaré más adelante. El ataque final está centrado en la participación de Bill Clinton, cuando era un joven estudiante e Oxford, en movimientos y manifestaciones contra la presencia estadounidense en la guerra de Vietnam. El presidente Bush ha sacado a relucir esta cuestión en repetidas ocasiones, y sigue haciéndolo, sin obtener resultados apreciables. Cada una de estas acusaciones por sí sola podría dañar seriamente la popularidad de un candidato; juntas tendrían que haber sido mortales en condiciones normales. No obstante, y en contra de todos los pronósticos, Clinton sigue incólume. Desde la convención demócrata, aventaja cómodamente al presidente Bush en todas las encuestas. Muchos norteamericanos están desconcertados por este enigma. Aunque nada es seguro hasta que no concluya el día de la votación, el gobernador Clinton va a ganar con toda proba bilidad estas elecciones. La cuestión es ¿por qué?Puede haber tres respuestas a esta pregunta. En primer lugar, la principal razón sería que Bush le resulta antipático a una gran mayoría. Sin embargo, exceptuando a ciertos activistas del Partido Demócrata y a algunos elementos liberales no comprometidos, Bush no resulta especialmente antipático. Simplemente no provoca una fuerte respuesta emocional. En cuanto a la segunda respuesta, la explicación debe encontrarse en el carácter de Clinton. Después de todo, las acusaciones más importantes estaban dirigidas contra el carácter de Clinton. El presidente Bush dejó claro en el debate televisado del 11 de octubre que no considera antipatriótica la participación de Clinton en manifestaciones pacifistas, sino una manifestación de falta de juicio, una debilidad de su carácter. De la misma forma, tener (supuestamente) una amante y (lo que quizá sea peor) una mujer independiente y haber criticado activamente la política del Gobierno de su país son problemas de carácter. Por otro lado, dado que el gobernador Clinton se ha defendido con habilidad de estas acusaciones, sin agresividad y con la cantidad exacta de sinceridad que la política tolera, se podría concluir que, después de todo, da la impresión, de ser un hombre con carácter. En EE UU, un candidato tiene que pasar por la prueba del agua y del fuego; si sobrevive, sale también purificado. Es interesante observar cómo funciona en la práctica la más antigua de las democracias. Uno espera del presidente que sea una persona carismática, pero también un hombre como todos los demás. Tiene que ser un caballero sin miedo y sin tacha; sin embargo, su evacuación intestinal y sus erecciones son temas constantes de cotilleo público.
Es posible que Clinton haya pasado esta prueba de. agua y fuego y esté, por consiguiente, purificado. Sin embargo, hace cuatro años nada de eso habría funcionado. Por eso es necesaria una tercera respuesta que explique su éxito hasta el momento, y que no se basa en una cuestión de carácter, sino de política.
Después de haber hecho la misma pregunta, la revista New York resumió los sentimientos del electorado en una máxima: "Nuestro país va por mal camino". Si el país va por mal camino, hay que devolverlo al bueno. El mal camino es el viejo, con lo que el bueno debe ser uno nuevo.
Ésta es la apuesta en las elecciones presidenciales de 1992. Las probabilidades de ganar las elecciones van unidas a las probabilidades de que el presidente electo empiece a poner el país en este nuevo camino. Por consiguiente, el actual presidente está en una mala posición desde el principio. En el primer debate televisado, Bush tuvo que hacer dos cosas a la vez. Por un lado, tuvo que persuadir de que el país está básicamente en buena forma y de que se ha exagerado excesivamente la importancia de las señales de alarma como el enorme déficit, el crecimiento del paro, la caída del nivel de vida, las personas sin hogar y muchas otras. Por otro lado, tuvo que prometer que haría algo totalmente nuevo para poner al país en el buen camino. En esas condiciones, referirse a la experiencia no ayuda, sino que es más bien contraproducente. No es necesario leer a Maquiavelo para saber que si alguien tiene una gran experiencia en hacer las cosas de una manera, es casi imposible que pueda hacerlas de otra. Siempre es más probable que un contendiente sin experiencia en hacer las cosas a la vieja usanza sea mejor a la hora de hacerlas de una forma diferente.
