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El breve pacto de Estocolmo

A Francisco Fernández Ordóñez, el anterior ministro de Asuntos Exteriores, no le sedujo la idea de librar batalla por conquistar un escaño en el Consejo de Seguridad. Recordaba que España ya había formado parte de la máxima instancia de Naciones Unidas en tiempos de Franco (1969-1970) y cuando gobernaba la UCD (1981-1982) y temía que una derrota ahora, cuando supuestamente goza de más prestigio que nunca, fuese aprovechada por la oposición para denunciar la escasa influencia internacional del Gobierno socialista.Los padres del proyecto, Francisco Villar, entonces embajador de España ante la ONU, y Juan Antonio Yáñez, su sustituto, acabaron, sin embargo, convenciendo a Felipe González, a fines de 1990, de lanzarse a por el escaño. Yáñez, que hasta abril de 1991 fue director del Departamento Internacional de Moncloa, impuso su punto de vista al escéptico Fernández Ordóñez.

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El ministro quiso entonces garantizar a toda costa la elección de España. Para lograrlo pensó que era bueno asociarse con otro de los países aspirantes a uno de los dos puestos disponibles en el Consejo de Seguridad para el grupo al que pertenece España. Propuso a su homólogo sueco, el socialdemócrata Sten Andersson, formar un tándem. La idea subyacente era no sólo votarse mutuamente, sino intentar que los Estados de la esfera de influencia española, sobre todo los latinoamericanos, respaldasen a Suecia, mientras sus vecinos escandinavos harían otro tanto con la candidatura española.

El sustituto de Fernández Ordóñez, Javier Solana, asegura no haber encontrado "ni rastro" de este pacto secreto entre los documentos que heredó al hacerse cargo del ministerio. Desde que asumió la cartera de Exteriores, Solana se esforzó, sin embargo, por promover un acercamiento con Nueva Zelanda, el tercer candidato al Consejo de Seguridad, deshaciendo así de hecho la alianza con Suecia, que desde Moncloa fue considerada como un error. González recibió al primer ministro neozelandés, Jim Bolger, en junio en Madrid y Solana se entrevistó con él en septiembre en Nueva York.

Sin duda, España tiene más afinidades con Suecia que con Nueva Zelanda, pero la veintena de seguidores incondicionales que arrastra este archipiélago es muy superior al del país escandinavo. Y cada microestado del Pacífico tiene en la Asamblea General el mismo peso electoral que EE UU.

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