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La cuestión nacional

La comunidad internacional se enfrenta ahora a un nuevo problema a escala mundial: el peligro de un nacionalismo agresivo. Los líderes políticos se encuentran con que están mal preparados para evitar este peligro, tanto a nivel nacional como internacional. Se están llevando a cabo intentos claramente tardíos de analizar los procesos destructivos que están en marcha, pero las llamas ya están ardiendo en muchas regiones del mundo y amenazan con avivarse todavía más.Hasta hace muy poco, parecía que la cuestión de la autodeterminación nacional había sido resuelta de una vez por todas como consecuencia de la desaparición del colonialismo y la creación de un sistema internacional basado en Estados soberanos -al menos en la medida en que se trataba de un problema internacional- En cambio, casi toda nuestra atención se centraba en los procesos de integración que estaban teniendo lugar, en una forma u otra, en todo el mundo -dando origen en Europa occidental, por ejemplo, a cambios históricos que pueden considerarse irreversibles, a pesar de las crisis o retrocesos temporales que pudiera experimentar el proceso.

No obstante, los acontecimientos de los últimos cinco años son testimonio de la resistente fuerza del nacionalismo y de su potencial explosivo en las nuevas condiciones. Quien quiera predecir acontecimientos en el escenario mundial no tiene más remedio que incluir el factor nacional en sus cálculos.

¿Cuál es el mayor problema al que debemos hacer frente? La Unión Soviética se ha venido abajo, aunque existía la posibilidad de transformarla en una poderosa federación (o confederación) democrática que podría haber contribuido positivamente a la civilización del siglo XXI. Y su caída ha sacado a la luz los fantasmas del extremismo nacionalista y ha llevado a un enorme derramamiento de sangre en toda una serie de conflictos.

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Aunque yo apoyé la idea de una transformación radical de la URSS, me opuse decididamente a su desmembramiento. Porque estaba convencido entonces, y sigo estándolo ahora, de que la URSS no era simplemente un Estado unitario e hipercentralizado que limitaba los derechos y posibilidades de desarrollo de diversas naciones y pueblos. Era también un entramado complejo y orgánico de relaciones políticas, económicas, culturales y humanas -relaciones que se habían convertido en parte integrante de la vida cotidiana, reflejadas en las costumbres y en la mentalidad de decenas de millones de personas-. No habría que olvidar que Rusia, la Unión Soviética, no era un Estado colonialista en el sentido clásico de, por ejemplo, los imperios británico o francés. La disolución de esos imperios también fue dolorosa. Pero en el caso de Rusia ha golpeado en casa, por así decirlo, con trágicas y destructivas consecuencias. Desgraciadamente, los acontecimientos de este último año han confirmado mis peores temores. Y por esa razón, estoy a favor del restablecimiento de auténticos lazos entre los Estados soberanos que han surgido de la URSS; obviamente, sobre unas bases completamente diferentes a las que existían en el pasado y teniendo en cuenta los cambios que han tenido lugar.

La desintegración de Yugoslavia ha sido otra sorpresa para la comunidad internacional. La guerra extremadamente cruel que se está librando allí ha adquirido tintes de absoluta locura. En otros lugares se han iniciado limpiezas étnicas de manera lenta e indirecta (como en el Báltico) o de manera más brutal (como en los Balcanes, el Cáucaso y en Asia Central). Y esto está ocurriendo a la vez que los derechos humanos han sido reconocidos como una cuestión de importancia prioritaria en la política mundial y como criterio por el que medir el comportamiento civilizado de los países, como se ha visto en documentos recientes de las Naciones Unidas y la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE). Los checos y los eslovacos van a separarse, y en muchos otros países se están estableciendo movimientos separatistas y nacionalistas. Se trata de fenómenos muy diferentes, para los que es dificil encontrar un denominador común. Pero todos ellos se caracterizan por un aumento (a menudo de enormes dimensiones) de la autoconciencia étnica-nacional, que a menudo burla el sentido común, no tiene en cuenta los intereses evidentes de la gente y se opone a la mayor integración de los países que viene dictada por las exigencias objetivas de la vida de hoy.

Las causas de esta explosión de nacionalismo se derivan, probablemente, del hecho de que el Estado unitario tal vez ya haya cumplido su función histórica como forma de coexistencia entre naciones diferentes y ya no sea capaz de hacer frente a los problemas planteados por la evolución cultural y socioeconómica de los pueblos que viven dentro de ese Estado.

