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España refuerza su papel en la escena internacional al ingresar en el Consejo de Seguridad de la ONU

La Asamblea General de Naciones Unidas eligió ayer a España, por una holgada mayoría de 118 votos sobre 173, miembro no permanente del Consejo de Seguridad, mientras Suecia y Nueva Zelanda se disputaron en sucesivas vueltas el segundo puesto a cubrir hasta que ganó este último país. El ingreso de España en el máximo órgano de la ONU, por un periodo de dos años, consagra su creciente influencia internacional, pero también obligará a la diplomacia española a definirse con más precisión sobre numerosas cuestiones candentes.

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En la primera elección abierta en la que participó para entrar en el Consejo de Seguridad, España obtuvo en la primera vuelta los dos tercios de los sufragios necesarios, pero algunos menos de los que esperaba. Más de 120 de los 178 miembros de la ONU habían prometido su apoyo a España, pero, como el voto es secreto, el Gobierno no sabrá qué países no cumplieron con su palabra. A pesar de estas pocas traiciones, el embajador ante la ONU, Juan Antonio Yañez, no dudó en hablar de "éxito"."La elección", comentó el ministro de Exteriores, Javier Solana, "supone un reconocimiento a los esfuerzos desplegados en los últimos años por España en favor de la paz y del sistema de Naciones Unidas". "España es consciente del nuevo papel de la ONU y, muy especialmente, del Consejo de Seguridad, que se ha revitalizado en los últimos tiempos".

España y Nueva Zelanda -que obtuvo en la tercera vuelta 117 votos frente los 55 de Suecia- sustituirán, a partir del 1 de enero y por un periodo de dos años, a Bélgica y Austria. Junto con estos dos países, Ecuador, India y Zimbabue saldrán también del Consejo de Seguridad, y sus escaños serán ocupados por los tres únicos candidatos que se presentaron: Brasil, Pakistán y Yibuti.

Movilización administrativa

Decidida a mediados de 1990, pero presentada oficialmente el pasado 22 de mayo, la candidatura española ha dado lugar desde principios del año pasado a una amplia movilización de la Administración española para recabar votos, rematada el sábado pasado con una actuación de la Orquesta Nacional de España, que interpretó El Amor Brujo, de Manuel de Falla, en el hemiciclo de la Asamblea General.

Con anterioridad, allí donde España no contaba con embajada fueron enviados emisarios Manuel Piñeiro, ex embajador en Camerún, y Ricardo Zalacaín, jefe de misión en Jamaica, recorrieron, por ejemplo, las pequeñas islas del Caribe. Mientras, los embajadores en África subsahariana, que gozan de acreditación múltiple, hicieron sus batidas.

La representación de España en las cumbres del Movimiento de los No Alineados, que hasta ahora ostentaba un funcionario de segunda, fue elevada en la reunión de septiembre en Yakarta. A la capital indonesia acudieron nada menos que el secretario de Estado de Cooperación, Inocencio Arias, y el embajador ante la ONU, Juan Antonio Yáñez, ex asesor internacional de Presidencia del Gobierno que abandonó su puesto para sentarse en el Consejo de Seguridad.

Los Juegos Olímpicos y la Expo brindaron también una excelente oportunidad a la diplomacia española para hacer campaña con los númerosos jefes de Estado y de Gobierno que pasaron por España.

Mientras uno de los países que más tardó en ofrecer su voto a España fue, a pesar de ser miembro de la CE, el Reino Unido, otros lo dieron espontánemente. Fue el caso del titular iraní de Exteriores, Ali Akbar Velayati, o del de Azerbaiyán, Tofik Kagasymov, que se entrevistaron en Nueva York en septiembre con su homólogo español.

Globalmente, España ha contado con el respaldo de los latinoamericanos -sus ministros se lo manifestaron colectivamente a Solana el mes pasado en Nueva York-, con el de los europeos, incluidos los del Este, y con el de la mayoría del mundo islámico. El gran punto débil era Extremo Oriente y el Pacífico, donde Nueva Zelanda cuenta con muchos partidarios.

Para cosechar votos, la diplomacia española ha esgrimido varios argumentos. Alegó su buen cumplimiento del artículo de la Carta de la ONU sobre participación en operaciones de mantenimiento de la paz -hubo o hay cascos azules españoles en El Salvador, Honduras, Nicaragua, Angola, Namibia y la ex Yugoslavia- y el puesto de noveno contribuyente a las arcas de la organización, con la que, además, España no tiene deudas. EE UU y Rusia, e incluso Italia y Alemania, sí las tienen.

España accede al Consejo después de que este organismo haya recobrado un peso decisivo al dejar de estar bloqueado por la rivalidad Este-Oeste y el sistemático veto de la ex URSS. El momento es tanto más interesante cuanto que el fin de la guerra fría obliga a replantear la composición de este órgano, al que aspiran a acceder de forma permanente Japón, Alemania e incluso Brasil.

Aunque ningún alto cargo lo dice públicamente, la diplomacia española acaricia la idea de que la reforma cree un estatuto de miembro semipermanente del Consejo de Seguridad. En ese hipotético escaño, España rotaría con potencias de importancia similar, como Canadá o Italia.

Para la política exterior española, el ingreso en el máximo órgano de la ONU supone también un reto. Sus responsables deberán definirse concretamente sobre temas delicados que hasta ahora despachaban con meras declaraciones. Deberá, por ejemplo, pronunciarse con más precisión sobre el referéndum de autodeterminación del Sáhara Occidental, cuya celebración ha impedido hasta ahora el empeño marroquí por modificar sustancialmente el censo electoral español.

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