La palabra
Académicos y otros expertos nos acusan a los periodistas de no saber expresarnos correctamente, y seguramente tienen razón. Los periodistas somos un poco a la pata la llana y a veces no ponemos la palabra precisa en el lugar adecuado. Pero ya lo advirtió el sabio: escribir para comer, ni es comer ni es escribir,Añaden los expertos que desconocemos la Gramática, y algo de eso hay, aunque no parece tan grave. Antonio Díaz-Cañabate, que fue un maestro de la literatura costumbrista, me comentaba en cierta ocasión: "Si cuando escribo hubiera de estar pendiente del sujeto, verbo y predicado, acabaría odiando al sujeto, al verbo y a quien los inventó". Le pregunté: "¿Y al predicado no?". Y me respondió: "A mí el predicado me la trae floja".
Posiblemente grandes escritores no pasarían un examen elemental de Gramática. En cambio, eminentes lingüistas serían incapaces de escribir un solo párrafo con la galanura y la riqueza léxica habituales en los buenos narradores y poetas. Lo cual no quiere decir que la Gramática sea inútil. Ahora bien, la literatura tiene más arte que regla y gira en torno a las ideas, que fluyen espontáneas y no están sujetas a normas.
La palabra es la idea. Fue Voltaire quien observó que cuando uno no tiene nada que decir, indefectiblemente habla mal. Quizá eso explique la vanilocuencia de los políticos, el errabundo vocabulario de los periodistas y también la degradación verbal de la calle. Y entonces el problema verdadero no sería que escribamos y hablemos mal, sino que sabemos poco y pensamos menos.
La lengua castellana cruje con estos atentados, pero su belleza es más fuerte que nuestras torpezas pecadoras. Una lengua que ha sabido crear la palabra de mayor expresividad, eufonía y polisemia del mundo -cabestro- no morirá jamás.
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