La gente cree que algo ha ido mal en Estados Unidos. Pero, fuera lo que fuese, no sucedió sólo durante los cuatro años del mandato del presidente Bush. La actual generación de norteamericanos es la primera que está en peor situación económica que sus padres, al menos desde él new deal, y, si prestamos oído a lo que dicen los norteamericanos, desde el nacimiento de su nación. Pero ya era así hace cuatro años y Bush fue elegido por una amplia mayoría. Lo que ha sucedido entre estas dos elecciones ha sido el colapso de la URSS y del comunismo europeo en general. Hace cuatro años, Clinton no habría tenido ninguna oportunidad.
En lo que se refiere a los problemas de seguridad, los norteamericanos se fiaban más de los republicanos. La URSS era un enemigo formidable y peligroso; Reagan lo hizo bien en este campo, y Bush heredó tanto la gloria como el deber. Ahora ya no existe ese deber, está cumplido, y a la gente ya no le interesa la gloria. Los estadounidenses se alegran de que su principal enemigo ya no exista y de que potencias democráticas amigas puedan ocupar su lugar. Pero inmediatamente saltan a otra conclusión: el capitalismo ha ganado, eso es bueno, pero ¿es bueno el capitalismo tal y como es ahora? ¿Es necesario, por ejemplo, que las clases medias lleven la carga más pesada? ¿Es inevitable que la educación se deteriore año tras año, que ciudades que antes eran florecientes se vuelvan inhabitables, que un porcentaje muy elevado de norteamericanos no tenga cobertura sanitaria de ningún tipo y que no pueda siquiera comprar medicamentos, aunque EE UU gaste en asistencia médica una suma exorbitante? La atención se centra en torno a estos temas; el gobernador Clinton y Ross Perot se han referido a ellos en sus discursos y, en menor medida, también el presidente Bush, que se dio cuenta tarde. Estas elecciones se volvieron más políticas de lo que se esperaba. Los norteamericanos no quieren ser testigos de la degradación de la calidad de vida. Son patriotas; quieren que su país sea un buen lugar para vivir y un modelo para el resto del mundo.
La convención republicana fue un desastre para el presidente Bush. Las resoluciones tuvieron un tono de derecha radical (Clinton utilizó este término) y la mayoría del país no simpatiza con ellas. Pero si uno analiza detenidamente estas posiciones derechistas, verá que las más representativas -por ejemplo, la posición extremista sobre el aborto stán relacionadas con modos de vida. La convención republicana proclamó una imagen de la buena vida que sólo se ajusta a la generación más vieja. Los jóvenes no quieren vivir así. Es aquí donde el ataque republicano contra Hillary Clinton y las razones de su fracaso se hacen importantes. Hillary Clinton es abogada y defiende activamente los derechos de los niños, y es también autora de dos libros excelentes sobre este tema. No encaja con la imagen de esposa-de-barrio-residencial que espera al marido y que sólo vive para que su marido, triunfe. El matrimonio Clinton es, como ellos mismos han dicho, una especie de sociedad. Durante la campana se vio que no sólo en el noreste, sino en todo el país, los jóvenes, especialmente las mujeres, prefieren vivir, precisamente, de esta manera. Los ataques contra Hillary Clinton han levantado más bien simpatías hacia ella y hacia su marido. Una forma de vida moderna y liberal de clase media tiene un gran atractivo que sobrepasa todas las fronteras sociales.
Por lo que puede verse, el programa social de Clinton está también relacionado con un planteamiento de una forma de vda, aunque esta vez contrasta con el viejo modelo demócrata. La relevancia y viabilidad de la acostumbrada política social de ayudas estatales (repartir ayuda social durante un periodo indefinido de tiempo sin esperar aportaciones útiles a la sociedad por parte del beneficiario) ha sido puesta en duda en todos los sectores, y en su lugar se sugieren soluciones más comunitarias. Nadie sabe de antemano si las nuevas soluciones -que a la vez son más tradicionalmente norteamericanas- funcionarán. Sin embargo, lo que está claro ara todos es que las viejas no funcionan. Una amplia (y cada vez mayor) infraclase urbana se está consumiendo en la pobreza, la enfermedad y las drogas, y esto está haciendo estragos. Pocas veces creen los norteamericanos en una panacea, una medicina que lo cure todo; en cambio, ponen sus esperanzas en un experimento. Parece probable que, en esta ocasión, darán una vez más una oportunidad a un programa nuevo. Y ésta es la razón por la que el gobernador Clinton, contra todos los pronósticos, ha podido convertirse en el principal candidato a la presidencia.
es profesora de Sociología de la Nueva Escuela de Investigación Social, en Nueva York.
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