Otra causa parece ser una especie de reacción irracional o defensiva contra los procesos convulsivos de generalización global y homogeneización cultural, económica y de información, tendencias que reducen la diversidad e inducen a las comunidades a buscar refugio en su propia guarida nacional, en un esfuerzo por agarrarse a algo que sea comprensible y propio.

La comunidad mundial debe adoptar una postura prudente de cara a los lugares en los que haya un brote de explosión nacional.

El derecho a la autodeterminación nacional puede adoptar dos formas: 1. A través de una ruptura con el antiguo Estado y la formación de un Estado nuevo e independiente basado en un único grupo nacional. 2. A través de la formación de nuevos lazos federativos (o confederativos) con otras comunidades dentro (o fuera) del antiguo Estado.

El primer camino lleva consigo las dolorosas consecuencias que acompañan a la separación: la división de territorios y el establecimiento de fronteras. En realidad, hay pocos Estados en el mundo basados en un único grupo étnico, y si la autodeterminación adopta la forma de desmembramiento de un Estado, impulsará inevitablemente a todas las minorías étnicas a obtener, por los medios que sea, lo que algunas de ellas ya han conseguido. Es posible que algunos Estados desaparezcan completamente, y está claro que esto tendría serias repercusiones en todo el marco de relaciones internacionales.

En mi opinión, el camino más razonable, y el que mejor sirve a los intereses de todas las naciones, es el segundo, basado en lo que yo llamaría el principio federativo. Considero que la federalización es el planteamiento crucial para resolver esos problemas. Por supuesto, tendría que ser un federalismo genuino, que uniera a Estados iguales y verdaderamente soberanos. En este sentido, el caso de la URSS debería invitar a la reflexión. En realidad, de federación no tenía más que el nombre, y con el paso de las décadas siguieron aumentando las contradicciones que, a la larga, acabarían explotando.

Este planteamiento exige un riguroso esfuerzo científico y político por parte de la comunidad internacional para elaborar, en términos modernos, la esencia de los principios federativos y las formas que éstos pueden adoptar en su aplicación a situaciones concretas. Por ejemplo, en el caso de la URSS buscábamos una solución basada en una especie de federación flexible que habría establecido una diversidad de lazos voluntarios entre entidades soberanas.

No obstante, si la solución federal resultara imposible, entonces deberíamos desarrollar modelos de separación controlada, como, por ejemplo, procedimientos establecidos, desarrollados con el consentimiento de la comunidad internacional para llevar a cabo una separación civilizada y sin derramamiento de sangre, en vez de una salvaje y descontrolada. En otras palabras, lo que tenemos

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La cuestión nacional

Viene de la página anteriorque hacer es codificar y aplicar el derecho internacional en lo que respecta a la formación de nuevos Estados. Y sobre todo, tenemos que dar con soluciones que hagan compatibles el derecho de las naciones a la autodeterminación y la inviolabilidad (donde ésta sea inevitable) de las fronteras universalmente reconocidas. Este planteamiento presupone un procedimiento internacional de toma de decisiones adecuado y un papel activo por parte de los organismos de las Naciones Unidas, de las delegaciones de la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa y de otras organizaciones internacionales. En caso de que las partes fueran incapaces de alcanzar un acuerdo entre ellas, será necesario recurrir al Tribunal Internacional.

El camino que conduce a la solución de la cuestión nacional, visto desde una perspectiva histórica, está vinculado a los procesos de democratización dentro de los países tanto como al desarrollo de relaciones entre Estados. Y este proceso ya está en marcha.

Por último, deberíamos tener presente que el futuro del mundo dependerá en gran medida de la actitud que la comunidad internacional adopte ante esta crisis global. Si somos capaces de encontrar el planteamiento adecuado, las tormentas que hoy están arreciando pasarán a la memoria de la humanidad tan sólo como un momento pasajero de la historia del mundo. Y el barco que transporta la integración mundial se estabilizará, tras haber superado el impacto de las corrientes nacionales y haber tomado todo lo que éstas tienen de valor perdurable.

fue el último presidente de la desaparecida URSS.

Copyright La Stampa, 1992.

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