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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Europa, sin islas

MARGARET THATCHER se llevó los aplausos, pero John Major reafirmó su liderazgo. Así se resume el congreso que los conservadores británicos acaban de celebrar en Brighton. La Europa de Maastricht ha sido el asunto central de los congresos anuales de los dos principales partidos del Reino Unido. Aunque la crisis económica ha ofrecido alas a los sentimientos de quienes tienden a encastillarse en las fronteras interiores, ambos congresos han acabado consolidando la inevitable, y por otra parte atribulada y reticente, inserción europea de los británicos. En la conferencia conservadora, el primer ministro, John Major, reafirmó su europeísmo pese a la ruidosa oposición surgida en el seno de su partido, los llamados euroescépticos, hijos espirituales dilectos de Margaret Thatcher. Major calificó de error histórico la no ratificación del tratado, despejando así bastantes dudas sobre la actitud británica frente a la unión europea. Dos eran las cuestiones esenciales a debate: el regreso de la libra a la disciplina del Sistema Monetario Europeo (SME) y el complejo tema político de la subsidiariedad.

Fue precisamente el ministro de Hacienda, Norman Lamont, responsable de la salida de la libra del SME, quien anunció la vuelta al redil monetario de la Comunidad. Sugerente lección de humildad para sus colegas conservadores españoles: la práctica demuestra la veleidad de los gestos autárquicos en una economía interdependiente. No es posible permanecer indefinidamente fuera del SME y seguir siendo miembro comunitario de pleno derecho. No es cuestión de ser europtimista o euroescéptico; es cuestión de estar, o no, en una comunidad que suscriben y van a mantener las economías más fuertes del continente. Pese a las contradictorias medidas adoptadas en España, el anclaje en el sistema le ha ido mucho mejor a la peseta de lo que ha supuesto para la libra la nostalgia de una libre flotación imposible. A Londres le espera, además, una dura tarea. Antes de negociar su reingreso en el sistema a un tipo de cambio -sobre el que no tiene la última palabra- deberá demostrar que es capaz de controlar el gasto público y la oferta monetaria, y que puede conciliar estos deberes con unos tipos de interés aptos para reactivar su economía.

Endosado por sus huestes el reto europeo, John Major deberá demostrar también en la cumbre de Birmingham del próximo día 16 que, en su calidad de presidente semestral de la Comunidad Europea, es capaz de liderar la digestión del proyecto común por encima de los intereses de la nación a la que representa.

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La prueba definitiva será la lectura que proponga del principio de subsidiariedad. Si implica la descentralización de competencias y funciones, lo que conduce a una responsabilización de las administraciones inferiores y a un compromiso mayor de los ciudadanos, se salvarán posiblemente los obstáculos y se ofrecerán garantías de flexibilidad de aplicación a los reticentes. Si, por el contrario, persiste en propuestas como la ofrecida al comité de representantes permanentes en Bruselas (Coreper), de renacionalización de políticas y de freno a la Comisión -ya rechazada- ' el resultado será el conflicto con los otros socios o la parálisis de la CE.

El estrépito que ha adornado la caída del lastre del aislacionismo thatcherista -muchos aplausos, menos votos- no debe ocultar esta buena noticia del congreso conservador: el retorno a la senda comunitarista del Reino Unido, un socio necesario para la construcción europea. La noticia es doblemente buena, por cuanto los laboristas, en su congreso de Blackpool, han reafirmado su vocación europeísta, por boca de un nuevo e incisivo líder, John Smith. Su programa no difiere del ofrecido ante las elecciones del pasado abril, pero sí el talante de su liderazgo. El Tratado de la Unión Europea ha salvado otro difícil obstáculo. No es todavía hora de aleluyas, ni mucho menos, pero de ninguna manera de réquiems.

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