El Reino Unido en Europa
La inútil discusión sobre si el Reino Unido es parte de Europa o no prosigue aquí y allá, tanto en el Reino Unido como en el resto de Europa. Es un debate para teóricos de la política y gente que vive en torres de marfil; no tiene nada que ver con la realidad histórica, política o cultural.Todo lo que ocurría en la parte continental de Europa ha tenido siempre un impacto inmediato sobre la política interior británica a la vez que sobre su política exterior. También el Reino Unido pagó con sangre el precio de las dos guerras que han dividido a Europa en este siglo. La contribución británica a la literatura, filosofía, pensamiento y práctica política de Europa es una parte esencial de la única civilización de nuestro continente europeo.
Es absurdo hablar como si fuera posible que el Reino Unido se apartara voluntariamente de los problemas europeos. Igual de absurdo que hablar como si fuera posible expulsar al Reino Unido de la corriente de pensamiento europea. Hablar de una mini Europa sin los británicos es vergonzoso. Ni la Comunidad ni ninguna otra institución puede reclamar el título de europea si es incapaz de dar cabida a uno de los más importantes países de Europa. El Reino Unido es fundamental en los asuntos de Europa, y así seguirá siendo en el futuro. No he encontrado ningún gobernante serio en Europa que no piense así.
Sin embargo, las relaciones de posguerra del Reino Unido con el resto de Europa no han sido totalmente felices. Tras la guerra, un grupo de previsores estadistas europeos fundaron la Comunidad Europea con el fin de garantizar que los europeo no volvieran a tratar de destruirse entre ellos y destruir su civilización común. Fue un noble objetivo, y ha sido alcanzado. Los británicos quedamos al margen de ese proceso en los anos cincuenta: un error por el que hemos sido muy criticados desde entonces.
A pesar de ello, aprendimos muy rápidamente de nuestro error y pedimos el ingreso en la Comunidad sólo cuatro año después de su fundación. Los primitivos Seis cometieron entonces una equivocación aún mayor: la solicitud británica fue rechazada por dos veces. El Reino Unido fue aceptado sólo 12 años después y con acuerdos económicos claramente injustos que hubo que renegociar. Es difícil sorprenderse de que los británicos se sintieran a disgusto en una organización en la que eran acusados de ser antieuropeos en todas las ocasiones en que expresaban su punto de vista sobre la forma de hacer las cosas.
Todos hemos cometido errores. No tengo intención de repartir elogios o acusaciones, pero los sentimientos creados en aquellos años todavía proyectan su sombra. Respetamos los argumentos de aquellos que quieren llegar hasta la más avanzada interpretación de los objetivos de la unión política y económica. Pero nuestra experiencia de siglos en construir una comunidad política estable y pacífica nos ha llevado a ser suspicaces con los intentos de forzar el rumbo de la historia.
Una metáfora señala que la Comunidad es una bicicleta que se caerá si no se conduce a toda velocidad. Pero si pedaleas demasiado deprisa puedes tropezar con una piedra, romperte la cabeza y perder el rumbo. Los británicos creemos que las instituciones políticas duraderas son como arrecifes de coral: se construyen mejor despacio y con seguridad. No hay nada antieuropeo en ello.
En los últimos meses, Europa ha tropezado con esa piedra Es completamente evidente que la gente -no sólo en Dinamarca y Francia, en Alemania o en el Reino Unido- está descontenta con la marcha de los acontecimientos. Están insatisfechos con las explicaciones que reciben de sus líderes políticos. Temen que se les pida que olviden sus apreciadas tradiciones nacionales y sus instituciones políticas, su libertad para arreglar sus problemas como consideren conveniente. Sienten que se les ha dado por supuesto, acelerados por los acontecimientos y embaucados por las retorcidas fórmulas burocráticas que no guardan relación con el lenguaje cotidiano que ellos usan. Y no son ignorantes. Ni están locos. No se oponen a la cooperación europea. En manos de sus líderes está el explicarles qué están haciendo, en palabras que la gente europea corriente pueda entender, y llevar adelante la construcción de nuestras instituciones comunes al ritmo y de la forma que puedan aceptar.
Por consiguiente, la primera lección de los últimos meses es que los procedimientos de la Comunidad Europea deben abrirse y acercarse a la gente normal de todos los países europeos. La Comisión Europea tiene un papel esencial en la realización de las propuestas y en asegurar el juego limpio entre los miembros soberanos de la Comunidad. Sin embargo, antes de presentar sus ideas al Consejo de Ministros debe consultar con más profundidad a todos los afectados por sus propuestas. Son los parlamentos de cada país miembro los que garantizan nuestras libertades nacionales, y cada uno a su manera. Debemos alejarnos de la espantosa eurojerga, del lenguaje retorcido de los comunicados europeos que tan poco hacen por aclarar las ideas a sus lectores.
La segunda lección es que necesitamos ser mucho más claros sobre las tareas que es necesario realizar en el seno de la CE y aquellas otras que deben ser dejadas a las instituciones legislativas y ejecutivas de los distintos países. Esto es lo que significa la subsidiariedad, una palabra que es un ejemplo de la eurojerga, pero que, sin embargo, encierra un importante principio.
