Rescoldo de Dresde
LA GUERRA fría está enterrada, la Unión Soviética empieza a ser un recuerdo, el reparto de Yalta parece el nombre de un juego de sociedad, pero la Segunda Guerra Mundial es todavía un rescoldo humeante. La reina Isabel II de Inglaterra lo ha podido comprobar en la ciudad alemana de Dresde, que fue arrasada por las bombas incendiarias del mariscal Arthur Harris en febrero de 1945, cuando la derrota alemana era ya evidente.La soberana británica pasó por la ciudad sajona con la celeridad y el silencio de las incomodidades históricas. Manifestantes locales puntearon ese recorrido, casi de puntillas, con pancartas alusivas a la impropiedad de la inauguración, hace tres meses en Londres, de una estatua en honor del mariscal Harris, a la que asistieron miembros de la familia real. Pocas semanas después se había conmemorado en Alemania el aniversario del lanzamiento de las primeras V-1 sobre Inglaterra, bien es cierto que como celebración del comienzo de la aventura espacial, y -por efecto de las protestas británicas- sin el respaldo oficial de Bonn. Nada pudo impedir, sin embargo, que al bombardero Harris, como se le conocía por el expeditivo uso que supo hacer del arma de bombardeo estatrégico contra Alemania, se le rindieran honores de gran héroe patrio.
La visita de Isabel II ha sido la de la reconciliación, y no hay motivo para dudar que, en lo esencial, el Reino Unido y la Alemania unificada contemplan el futuro desde posiciones más amistosas que nunca antes en la historia. En ese sentido, el viaje real sigue siendo una feliz iniciativa, y su resultado global, si no famoso, sí positivo. Otra cosa es que mil y un resabios hagan que el futuro, incluso si es común, no sepa borrar definitivamente el pasado.
No es posible construir Europa mientras las más altas instituciones británicas conmemoren la matanza de Dresde, mientras los alemanes se enorgullezcan de haber inventado unos ingenios que sembraron la destrucción en Londres, mientras el 2 de mayo tenga para algunos en España primordialmente el significado del odio al gabacho, mientras la mayor parte de los himnos nacionales europeos blasonen de gestas militares que, inevitablemente, se vinculan a guerras civiles en Europa. Todos ellos son hechos pertenecientes a la historia, que no se pueden ni se deben borrar", pero a los que les sobra la fanfarria y el mezquino entusiasmo de lo patriotero. La historia es para estudiarla, no para usarla como arma arrojadiza contra el vecino.
Alemania ya es hoy otra Alemania, y en absoluto para peor. Por eso, el continente y la nueva Bundesrepublik, que nació en 1990 de la caída de un muro, ha de recordar y actuar como ese gran europeo que supo arrodillarse ante el monumento de Varsovia a los caídos, judíos y no judíos, en la Segunda Guerra Mundial, en un gesto que valió por un perdón solicitado y otorgado. A las pocas semanas de la muerte de Willy Brandt, su recuerdo es una invitación al europeísmo; sin olvido de la historia, pero sin buscar en ella motivos para el rencor entre las naciones.
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