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Exito sin recompensa

Bush, incapaz de sacar partido electoral a la victoria en la guerra fría

En los cuatro años de la presidencia de George Bush, el mundo ha cambiado más que en los últimos 40. El hundimiento de los regímenes comunistas hace que Estados Unidos aborde sus primeras elecciones presidenciales de la posguerra fría en una situación sin precedentes en su historia: como única potencia mundial. El presidente George Bush, por su gestión al frente de la Casa Blanca y por sus ocho años anteriores como vicepresidente de Ronald Reagan, ha sido protagonista directo de esta época de cambios y revoluciones. Y, paradójicamente, su renta electoral por esa gestión es nula. La política exterior de Estados Unidos es la gran ausente del debate en estas elecciones presidenciales.

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El derrumbe del comunismo, la disolución de la Unión Soviética, la reunificación de Alemania, la guerra civil en Yugoslavia y la secesión de Checoslovaquia, la difícil construcción europea, la reforma política en Suráfrica, las negociones israelo-palestinas, la contradictoria evolución de China, la consolidación de Japón como un poder internacional, el nuevo papel de las Naciones Unidas, etcétera, han creado un horizonte internacional preñado de incógnitas.Pero el derrumbamiento del sistema comunista ha sorprendido a la sociedad norteamericana, y al sistema capitalista en general, en un momento de estancamiento, de agotamiento de su proyecto económico y social. Y ello está teniendo un reflejo directo en estas elecciones presidenciales dominadas por la discusión sobre situación económica de Estados Unidos, por la angustia de una clase media que ve disminuir su confianza en un futuro próspero y que pide a los candidatos que piensen menos en el mundo y más en los problemas económicos de casa. Sin embargo, la amenaza de una política aislacionista, de un repliegue de Estados Unidos sobre sí mismo, siempre latente en un sector de la sociedad norteamericana, no existe salvo en las fantasías de la extrema derecha. Tanto George Bush como el candidato del Partido Demócrata, Bill Clinton, han hecho saber que mantendrán una presencia activa de Estados Unidos en los asuntos internacionales para intentar controlar los cambios que ocurran como consecuencia del fin de la guerra fría.

George Bush ha sabido definir su política exterior con bastante nitidez, por no decir contundencia, y es presumible que la mantenga en el caso, poco probable según las encuestas, de que renueve su mandato en la Casa Blanca. Las intervenciones militares norteamericanas (Panamá y la guerra del Golfo son dos ejemplos) han sido la expresión de un Gobierno que entendió rápidamente el carácter terminal del cáncer que corroía a la Unión Soviética y que se ha sentido con las manos libres para actuar en cualquier rincón del mundo. Su intervención fue decisiva en el rápido derrumbe del sistema comunista, que se inició precisamente en 1989, con las primeras elecciones libres en Polonia, que abrieron un proceso democrático incontenible en todo el bloque del Este. Pero el vacío político y estratégico que se ha creado en esa extensa región europea es hoy una de las primeras preocupaciones de los analistas de Washington, que ven cómo se forja una zona de influencia que tiene su centro de gravedad en Alemania.

Los asesores del presidente han hecho saber que la máxima preocupación en estos momentos es el futuro de Rusia, de su arsenal nuclear, y el riesgo de enfrentamientos armados entre las repúblicas de la antigua URSS. La actitud vacilante adoptada por EE UU en el conflicto de Yugoslavia ha sembrado dudas entre sus aliados europeos sobre la voluntad real de Washington de hacer sentir su peso. diplomático y militar en los conflictos del este europeo.

Washington, en este sentido, quiere diseñar un nuevo papel para la OTAN como garante de la seguridad regional europea, manteniendo la presencia militar norteamericana, aunque en menor numero, y estableciendo con Europa unas nuevas relaciones. La evolución de la construcción europea y la unidad monetaria en torno al marco es seguida también con atención por los dirigentes norteamericanos, que no ocultan su interés por las dificultades que atraviesa el sistema monetario europeo. La aparición de una moneda europea que desafíe al dólar es vista por los norteamericanos con escepticismo.

Un triunfo démócrata no parece que cambie sustancialmente la actitud norteamericana hacia Europa. Clinton ha hecho saber que está por la reducción moderada de la presencia de tropas de Estados Unidos en Europa, y por una más decisiva, participación norteamericana en las negociaciones que favorezcan el. comercio internacional.

Clinton, en un discurso sobre política exterior, pronunciado el pasado 1 de octubre en Milwaukee, criticó a Bush por su excesivo pragmatismo al mantener "una política que prefiere la estabilidad a la libertad". Clinton asumía así el discurso de presidentes como Franklin D. Roosevelt, John Kennedy o Jimmy Carter, que levantaron la bandera de los derechos humanos en su política exterior. Pero el candidato demócrata, que no quiere que le confundan con un idealista, advirtió que no está dispuesto a bajar la guardia. "Que nadie se confunda, éste es todavía un mundo peligroso. El poder militar todavía cuenta. Y yo lo mantendré fuerte y dispuesto para la defensa. Usaré esa fuerza si fuera necesario para defender nuestros intereses vitales", afirmó.

