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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La eterna lucha

Lluís Pasqual crea un bonito, atractivo, escenario -espacio escénico, se dice con la nueva pedantería nacional- con el escenógrafo Frederic Amat. Un tiovivo, unos "caballitos", decíamos, de niños, de verbena pobre, montado sobre un giratorio, con sus luces y su musiquilla, imitando la del aristón. Ocupa un tercio, más o menos, del patio de butacas: la larguísima lista de subvencionadores, o mecenas- espónsores: todavía no lo acepta la Academia-, lo permite. Se trabaja ya para eso: menos mal que lo hay.El mismo Pasqual ha hecho la adaptación de Tirano Banderas, y ha buscado lo mejor para contentar a algunos de estos mecenas, sobre todo a la actualidad del centenario. Es tan criticable como cualquier otra de esa novela extraordinaria del primer cuarto de siglo. No hay que olvidarse de que vivíamos bajo una dictadura, la de Primo de Rivera, no así de sangrienta -aunque tuvo sus asesinatos de Estado-, y que hay alusiones a ella en -la obra por este "extravagante ciudadano", como le llamó Primo; sufrió persecución, castigo y exilio. El retrato fiel era el del tirano americano, cualquiera de entonces; y de después. Si la novela tiene un final final y democrático, la realidad no es así. Los tiranos siguieron y siguen en el continente, con figuras incluso más ilustres en el crimen que Don Santos Banderas -Pinochet, Videla; el traidor Fujimori-, y en España, ido Primo y pasada la República que encumbró a Valle, vino Franco para 40 años, cuando el escritor moría. No se puede decir que, a pesar de sus rasgos esperpénticos y del neobarroquismo de su lenguaje -el más manierista del modernismo español-, no sea una obra de realidades. Lo peor del esperpento es que es real, y no un espejo deformante.

Tirano Banderas

Ramón del Valle-Inclán.Adaptación teatral de Lluís Pasqual. Intérpretes: Lluís Homar, Juan José Otegui, Lautaro Murúa, Walter Vidarte, Angelina Peláez, Vivian Lofiego, Leonor Manso, Patricio Contreras, Tito Junco, Nacho Bressó, Gonzalo de Castro y Juan Rico Cruz. Escenografía y vestuario: Frederic Amat. Iluminación: Pascal Merat. Director: Lluís Pasqual. Teatro Maravillas. Festival de Otoño 92. 9 de octubre.

Canto a las libertades

Aclararía aquí un par de cosas: no soy contrario a las adaptaciones de las grandes obras de la literatura, aunque siempre o casi siempre prefiera el libro; Lluis Pasqual ha hecho una de las adaptaciones posibles, eligiendo fragmentos y casándolos, y conservando el discurso de Valle hasta en monólogos; ha mantenido esencialmente el canto a la libertad, a la pobreza humillada y asesinada, al indigenismo y la acusación a una criminalidad militarista y una oligarquía (se, sigue dando en varios continentes); a pesar del oro- que compra el espectáculo, probablemente riente ante cualquier canto a estas libertades. Todo se asume.La suma de estas dos acepciones de Lluís Pasqual me parece más rara. Otras veces he sentido cómo el gran creador ideaba su "espacio escénico" y luego pensaba qué obra podía colocar en él. Cuando entramos en el mundo de lo simbólico y de lo alusivo, todo puede valer: este giratorio puede ser el símbolo de la vida que pasa, de las tornas, de qué sé yo. Carrusel o merry-go-round se han utilizado en otras composiciones escénicas, siempre con ese mismo valor, aunque a veces más justificado, como en La ronda, de Schnitzler, por Anton Wolbruck (se llamaba Adolf, pero renunció a su nombre por no llevar el mismo que Hitler). La verdad es que cuando hay que decir los grandes trozos de texto, el director para el tiovivo y calla la música: domina la palabra.

Un tercer y grande Lluís Pasqual: el que elige el perfecto reparto, el que dirige a los actores, el que consigue el terminado de la obra, el que hace que suenen todas las palabras.

(Independientemente de que se entiendan; temo que los espectadores medios se pierdan no sólo en los americanismos, sino el castellano riquísimo y enorme; que confundan el zopilote con el rebenque, y el chancho con el esquife). Todo estos actores hablan con una música hispanoamericana variada, intermedia, como la que alienta en el vocabulario. Lautaro Murúa, con la arrogancia y el cinismo del dictador, y Walter Vidarte, con su espléndida voz y su situación de esperpento, y los solos de Patricio Contreras y Angelina Peláez, y todos, claro, todos. No hay disonancias, no hay rupturas, no hay descensos en la interpretación. De esta trinidad en uno que es Lluís Pasqual, prefiero este último, que sabe componer la obra, hacerla decir, ensamblar los personajes, crear una unidad con unos fragmentos; adelantándose a lo que sirve de proscenio, dejando atrás al tiovivo. Que tampoco estorba: es una manera de dar movimiento a la narración que se busca en el teatro desde que apareció el cine y no quiso quedarse en arte in móvil, y empezó a hacer que los escenarios tuvieran su propio mecanismo. Me sonaron a no suficientes los aplausos, en relación con el esfuerzo bien logrado; en comparación con los de otros espectáculos que se van viendo. Los creadores salieron a recibirlos al escenario: con el lazo rojo de solidaridad con los discriminados por el sida, como una gran parte de los espectadores. Es un aspecto de la misma lucha.

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