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LA BATALLA POR LA CASA BLANCA

Bush desperdicia la oportunidad del tercer y último debate televisivo con Clinton

Antonio Caño

El presidente George Bush lanzó ayer, en el tercer y último debate de esta campaña electoral, una feroz ofensiva contra la credibilidad de Bill Clinton, a quien presentó como un hombre que siempre tiene dos opiniones sobre cualquier hecho. El candidato demócrata contraatacó con eficacia sobre el flanco más débil de su oponente, los resultados económicos de su gestión, para dejar el enfrentamiento, a falta de lo que digan las encuestas, en un empate, bueno para Clinton, malo para Bush. Los últimos sondeos daban ayer al candidato demócrata una ventaja de entre 12 y 18 puntos.

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George Bush, en una actuación más brillante que en los dos debates anteriores, intentó una y otra vez sembrar dudas sobre la credibilidad de Clinton. Casi todas sus intervenciones terminaban con una referencia a su oponente como un político "que un día dice una cosa y al día siguiente dice otra". Insistió en que él cometió el error de aumentar los impuestos en 1990 y pidió perdón por ello, mientras que Clinton "nunca ha perdido perdón, parece que nunca ha cometido un error". Bush dijo que el cargo de la presidencia de Estados Unidos exige tomar decisiones difíciles y que Clinton es incapaz de tomarlas. El presidente comparó a Clinton con Jimmy Carter y advirtió a los electores que "vigilen sus bolsillos" si Clinton obtiene la victoria.El candidato demócrata respondió que w es el menos adecuado para criticar los cambios de opinión porque él estuvo primero contra la política económica de Ronald Reagan, sirvió en la Administración de Reagan después y volvió a cambiar de política una vez que llegó a la presidencia. Clinton, algo encogido esta vez por la responsabilidad de saberse el candidato ganador, trató de evitar el cuerpo a cuerpo con Bush y procuró llevar siempre el debate a los temas que más parecen interesar al electorado: economía, economía, economía. El candidato demócrata comentó que, aunque los votantes han dicho claramente que los aspirantes a la Casa Blanca se centren en debatir los problemas que importan, Bush prefiere los ataques personales.

Ross Perot volvió a actuar a un buen nivel, casi como en el primero de los debates. Afrontó con valentía algunos de los asuntos de los que sus contrincantes huyen, como el del déficit público, y puso en dificultades a los otros dos candidatos, aunque mucho más al presidente: a Clinton cuando dijo que haber gobernado Árkansas no era mérito suficiente para llegar a la presidencia, y a Bush cuando le advirtió que había que detener la influencia de los lobbies, extranjeros en la política norte americana, cuando le recordó el escándalo de las cajas de ahorros ocurrido durante su Administración, cuando mencionó las actuales cifras económicas y cuando le acusó de haber enviado las tropas a Kuwait para luchar contra una maquinaria militar que él mismo había creado.

Guerra del Golfo

Fue Perot, que en algunos momentos parecía que le estaba haciendo el trabajo sucio a Clinton, el que sacó el asunto de Irak, la guerra del Golfo y el anterior apoyo de Estados Unidos a Sadam Husein. Clinton recordó que en 1989 el presidente Bush había dado órdenes de mejorar las relaciones con Husein, a pesar de que existían informes que demostraban que el presidente iraquí se estaba convirtiendo en una amenaza para el mundo. Bush hizo referencia al éxito sin precedentes de crear una coalición internacional para liberar a Kuwait.

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El debate de ayer, celebrado en el campus de la universidad de Michigan, en East Lansing, tuvo un formato mixto. Los primeros 45 minutos fueron dirigidos por un solo moderador; la otra mitad se la repartieron las preguntas de un panel de tres periodistas. En Little Rock, cuartel general de la campaña demócrata, el espectáculo fue seguido, como en los grandes acontecimientos deportivos, desde una pantalla gigante situada en un hotel próximo a la sede de la campaña de Clinton.

El debate no descubrió grandes sorpresas. Clinton llegó con la lección bien aprendida, tal vez un poco más tenso que en anteriores debates, pero con la misma pose de actor frente a las cámaras, sin salirse de su guión. Bush mostró que su campaña no tiene armas secretas, sólo una y bien conocida: minar la imagen del candidato demócrata, advertirle al país de que se asoma al precipicio si vota por Clinton. Perot tiene claro su papel: un digno tercero.

El debate sirvió para dejar en evidencia que en esta campaña no hay más elementos que los que ya han sido expuestos. Eso parece muy poco para Bush, que estaba obligado a aprovechar los debates, no sólo para mejorar un poco su imagen, sino para alcanzar el corazón de su rival. Las encuestas de ayer daban a Clinton una ventaja de entre 12 y 18 puntos.

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