Respecto a la política norteamericana en Oriente Próximo -las negociaciones de paz entre árabes e israelíes, uno de los éxitos de James Baker, secretario de Estado de Bush-, es presumible que tome un nuevo impulso tras las elecciones. La Administración republicana adoptó una actitud más enérgica frente a Israel tras la guerra del Golfo, lo que le ha granjeado fuertes críticas de la influyente comunidad judeo-norteamericana. Las negociaciones se reanudarán el próximo día 21 en Washington, pero nadie espera que se alcance algún resultado hasta que se despeje la incógnita electoral del 3 de noviembre. Bill Clinton ha expresado con rotundidad su decidido apoyo a Israel, una tradición entre los políticos del Partido Demócrata. El gobernador de Arkansas incluso ha criticado a Bush por considerarlo demasiado neutral en las negociaciones árabe-israelíes. "La Administración de Bush ha tratado a veces el conflicto entre Israel y los Estados árabes como si fuera una disputa más entre religiones y naciones, en vez de contemplarla como una disputa en la que ha estado en juego la supervivencia de una aliado democrático, Israel", afirmó en el discurso de Milwaukee. "Creo que la política de EE UU en Oriente Próximo debe estar guiada por una visión de la región en la que Israel y los países árabes deben estar seguros y en paz, y donde se desarrollen los principios y la práctica de las libertades individuales y de los Gobiernos democráticos".

El énfasis en los principios democráticos, en la defensa de los derechos humanos de los ciudadanos y su vinculación con las relaciones comerciales, también aparece en el enfoque del candidato norteamericano en relación con China, en una curiosa mezcla de idealismo y pragmatismo. China y Japón son los dos grandes frentes que la política norteamericana tiene abiertos en Asia. Con Pekín, la Administración de Bush tuvo un mal comienzo, ya que su llegada a la Casa Blanca coincidió con la matanza de Tiananmen. Pero Bush, que estuvo al frente de la oficina de intereses norteamericana en China en 1975, ha trabajado por el estrechamiento de las relaciones económicas y comerciales entre los dos países, y fruto de ello ha sido el importante acuerdo comercial alcanzado el pasado 9 de octubre en Washington por el que China abrirá sus mercados a los productos norteamericanos. Aunque las consecuencias políticas en el régimen comunista chino del desarrollo de una economía más abierta están todavía por definirse, los analistas norteamericanos consideran que la expansión del consumo provocará, más tarde o más temprano, importantes cambios sociales. Japón sigue siendo una asignatura pendiente para la actual Administración republicana, que ha visto aumentar la presencia japonesa no sólo en la economía norteamericana, sino en todo el mundo. La sociedad estadounidense percibe a Japón como un poder emergente y rival, y la diplomacia de Washington, con Clinton o Bush, luchará por abrir el mercado nipón, establecer una relación más competitiva, limitando su expansión.

Comercial ha sido también el mayor logro de la Administración de Bush en su política exterior en América, con la firma del Tratado de Libre Comercio con México y Canadá, a fin de sentar las bases de un mercado único que compita con el de Europa. Clinton ha apoyado con matices el. tratado, despejando así su futura tramitación. Las garantías que ha pedido el candidato demócrata para los empleos industriales norteamericanos que puedan desplazarse hacia el Sur en busca de mano de obra más barata deben verse más como una crítica de campaña que como una oposición de fondo. Se espera, sin embargo, que Clinton exija a México que respete la legislación laboral, los sueldos mínimos y las normas internacionales de defensa del medio ambiente para evitar desequilibrios en el mercado único de América del Norte.

Cuba sigue siendo punto de referencia obligado de la política exterior norteamericana. La dureza del bloqueo, incrementada en los últimos meses por el Congreso de EE UU, que amenaza con tomar represalias con los países que comercien con Cuba, no es probable que se atenúe con la llegada de un demócrata a la Casa Blanca. Clinton, en su discurso de aceptación de la candidatura demócrata, mencionó específicamente a Cuba -junto con Haití y Suráfrica- como una de las piedras de toque del compromiso de EE UU con la libertad y la democracia.

Los cambios registrados en los últimos años han dejado a EE UU sin adversario al que apuntar las numerosas cabezas atómicas de su arsenal nuclear. Pero los problemas del hambre, de la guerra, no han desaparecido. Crecerán en la medida que crezcan las diferencias entre los países industrializados y los dependientes. El próximo presidente deberá fijar un nuevo rumbo para un país que ya no puede definir su política exterior en contraposicion al comunismo, lo que Washington gustaba en llamar "la defensa del mundo libre".

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