Y sobre todo, tenemos que se claros respecto hacia dónde va la Comunidad Europea. Están los que creen que debe terminar siendo una federación, unos Estados Unidos de Europa con un único Gobierno, una sola economía y un mismo Ejército. Sencillamente, no creo en ello. Es una argumentación fundamentada sobre una falsa analogía con la historia de Estados Unidos. Estados Unidos surgió de la confederación de 30 pequeñas colonias con el mismo lenguaje, las mismas leyes y una tradición política común. Y, pese a ello, los estadounidenses no establecieron su unión sin una sangrienta guerra civil.
Los miembros de la Comunidad están empeñados en una empresa única en la historia: crear entre los Estados de Europa lo que los autores del Tratado de Roma sabiamente describieron, en un lenguaje deliberadamente vago, como "una unión más fuerte" de los pueblos de Europa.
Una parte crucial de esa empresa es el mercado único, por el que los hombres de negocios de toda Europa llevan presionando durante muchos años. Nuestro esfuerzo conjunto para crear la zona comercial más grande del mundo va bien encaminado. Ofrece a todos los europeos la oportunidad de crear nuevos empleos y una mayor prosperidad.
El mecanismo de control de cambios fue concebido como un instrumento que promoviera la estabilidad. Sin embargo, los acontecimientos de las últimas semanas han demostrado más allá de toda duda que el mecanismo de control de cambios ha estado funcionando bajo unas tensiones excesivas. Dos de sus miembros tuvieron que suspender su pertenencia. Una tercera moneda fue devaluada, y en tres Estados se activaron los controles de cambio. Las barreras al comercio en Europa han sido subidas, no bajadas, y no es eso lo que ninguno de nosotros pretende. Debemos examinar seriamente las condiciones bajo las que ha funcionado el mecanismo. La libra no volverá al mismo hasta que estemos convencidos de que puede funcionar en interés de todos sus participantes.
Algunos esperan, y otros temen, que la unión económica y monetaria propuesta en el Tratado de Maastricht sea un paso hacia una Europa federal. Ya he explicado por qué creo que tanto las esperanzas como los temores no son realistas. Un banco central y una moneda única -firmemente controlada por todos los Estados miembros- podrían hacer que la conducta de la política moneta-
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El Reino Unido en Europa
Viene de la página anteriorria fuera más responsable con las necesidades de todos esos Estados, pero ni uno ni otra pueden existir mientras las economías de los países europeos no se encuentren más firmemente alineadas de lo que lo están ahora.
En Maastricht me mostré escéptico sobre el calendario propuesto y decidí que la decisión final estuviese en manos del Parlamento británico. No me sorprende que el Bundestag también quiera ser escuchado en el momento decisivo. Cuando llegue el momento, espero que otros parlamentos y líderes políticos digan lo mismo.. Es lo correcto y saludable: los acuerdos del Tratado de Maastricht fracasarán a menos que estén respaldados por un deseo claramente expresado por todos los Estados miembros.
El Tratado de Maastricht no es perfecto: no puede esperarse que lo sea desde el momento en que busca reflejar el consenso de 12 Estados soberanos. Tampoco agota la agenda europea. Hay mucho por hacer más allá de nuestra discusión sobre el futuro de Maastricht. Hay tareas a corto plazo que aumentarán nuestra prosperidad común: la terminación de un mercado único que borre las barreras al comercio en Europa y un acuerdo del GATT que baje las barreras al comercio internacional. También hay tareas a largo. plazo. Sobre todas ellas, todos los que estamos ya comprometidos en construir una Europa pacífica, próspera, con amplitud de miras y democrática estamos obligados con los europeos que están todavía fuera de la Comunidad.
Va en beneficio de todos que, tan pronto como sea posible, se amplíe el número de miembros con las prósperas democracias de la EFTA. Pero voy más lejos. La Comunidad ya ha mostrado lo que significa el camino de la cooperación para las nuevas democracias de España, Portugal y Grecia. Es nuestro deber llevar los mismos beneficios a las nuevas democracias que emergen de las tinieblas del comunismo. Será una tarea compleja y lenta, pero si no nos embarcamos en ella no nos perdonará la historia.
El Tratado de Maastricht marca el camino por el que la Comunidad avance junta. Fija objetivos alcanzables y aspiraciones razonables para los años venideros. Lo negocié bajo la autoridad del Parlamento británico y formaba parte del mandato con el que yo y el Partido Conservador ganamos las elecciones del pasado mes de abril. Lo llevaré de vuelta al Parlamento británico en un futuro inmediato. El debate en nuestro Parlamento será serio, detallado, lento y a menudo ruidoso. Nuestros parlamentarios desean, con razón, saber exactamente lo que significará en la práctica el tratado para nuestro país y para nuestro futuro, pero no tengo ninguna duda de que el tratado se aprobará.
Una cosa debe estar fuera de toda duda. El tratado no puede entrar en vigor hasta que no esté ratificado por los 12 Estados miembros. Eso no ocurrirá a menos que todos los Estados estén convencidos de que el tratado va en su interés. Es inútil intentar forzar a ningún Estado -no importa si grande o pequeño- a apoyar una política europea en la que no crea. Hacerlo minaría esa determinación común de la que dependen los logros de la Comunidad y sin la que la Comunidad no puede sostenerse.
es primer ministro del Reino Unido y presidente del Consejo Europeo.
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